El último día de la excursión a la Sierra de Gata más que el de “cuidado con el verdín” de Juanlu se podría resumir como el de las cinco cagadas.
Vayamos al tajo; la primera cagada es la que hice para
liberar los 5 platos de judías que me tomé el día anterior y dejar espacio para
la comida del día. Félix agradeció especialmente el gesto, porque tuvimos que abrir las ventanas de su cuarto
durante el desayuno para neutralizar la contaminación NBQ.
La segunda cagada fue el desayuno. Nuestro lugar habitual para
desayunar estaba cerrado y tuvimos que cambiar la media barra de pan con jamón y
tomate por una magdalena envasada.
Finalmente cogimos el coche y fuimos a Valverde del Fresno
para empezar la ruta. Aquí nos dimos cuenta de la tercera cagada; Pepe vino con
los calcetines de lunares de dudoso gusto que rompía la armonía del grupo,
Antes de salir nos visitó un ciclista de 65 años con su bici
eléctrica y como suele ser habituales con los ciclistas eléctricos nos intentó
convencer de que ellos también dan pedales.
La ruta empezó subiendo como es habitual y Pepe decidió
dejar a su extraña pareja (Juanlu) para escaparse del pelotón aprovechando su
entrenamiento de spinning. Yo no tuve más remedio que neutralizarle. Cuando prácticamente
llegamos a la cima decidimos esperar al resto del grupo no fueran a pensar que
no queríamos estar juntos (o que Pepe había cambiado de pareja).
A partir de este momento empezamos a ver los madroños con
sus frutos rojos a lo largo del camino.
Justo cuando se iniciaba el segundo ascenso tuvimos la cuarta
cagada. La ruta seguía por un sendero que no se veía y nos liamos por pistas erróneas.
Finalmente nos tocó subir por un cortafuego empujando la bici como en los
viejos tiempos.
Al final conectamos con el camino y visitamos un puesto de
vigilancia donde Félix nos contó la anécdota de que el vigilante daba de comer
a los jabalíes por la noche y un día invitó a un amigo cazador que se puso
ciego a matar jabalíes desde el puesto de vigilancia.
Tras una última subida el resto de la ruta era prácticamente
de bajada sin problemas, pero se produjo la última cagada. Nuestro amigo Pepe
que lleva el GPS en un móvil chino desfasado se perdió porque el móvil no re
arrancaba. Tras algunas llamadas y envío de localizaciones erróneas pudimos
volver a contactar gracias a que al final tomó el desvío adecuado.
La ruta terminó según horario previsto y nos dio tiempo a volver a casa, ducharnos,
recoger y comer donde el primer día. La comida estaba estupenda y sólo echamos
en falta el famoso postre de serradura.
Tranquilamente después del café cogimos el coche y volvimos
a Madrid.
Otra semana maravillosa que recordaremos todos con agrado pero sobre todo no olvidéis; ¡Cuidado con el verdín!.
Después de un día de turismo bajo la lluvia nos despertamos descansados y con ganas de bici, que al fin y al cabo es a lo que hemos venido. Está despejado, hace frío en el pueblo, pero sin exagerar. Queda en el ambiente la humedad de las lluvias de ayer.
Repetimos bar para el desayuno. No hay muchas
más opciones. Parece el día de la marmota, el mismo camarero, elegimos otra vez
tostadas (Alfredo se inclina por la versión British con mantequilla), los mismos
parroquianos siguen con su partida de escoba a las 8:30 de la mañana. Son dos,
que juegan todos los días desde hace siete años, y parece que se hacen trampas.
Nos vestimos de faralaes y nos ponemos en
marcha por la misma carretera del lunes, en dirección al puerto de Santa Clara.
Los 9 km de subida por asfalto se llevan bien, 400mts de desnivel con una
pendiente más o menos mantenida del 4,4%. Juan Luís tira de todos y no nos damos
mucha caña, lo justo para coger temperatura.
Al coronar el puerto, en el mismo punto que iniciamos el paseo andando del primer día, dejamos el asfalto para completar la subida por camino. Es más bien de piedra suelta, incómodo, puñetero, de esos que, sin ser una gran pendiente te van fastidiando, incluso exigiendo algún apoyo -pocos- en su recorrido.
Enseguida coronamos en una zona de prado, pero con vegetación dura. Matorral y hierba muy corta que nace entre el empedrado de granito. Recuerda un poco a las zonas despejadas del puerto de Morcuera.
chozo reconstruido
Llegamos a un chozo reconstruido de piedra, un refugio de pastores. Tiene hasta una pequeña mesa exterior, protegida del viento por un muro entre dos peñas. Hacemos fotos y recuperamos fuerzas para continuar ruta y cruzar a la provincia de Salamanca.
Seguimos un pequeño curso de agua y nos vamos
internando en un bosque frondoso de roble. Vamos aplastando bellotas en algunos
tramos. La siguiente parada es en las ruinas de un puente medieval. Aquí
hacemos fotos y algunas tomas con el dron. Impresionante ver a Alfredo trazar
por debajo del puente y salir sobre la poza del río, con una vegetación
bastante cerrada.
puente medieval
Del puente a la presa prácticamente no hay nada. Llegamos en un momento y hacemos otra parada y otro vuelo. Luego la zona de baño del río. En verano un sitio de parada familiar, pero ahora todo para nosotros. Solo se oye el murmullo del agua. Una maravilla, relajados y disfrutando del día de sol. Hacemos la última visita al río en el puente del diablo y desandamos un trecho del camino para seguir pedaleando por el bosque de roble y pino.
El recorrido toca Navas Frías, pero no entramos
en el pueblo. Cruzamos la zona de recreo que tiene cerca y seguimos camino con
una subida corta y suave por carretera, de vuelta al Puerto de Santa Clara.
Alfredo y yo vamos delante. A mi me parece que le va faltando algo al muchacho, se ve que nota que se acaba el ascenso y tiene la batería llena. Que dice que si un sprint -que no, Alfredo- que dice que si empujamos más -que no, Alfredo- ¡anda! Mira, un ciclista de carretera en el horizonte ¿vamos a por él? -yo no, Alfredo- venga… -vete tú- pues voy. Es que no lo puede evitar, es la rana y el escorpión. Por no quedarme ahí, me engancho y damos una acelerada buena para rebasar al pobre hombre y seguir tirando duro hasta coronar el puerto. Allí paramos para reagruparnos.
Resulta que el hombre es del pueblo, que Juan
Luis y Félix le conocen, que tiene 64 castañas, una tripa relevante bajo su
chubasquero desteñido (ya es difícil desteñir un chubasquero) y una mujer bien
guapa, según nos dice Juan Luís.
Ahora toca la bajada por el Soto y la orilla del río. Ya sabes, camino antiguo empedrado por un bosque de los de cuento. Castaños muy juntos, humedad, musgo, una gozada.
La abuela
Eso sí, Juan Luís y yo nos dejamos caer por la carretera. Gran parte del recorrido lo hicimos andando el primer día y nos apetece rodar por el asfalto sin dar pedales hasta el pueblo.
Comemos en Los Cazadores. Un menú estupendo. Unas
judías caretas que aquí llaman chíchares, de las que Alfredo da buena cuenta y
luego le pesarán durante unas cuantas horas.
Paseo tranquilo por la tarde alrededor del
pueblo, las antiguas piscinas y el convento. Hace una tarde casi de calor.
Vamos en camisa y nos sobra todo.
La piscina antigua me gusta más que la moderna
y el convento tenía más encanto que la actual hospedería. Ahora es un
alojamiento moderno, en el que han puesto un suelo de granito negro pulido y han
cerrado el patio con una bóveda de cristal modernista sujeta por estructura
metálica. La iglesia desnaturalizada sirve de salón de actos o de comedor,
según convenga.
En el momento de nuestra visita calculo que hay en la instalación al menos 10 trabajadores, incluyendo los que se oye hablar en la cocina, la recepción y la cafetería. Nosotros somos cinco y nos tomamos un refresco. Mal negocio ¡qué difícil es hacer que estas cosas funcionen! Ya no se trata de que sea dinero de la Junta o inversión privada. Lo penoso es que no hay forma de que funcione. No sé si se trata de ampliar mercado y traer gente de más lejos, de ofrecerlo a otros públicos o simplemente de dejarlo vegetar pensando que así se mantiene algo de vida en la zona, Lo cierto es que lo que hay no es viable y que lo que no es viable económicamente antes o después sucumbe.
Pues eso, que nos vamos a cenar, que hemos echado
la tarde sin dejar que duerman la siesta los que así lo deseaban, ni que se
fumen un puro aquellos a los que les apetecía. Vamos en coche a Valverde, a la
Velha Fabrica. Y ya lo creo que es bella.
El restaurante está en una antigua fábrica de
mantas, jabones y aceite ¿por qué esas tres cosas? Pues no hay motivo o no nos
lo saben contar. Sencillamente que estaba allí, que convivieron las tres
actividades por algún tiempo y que explotó la fábrica de jabones. No se me
ocurre cómo, pero tampoco voy a cuestionarlo.
piedras de moler
prensa
Sobre las ruinas han construido un restaurante
precioso, decorado con gusto, con buena cocina, con gente amable que te lo
enseñan encantados y con buen servicio, una vez más, solo para nosotros….
motor de poleas
Antes de cenar vemos las antiguas instalaciones
de la aceitera. Es una chulada. Las piedras movidas por poleas, el motor eléctrico,
las prensas, los depósitos de la aceituna y del aceite. Es fácil imaginarse cómo
funcionaba aquello, con un montón de personas trajinando las 24 horas del día
en plena temporada. Trabajo duro y rendimiento bajo ¿hay que explicar por qué se
vacían las comarcas rurales? Prefiero verlas vacías que verlos pobres. Debería
ser compatible bienestar y vida rural, pero aquí no lo hemos sabido hacer.
Bien puestos de vino nos volvemos a dormir a
San Martín. Un día magnífico de una excursión estupenda.
Nos
levantamos esperando que los pronósticos no se cumplieran pero no fue así.
Desde el primer momento se vio que el cielo no nos iba a ser favorable así que
salimos dispuestos a turistear por Portugal un poco. Como el día anterior, y ya
chispeando, nos dirigimos al bar para desayunamos unas tostadas con jamón,
tomate y aceite en la semioscuridad (sello de identidad del pueblo),
acompañados por los jugadores de cartas de la víspera que parecían formar parte
del local.
Después nos dirigimos a Portugal en el Volvo de Alfredo, en dirección a nuestro primer destino, Idanha-a-Velha. Llegamos en poco tiempo, a pesar de que erramos el camino la primera vez. En cuanto salimos, arreció la lluvia, pero no estábamos dispuestos a que esto nos amilanara, Así que paraguas en ristre, nos recorrimos este agradable y turístico pueblo, paseando entre sus murallas, los restos del castillo y su catedral visigótica.
Antes de irnos, nos metimos en un pequeño bar
donde parecía que estaban reunidos todos los jubilados del pueblo. Nos
atendieron muy amablemente con un excelente café y unos bollitos de crema que
llamaron la atención a Alfredo. Juan Luis optó por un chocolate que tenía una
pinta estupenda
Nuestra siguiente parada fue
el pueblo de Monsanto. En cuanto
empiezas a recorrerlo te das cuenta de que se trata de un pueblo incrustado en
el granito, con casas integradas en unas inmensas moles de piedra que parecen
que las van a aplastar. En
este pueblo hace su aparición por primera vez un terrible enemigo que nos
acompañará durante todo el día: EL VERDÍN.
Por suerte, contamos con la
experiencia y el asesoramiento de
Juan Luis. Sus amplios conocimiento sobre esta amenaza adquiridos durante su reciente
estancia en Madeira nos permitieron salir indemnes. Otro grupo de turistas
españoles no tuvieron nuestra suerte y cayeron bajo sus garras.
Así es como alcanzamos el castillo
que se encuentra en lo alto del pueblo. Lo recorrimos entre la niebla mientras
canturreabamos la musiquilla de Brave Heart, de Juego de Tronos o de los
Inmortales. Eso si, siempre atentos a las indicaciones de Juan Luis sobre el
verdín, por supuesto. No era cuestión de asumir riesgos innecesarios.
Para reponernos de tanta
aventura, nos fuimos a comer al restaurante O
Raiano en Penha Garcia, nuestro
siguiente objetivo. Allí dimos cuenta de un buen bacalao a bras y al horno. No
acertamos tanto con la carne de venado que pensamos que, por el nombre del
plato, sería un guiso, pero nada más lejos de la realidad. Y para acabar, de
postre una serradura y un buen café.
La entrada a Penha Garcia está
defendida por un carro de combate que señala un memorial a los caídos en la
guerra de ultramar. Como era de esperar, sacó de nosotros el niño que llevamos
dentro (sobre todo en algunos casos…).
Y así, con el estómago lleno y cuesta arriba, como debe ser, atravesamos este bonito pueblo para dirigimos hacia su castillo. Subimos a esta atalaya desde la que se aprecia el valle del rio Ponsul. Este valle es famoso por la presencia de fósiles. Así que hacia allá nos dirigimos, bajando del castillo y encontrándonos de nuevo con nuestro terrible enemigo, el verdín. Esto, unido a problemas para encontrar el camino correcto, nos colocó en una situación delicada. Sin embargo, de nuevo y gracias a Juan Luis, pudimos afrontar con éxito esta delicada situación, pudiendo decir sin miedo a equivocarnos, que desde ese momento, el verdín ya no nos supuso ninguna limitación.
Después de recorrer este precioso valle, volvimos a subir al pueblo, donde cogimos el coche para regresar a San Martin. A la llegada, ya había dejado de llover. Nos esperaba una buena ruta en bici al día siguiente y había que estar preparados. Así que volvimos a cenar al bar donde desayunamos, esta vez a base de bocadillos, que nos comimos tranquilamente a la luz de la televisión (era donde mejor se veía). Ya en casa, Pepe preparó unas estupendas castañas (recogidas el día anterior en el Soto) asadas en la chimenea y una magistral queimada, con conjuro y todo. Había sido un día intenso y muy agradable. Y a pesar de no haber montado en bici, tuvimos nuestros peligros.
Dice el refrán que los martes ni te cases ni te embarques. Pues bien, salimos el martes 22 de Octubre, primer día de los tres por delante que ibamos a vivir, con muchos nervios y muchas ganas de pasarlo bien, y la verdad que en este embarque del AQUÍHAYQUEVENIRLLORAO, nos fue todo rodado. Decia Pepe(compañero de coche y de tantos ratos) que salia mucha gente, pero empezó a aclararse a partir de Talavera de la Reina. Recibimos una llamada de Félix, para juntarnos y desayunar, y no fue hasta pasado Navalmoral de la Mata, cuando conseguimos juntarnos. Posteriormente fuimos juntos, uno detrás del otro, hasta ya San Martin de Trevejo.No sin antes llamar a Casa Rural Estrela, que era donde nos alojabamos, para que nos tuvieran abierto.Llegariamos como a las 11,15. Allí estaba la hermana del propietario, que nos saludó, nos dio las llaves de las habitaciones y nos cobró, todo en un pis pas.
Las habitaciones se rifaron.A Felix le tocó con Alfredo, que posteriormente se bajó a la entrada, porque no aguantaba el run run nocturno de Felix; ni Félix los ataques al buen aire de Alfredo. A mi me tocó con Pepe, mas o menos lo llevamos, excepto que no me dejaba cerrar la habitación con llave, porque me pensaba que nos iban a robar, y asi fue. Entró Félix y se llevó la almohada de Pepe(creo que con su consentimiento, je je). Y el último que nos queda es Domingo, que tuvo la suerte de cara y le tocó arriba, donde el buey sólo bien se lame. Tengo que decir que la hermana del propietario nos hizo un bizcocho, que mayormente se comió Alfredo.
Despues de este proceso, nos pusimos en marcha. Cogimos la bicis y salimos direccion Trevejo, por la carretera de asfalto hasta el cruce con Villamiel, donde hay un mirador muy bonito, allí me esperasteis todos.
A partir de este cruce la carretera se embosca, entre un frondoso bosquecillo de castaños, hasta que coronamos todo cuesta arriba. Al bajar dirección Villamiel no nos costó nada llegar a una pista de tierra, que nos condujo hasta el castillo de Trevejo. No sin antes advertirnos por parte de Félix, en una bajada que tuvieramos cuidado, porque a el en una de sus muchas salidas a este bonito entorno, algún desaprensivo colocó un cable de un lado a otro del camino, y que el vio a duras penas. No sabemos que oscuras intenciones tendria el autor de los hechos(y que yo añado, hay que ser hijoputa) Llegamos al castillo de Trevejo y es una pena como están algunos castillos en nuestra España. Este a duras penas se sostiene.
Visitamos las tumbas antropomorficas y nos metimos por dentro del castillo (algunos con bici y todo) El lugar es fantastico,está en un alto desde donde se divisa, Villamiel y los alrededores. Nido de águilas, ciclistas, y templarios que al parecer es la orden que lo erigió.
Una vez que hicimos las fotos pertinentes y los chascarrillos sobre el VERDIN, cogimos las bicis y nos volvimos hacia San Martin, pasando por Villamiel.Subimos y al coronar por la carretera de asfalto, otra vez, cogimos una pista de tierra que da servicio a unas antenas de TV o de telefonia y que despues de muchas curvas y perdidas de ruta, nos llevó otra vez a San Martin. Al llegar al pueblo, hechos polvo, por la ruta, el madrugon y el viaje, nos duchamos y tratamos de recuperar fuerzas(sobre todo Freddy, no se algo de unas judias) 😂 no me acuerdo si fue en los cazadores o en el restaurante de la plaza. Despues no dormimos siesta sino que nos fuimos a Santa Clara, y bajamos por el castañar de Ojesto, en el coche de Alfredo. Que deleite para los sentidos, que belleza, que dos horas maravillosas entre castañas y bellotas y la mejor compañia.
Yo ya lo conocia y nunca dejo de sorprenderme. Las visitas de rigor que hacemos a los abuelos, que nos han visto unas cuantas veces, siempre que pasamos por alli
Y la visita a la casa de los guardas que yo no conocia. Gracias Felix. Aupa AQUIHAYQUEVENIRLLORAO
Empieza el día con una pinta rarita. No sabemos si nos caerá agua o nos libraremos. Juan insiste, repetidamente, en que, a partir de las 12:00 nos mojaremos. Ya veremos.
Los jubilatas se han ido rajando progresivamente y solo quedamos los 29″ currantes para dar pedales esta mañana. Como se nota que los «subvencionados» se van de excursión este martes a la Sierra de Gata.
Empezamos bajando, por variar, hasta el cauce del arroyo seco. La bajada, que antes era muy divertida, hay que tomársela con calma porque tiene unas grietas que como se te meta ahí la rueda delantera la ruta nos iba a durar poco.
Desde el arroyo, subida tendida y bajada divertida que nos va acercando al puente de la Marmota. La trialera de bajada sigue siendo muy divertida y con las 29″ uno va más confiado, tanto que mi primo Juan casi sale por las orejas en un badén.
En el puente de la Marmota un pobre desgraciado había dado un llantazo y estaba en las suelas. Miki, más conocido por «el alma cándida», le regaló su cartucho de aire, cuando aquello no se hinchaba ni con un camión de butano.
La trialera de subida desde el puente es divertidísima, aunque exigente. Juan demuestra que sigue siendo el rey del 1:1 (aunque ya solo tenga un plato) y lo hace sin poner «ni un pinrel». Tras este tramo nos comemos el odioso «sube y baja» y las rectas interminables. Por cierto, a todo esto, se nos han hecho las 12:00 y no ha llovido. ¡Juan, pide que te devuelvan el dinero!
A mi ya me van sobrando algunos kilómetros pero, por fin, llegamos al puente medieval de Colmenar, que, por cierto, se llama Puente del Batán. Estaba más petado que la vía Laietana en día de jornada independentista. Nos hacemos las fotos que acompañan esta redacción y enfilamos hacia Colmenar por la trialera de la izquierda. No nos metemos por el cauce del río porque ya andamos justitos de fuerza y no queremos tentar a la suerte y que, finalmente, llueva (yo acabo de lavar el coche y me jodería un huevo que se me ensuacise)
La trialera es muy divertida y se patea menos que por la otra alternativa. Nos adelantan tres «asistidas» que nos hace pensar si hemos acertado al cambiar a las 29″ o deberíamos haber dado el siguiente paso.
Una vez en Colmenar no nos liamos más y tiramos para enganchar el carril bici que nos lleva hasta Tres Cantos. Como somos unos «quemaos», en lugar de ir placidamente, comentando la jornada, vamos como si hubiérmos robado algo y nos vinieran persiguiendo. En fin, como dice aquel «si es que no escarmentamos».
La temperatura no es muy baja en el pueblo,
pero está nublado, hay humedad y la sensación es más bien de frío.
Son las nueve y estamos en la plaza de toros. Me
entero de que Miki no viene. Es una lástima, porque todos tenemos ganas de
verle y darle un abrazo. Desde aquí le pedimos el compromiso para la próxima
semana. O viene, o vamos a sacarle de la cama.
Nos saludamos a voces y nos preparamos sin
miramientos. Los vecinos de la calle deben estar encantados de que los acompañemos
en el inicio de su domingo.
La salida es por el camino del agua. Una senda
que sube rápido hasta la altura de las Dehesas. Hay que poner el pie un par de
veces obligadas y unas pocas más los que somos más torpes.
huele a otoño
Luego la ruta ya no tiene novedad, poco que
contar sobre la subida a Fuenfría. Arriba mucha gente, bastante aire y un termómetro
que se niega a subir.
¿la aduana de Segovia?
Enfilamos a la Fuente de la Reina por el camino
histórico, que pasa cerca del pabellón de Casarés. La historia lo describe como
refugio de caza y la leyenda como casa de putas. Cada uno que se quede con la versión
que prefiera http://www.devalsain.com/html/casaras.html
.
Cerca de las ruinas
Hoy probamos a dar la vuelta al cerro de la
Camorca al revés, en el sentido de las agujas del reloj (dextrógiro, para que
nos entiendan todos). A mi me ha gustado más, será por la novedad. Tiene una
rampa dura al final, pero no tanto como la primera subida a la que te enfrentas
cuando lo haces en sentido contrario.
La subida de vuelta al puerto se me hace menos dura que otras veces. Parece que el firme ha mejorado algo y tiene menos piedra. No sé si por erosión natural o que han hecho algún trabajo de mantenimiento.
Luego la bajada al pueblo. Trialera o pista, hay para todos. De un modo u otro, completamos alrededor de 40 km y nos quedamos al borde de los 1.000 mts de desnivel. Estuvo bien.
A la hora
convenida estamos los cuatro clavados como un reloj. Es de agradecer la
puntualidad de todo el equipo. Son muchos años juntos y jamás tuvimos problemas
en ese aspecto. Sólo recuerdo una vez que Juan se retrasó en El Cuadrón y se
quedó en tierra, porque no tenía ni GPS ni móvil. Ya hace años.
La ruta empieza en el camping de La Cabrera. Tomamos la carretera en dirección a Valdemanco, y en unos metros se deja el asfalto tomando un caminito a la derecha en paralelo a la carretera. Ya en el kilómetro 1,7 giramos a la izquierda dejando definitivamente la carretera. A partir de aquí se suceden muchos sube y baja con algún repecho corto pero intenso. La imagen no hace justicia con la pendiente.
En el kilómetro 4
en el cruce giramos a la derecha en dirección norte, sucediéndose caminos
complicados que nos obligan a esforzarnos continuamente. Un poco mas adelante
salimos a la carretera M-610.
Tomamos un camino
paralelo a nuestra izquierda dejando la carretera a la derecha. Llegamos casi a
Valdemanco, atravesamos la carretera que viene de Cabanillas, y giramos a la
izquierda por un caminito divertido que va paralelo a la vía del tren con vistas
de la zona.
Constantemente y desde varios ángulos podemos observar la horrorosa urbanización que más parece una cárcel que otra cosa. Debe vivir poca gente porque hay mucha uniformidad en cierres y nulo movimiento.
Los pedregales nos ponen a prueba y ya en varios sitios nos bajamos para pasar algún obstáculo que a todos nos parece infranqueable, salvo al «odioso» Alfredo. Con toda naturalidad, se salta una piedra como para dar una voltereta con tirabuzón. En el kilómetro 9 giramos a la derecha y por un puente pasamos por encima de la vía del tren. Ahora vamos en dirección norte por un gran lanchar de granito bastante técnico y cuesta arriba, hasta casi llegar a la carretera M-610 (Valdemanco – Bustarviejo). Parece mentira cómo se complica y cómo cansa el pedregal que apenas tiene desnivel, pero que nos fatiga por la dificultad técnica.
A partir del kilómetro 10 empezamos a bajar por un tramo trialero bastante divertido y muy cañero, hasta llegar a un cruce de caminos en el kilómetro 12, donde giramos a la derecha por una zona de canteras con bastantes piedras y dificultades técnicas. No me explico cómo, pero después de pasar por múltiples obstáculos de lo más jodidos, en lo más fácil me clavo con la rueda delantera en un arenal y prácticamente parado, me caigo encima de una roca de granito. Balance de heridas: leves arañazos en el brazo y moratón en la pierna.
Sobre el kilómetro 14 llegamos a las instalaciones de una de las canteras, aquí giramos fuertemente a la izquierda para ir en dirección norte llegando casi al cruce anterior.
Seguimos por camino dificultoso con tramos muy técnicos en bajada hasta llegar a cruzar los arroyos de Carreras y del Molino de la Huesa. Intento seguir a ratos la estela de Alfredo. Imposible. Apenas me mantengo cerca los primeros metros porque enseguida se escapa. Hago la mismas trazadas y me pega el pedal en una roca que casi me tira si no fuera porque saco el pie y me equilibro. ¡GRRRRR!
Éste chico además
de uncido, está ungido por la mano de Dios que le ha capacitado con el sagrado
designio de pasar por los sitios más jodidos sin caerse, para regocijo propio y
exasperación de sus admiradores. Caaaaabrón.
-Rufi, me ha
dicho Alfredo que ponga que se ha hecho sangre, para tu tranquilidad y que no
te chinches. Nada importante. Un arañazo mínimo con una rama en un dedo.-
A partir de aquí la dificultad técnica empieza a disminuir, rodando por algún tramo de pista, paralelos a la carretera M-833. Un poco mas adelante accedemos al camino que hicimos al principio de la ruta, que nos conducirá por el mismo camino que a la ida, ahora en suave subida, hasta La Cabrera.
A las 13:30 comiendo en el restaurante de al lado de la gasolinera. Buena comida y sitio agradable que nos deja poner las bicis en la entrada donde todo el que pasa admira las Trek. Juanlu no se queda porque come con su mujer. Chaval, dile a María que a lo largo de la semana lo más divertido que hacemos es dar pedales y comer con los amigos. Bueno, vale y ese ratito con ellas. A veces, no sabemos que nos divierte más. Ni en qué orden.
La salida está en el mismo parking del restaurante “El Anzuelo”. Se encuentra en el lado derecho de la M-604 viniendo de Madrid, pasado Quiñones del Molino y justo después de la carretera que lleva a Canencia.
Esta primera parte transcurre por las dehesas del arroyo de la Pajarilla disfrutando de las vistas de los montes de Canencia y Valle del Lozoya. Después se toma otra pista que termina rebasando por un puente un ferrocarril.
Tras cruzar la carretera que va a Canencia, tomamos otra pista mucho mas ancha y limpia, el camino de Canencia a Garganta de los Montes al Puente de Matafrailes. Tras la pista sube para bajar de nuevo hacia el Puente del Congosto (en restauración).
Nos aproximamos al Embalse de Pinilla y en un cruce bajamos a la izquierda. Aquí hay que estar atentos para no pasarse un desvío no muy evidente a la derecha de la pista que se adentra por el interior del puente que atraviesa por encima la carretera. Tras rebasarlo viene una rampa a la derecha cuyo final inicia hacia la izquierda el sendero por la Umbría del Chaparral .
En este tramo transcurre por un precioso robledal y es clave coger el camino correcto. Aquí es muy importante estar atentos a seguir el track porque es fácil perderlo además de caerse o engancharse en zarzas, pero es lo que más merece la pena de la ruta. Incluso vimos algún zorrillo. Al principio hay que ir paralelo al arroyo Gallina para luego seguir por el arroyo Villar que hay que vadear varias veces. La salida del bosque acaba con una subida que confluye al Camino de Lozoya a Navarredonda. Se trata de una pista ancha con algún repechón. Justo a la izquierda a la entrada de Navarrendonda hay una fuente.
Salimos del pueblo subiendo para llegar a otra
zona de bosque abierto que nos lleva a cruzar el arroyo del Chorro. Aquí aprovechamos para tomarnos nuestro
tradicional plátano. Poco después se llega hasta la pista que lleva a la
Chorrera de San Mamés, que esta vez no subimos porque suposimos que no tendrían agua (y, todo hay que
decirlo, por su desnivel medio del 12% con repechos del 20).
Seguimos por un falso llano, y después de una bajada, llegamos a un arroyo al pie de un viaducto de la antigua línea FFCC Madrid-Somosierra que termina en un túnel. Poco después llegamos a Villavieja del Lozoya, atravesándolo, en dirección al embalse de Riosequillo.
Lo que sigue son pistas anchas con algo de arena y bastantes piedras. En uno de los múltiples quiebros, se perdío uno de nosotros (JC Forever), teniendo que volver por la carretera. La cañada del Zarzo de Cabañeros nos llevó hastaPinilla de Buitrago donde no entramos, girando a derechas y metiendonos en la cañada de la Cerrada de Garay. Ésta nos acabará llevando a la M-604, por la que volveremos al restaurante de partida donde se supone que nos esperaba un potaje que nunca pudimos comer porque se acabó. Unas cervezas nos consolaron de tan terrible final.
Salimos de la gasolinera, esa que hay antes de llegar a Miraflores. Da el sol, pero la temperatura al aparcar es de 11ºC. Está claro que va a subir rápido y no hace falta abrigarse. Dejamos en el coche la rebequita de Fernando.
(vale, es un selfie, no pidáis milagros)
Pues resulta que se sale bajando un poco -no
mucho- y los brazos se erizan como lija del siete. Agradecemos el giro a la izquierda
y el inicio de la primera subida.
Bueno, tampoco hacía falta tanto. La primera es
de las más duras. Enseguida pide desarrollo corto y las gotas de sudor empiezan
a gotear de la nariz al cuadro de la bici.
Cuando te comes el aperitivo y cruzas hacia el camino clásico de la Hoya, me acuerdo del intento anterior, que tuvimos que abortar por avería en la bici de Domingo. Esta vez no. Hoy nos la hacemos enterita sin excusas.
Por aquello de no hacer esperar a Fernando, intento dar caña, en la medida de lo posible, y la ruta que prometía ser facilita, llevadera, distraída; pues se me hace dura de cojones. Una de esas en las que parece que no acabas de subir nunca, que cuando te crees que ya está todo hecho, la siguiente curva te vuelve a mandar para arriba ¿pero cómo es posible?
Sobre el track original que tenía, el desnivel completo de la ruta eran 625 mts, algo más que moderado. Resulta que no, que supera los 800 mts, que la pista tiene su gracia, porque hay muchos tramos con grava que te retienen o te hacen derrapar. Y que las pérdidas de altitud se concentran en un par de trialeras más bien exigentes. Muy bonitas, eso sí, pero exigentes.
Con todo, el día está de lujo, la temperatura
perfecta (después de los primero diez minutos) y el paisaje es genial.
Sin perder tiempo y con pocas paradas de
plátano y foto, llegamos al coche a eso de las 12:30 y nos volvemos a casa en
hora para el aperitivo.
Como curiosidad, mi bici suena cada vez más,
pero después de lavarla y buscar en detalle sigo sin encontrar nada en el cuadro.
A no ser que parta y me desmonte, hay Orbea para rato. Lo siento por los “haters”
que opinan más de lo que deben, pero a mí, mi bici me gusta.
Inaguramos el otoño con una ruta fácil y agradable,
de esas que no te das una gran paliza, pero te justificas como que “has salido”.
La ha buscado Domingo, intentando que tuviera algún tramo distinto a los que ya
conocemos, que por esa zona no es sencillo.
Quedamos tarde y salimos más tarde aún, por
evitar atascos, que los madrileños se siguen empeñando en ir a trabajar en
coche desoyendo a las autoridades y molestan a los jubilados que queremos
salir. Para nosotros no oí ninguna campaña que nos empuje al transporte
público.
(yo también iba de verde…)
Pues eso, que empezamos con la subidita hacia
San Lorenzo y, además, por carretera. De ahí subimos a la silla y cogemos pista
en dirección a Zarzalejo, que atravesaremos a la ida y a la vuelta.
Luego pista, a enlazar con la M-521 y subidita
para coronar el minipuerto. Ni larga, ni exigente, pero es la tercera “tetita”
que nos chupamos en la ruta.
De ahí, ya sabes, hay un sendero que sale del
alto y lleva a la ermita de San-no-se-quién, aunque el track nos manda por carretera.
La ermita queda algo escondida y no tiene más mérito que haber disfrutado allí
ya varios plátanos en compañía de los amigos.
Creo que la última vez salimos a una trialera
de bajada pronunciada, pero hoy nos saca por pista hasta una urbanización de
Robledo, con alguna casa cara. Nos llama la atención una tipo bunker, tanto la
casa como la valla. Hay arquitectos que no se les puede dejar solos. Con lo
fácil que sería decirle “oye, haz otra casa como las del pueblo, las de siempre”.
De Robledo a Zarzalejo tenemos el cuarto y
último repecho significativo de la ruta. Es una pista lista, pero de esas de
piedra pequeña y suelta que te obligan a apretar el culo contra el sillín y
mantener un desarrollo muy corto hasta arriba. Luego sendero paralelo al tren y
de nuevo cruzamos el pueblo desandando el mismo camino.
Hacia El Escorial escogemos el camino bonito, el
que es algo más técnico y tiene un trozo de calzada romana. Se lleva bien y
llegamos al final con el desgaste justo.
Comimos donde siempre, pero hemos visto un bar
de pueblo antiguo, que tiene alguna mesa fuera y salón en el interior. Los
parroquianos de la hora del café tienen aspecto de ir cargaditos de Fundador y
se sientan fuera oreando la barriga y fumando. El menú que ofrecen es de ocho
euros, con tres primeros y tres segundos. Se llama El Muro (Calle de Alfonso
XII, 2, 28280 El Escorial, Madrid). Si hay güevos, el próximo día probamos.