Ya teníamos ganas de que nos lloviera encima y hoy lo hemos conseguido. Alguna nenaza que dice que en la OJE se curtió en mil batallas, se ha encogido con las cuatro gotas que anunciaba la AEMET. Para mi que en vez de la OJE, estuvo con Las chicas de la Cruz Roja.
Por la carretera algunas gotitas amenazantes nos acompañan hasta llegar al polideportivo de Tielmes. El sitio elegido no puede estar más concurrido a eso de las 8:30. Todos los servicios municipales se congregan allí para repartirse el curro. Y nosotros que queríamos pasar desapercibidos, no podemos dar más el cante. A toda prisa nos cambiamos, no vaya a ser que l municipal nos haga el interrogatorio para el cual, ya tenía yo preparado mi réplica.
Cómo lo de Pepe no es elegir rutas, estudié con el IBPindex la que había preparado el día anterior. El recorrido tenía una pinta excelente si no fuera porque presenta unas cuestas del 19% de desnivel en algún tramos y otras cuantas que oscilaban entre el 13 y el 18%. Obviamente no era el día apropiado por el terreno embarrado y por el lamentable estado físico que el confinamiento nos ha dejado a los tres osados. Si más, decidimos hacer la ruta propuesta por Domingo.
Empezamos con lluvia apenas llevamos un par de kilómetros y va arreciando según avanzamos a buena velocidad dada la escasa dificultad del terrreno. El campo está guapo. Algunas partes muy verdes y otras más bien secas, lo que nos anuncia que queda poco de la primavera robada. Los pajarillos nos deleitan con sus trinos cada vez que para de llover y asoman claros con algún que otro rayo de sol.
Cuando nos damos cuenta estamos llegando a Estremera después de 22 kms que nos hacemos en un pispás. Ahí decidimos aceptar la oferta de Pepe de tomar un café antes de retornar por el sitio que vinimos. Con muchas reservas y tocando lo menos posible todo, nos tomamos un café después de despojarnos de las mochilas, guantes e impermeables totalmente mojados y llenos de barro a pesar de que hemos ido por la vía de lo que en su día fue de tren y ahora adecuadamente habilitada con asfalto.
En el camino paramos un rato para probar el arma mortífera que Pepe nos ha preparado. Un tirador de tamaño minúsculo hecho con alambre de percha de las que regalan en el tinte y unas gomas de Aliexpress. Nos sorprende lo fuerte que salen las piedras, capaces de llegar a unos 30 o 40 metros. Los primeros 10 con bastante fuerza y rectitud.
Domingo se tatúa el plato grande
Volvemos al cruce donde decidimos seguir hasta el otro ramal que nos lleva a Ambite. A velocidad crucero y a ratos mojándonos; pero menos que al principio, llegamos al final y retornamos hacia el coche.
Los campos de cereal, suponemos que es cebada, contrastan con el cielo oscuro.
Llamamos a Juan Carlos que está en Carabaña para decirle que reserve restaurante cerca de su casa. Al llegar a los coches nos cambiamos a toda prisa para no tentar a la suerte y nos dirigimos a casa de J Carlos, que nos recibe efusivamente con unas cervezas. Lavamos las bicis Domingo y yo, porque están hasta arriba de barro y después de descansar con las birras sentados en su porche, nos vamos a comer.
Nos apretamos unas judías asturianas y unas croquetas de espinacas y bacalao muy decentes acompañadas de un vino espantoso, -de los que joden la gaseosa-, su postre y café por sólo 11 euros.
Ya se nos va quitando el miedo del coronavirus aunque evitamos tocar lo que no sea imprescindible. J Carlos nos machaca con su discurso doctrinante a base de conspiraciones judeo-masónicas internacionales que se dedican a jodernos la vida. Todo argumentado con una serie infinita de datos, según el contrastados y que defiende vehementemente. A pesar de intentar varias veces que baje el volúmen y que cambie de tema, no lo conseguimos. Sólo cuando se percata de que ya nos está jodiendo la comida, se va relajando. Un poco conspiranoico el muchacho al que queremos a pesar de todo.
Con las mismas volvemos a su casa donde nos invita a un café que amablemente declino, pues me apetece más volver a casa para quitarme el barro y recoger todo.
En fin, otra mañana salvada del confinamiento a base de parecer unos delincuentes que diría uno que yo me sé.
En las terrazas se agolpan manadas de irresponsables que vociferan exhalando todo tipo de gotitas sospechosas y virulentas, mientras consumen cerveza como si no hubiera un mañana.
El carril bici es una peligrosa fuentes de contagio. En dos metros de ancho te cruzas con innumerables ballenatos con caras de color rojo chillón, que emiten más partículas altamente peligrosas que una central nuclear. Más aún, cuanto mayor es la cuesta que enfilan con sus anacrónicas bicicletas. Es curioso cómo una situación de alarma, ha generado un sinnúmero de nuevos deportistas.
Y nosotros esperando para que nos dejen salir a sitios en los que difícilmente nos cruzaremos con algún bípedo mamífero. ¡Ya está bien! Llevamos dos meses y medio en la jaula y estos pájaros ya no cantan. Y empiezan a perder las plumas.
Y así, por las bravas, decidimos que es el momento de salir a dar un rulo antes de que se agosten las flores y el campo pase de verde al amarillo (como los putos chinos, que nos han robado la primavera).
Elegimos El Molar y quedamos en las afueras. Aparcamos en la cuesta del cementerio, donde supongo que habrá menos posibilidades de que tenga que contarle al municipal, el recitativo que vengo preparando durante el viaje en el coche.
El saludo de Alfredo ha sido muy elocuente: «Te veo más fondón». Siguiendo el mandato de Dios, que con su infinita misericordia nos inculca cada día grandes dosis de benevolencia; decido no contestar con soeces a este facineroso que sin duda tuvo una infancia difícil, lo que le forjó un carácter tan hostil y falto de delicadeza.
Comenzamos a bajar hacia el Azud del Mesto disfrutando de una temperatura fresca y una humedad que nos recuerda la tormenta del día anterior. ¡Qué delicia! Una vez dentro, recorremos su angosto camino que nos deleita con el verdor mantenido a pesar de los calores de días pasados.
Salimos a los caminos del Canal para enseguida meternos en la Dehesa de Moncalvillo donde de nuevo el olor a tierra húmeda, el cantar de los pajarillos y el constante saltar de los conejitos, de apenas dos meses de vida, me recuerda que estamos en primavera.
Varios repechones con subibajas constantes nos alerta de que nuestra mejor forma física está lejos y que nos costará algunos sudores y dolores musculares. Y en esto, que llegamos a la charca donde nos espera una cigüeña a la que interrumpimos su almuerzo a base de ranas y culebras. Y asoma tímidamente un galápago pequeño al que no puedo fotografiar.
Se nos cruzan varias veces parejas de abubillas que con su colorido y peculiar forma de volar, nos llama la atención. Algún cuco tardío sigue cantando su monótona canción. Milanos nos sobrevuelan en busca de algún inexperto conejito que llevarse al nido para disfrute frugal de sus polluelos y una decena de buitres leonados vuelan en círculos olfateando algún resto putrefacto de ganado o algún ternero recién nacido que atacar si su señora madre vaca no está atenta a la jugada.
Llegamos a la pradera donde retoza el ganado y los caballos con sus retoños de apenas unos días. Tengo que decirle a Alfredo que no tiente la paciencia de las vacas que estando recién paridas no están para bromas de su célebre grito: «Cuchaaa». O son sordas, o ya conocen a este ciudadano del barrio Salamanca.
Hacemos una variante para no repetir la subida desde el Azud. Bajamos una carretera harta conocida que luego hay que subir con su correspondiente 10% de desnivel para llegar a Pedrezuela. Nos encontramos a los municipales despistados y hacemos un mutis por el foro antes de que nos pregunten: ¿y vosotros dónde váis? Yo estaba mentalmente preparando el recitativo, a la par que daba pedales con mayor entusiasmo que en la cuesta previa.
Y nos plantamos en el coche a las 12:00 donde después de una brevísima despedida, cada mochuelo a su olivo.
Os dejo una famosa aria que a buen seguro Rufi conoce. Atentos a sus célebres nueve Do de pecho de Pavarotti y cuyo nombre va al pelo: «Ah! mes amis, quel jour de fête!» de Donizetti.
12-06-2001 Cuarta ruta: La Iruela–Parador El Adelantado.
Para rematar la excursión, decidimos dar un descanso a nuestras cabalgaduras y hacer una excursión a pie desde La Iruela –situado en la falda de la montaña, por encima de Cazorla- hasta el parador El Adelantado.
Subimos en coches hasta la ermita de Virgen de la Cabeza y desde allí localizamos el camino, de acuerdo con las explicaciones del hijo de la posadera.
Se inicia por una senda poco definida y muy escabrosa, debido a la zona rocosa que hay que atravesar y el desnivel que se supera en el primer tramo.
Vamos bordeando montañas hasta encontrar un caserón abandonado, situado en un cerro con vistas al cementerio de La Iruela –creo-.
Aquí nos despistan un poco las señales del GR-7, que nos dirigen hacia fuera de la montaña. Tenemos que reflexionar sobre el mapa (Félix, que se las da de Dr. Livinstone) y desandar parte de lo andado, para continuar la ascensión por el camino principal.
Cuando vamos subiendo, nos damos cuenta de lo jodido que les debió resultar a los dos chicos de Madrid, que además cargaban con las bicicletas.
Superando las cumbres más altas, llegamos a un collado con dos cerrados metálicos vacíos. Puede que fueran para guardar ganado o recriar caza, pero no se ven signos de animales. ¡A lo mejor es que van a poner antenas de móviles, que es mucho menos romántico!
Desde este punto surgen dos caminos: el de la izquierda, se dirige al parador; y el de la derecha, en dirección al nacimiento del Guadalquivir. Este segundo debió ser el que cogieron por error los chicos de Madrid.
A partir de este punto, hay un camino suave, que mantiene la altura constante, bordeando varios picos a media ladera.
Finalmente nos situamos sobre el parador y, desde ahí, bajamos con bastante pendiente, pero con buen firme.
En el parador nos comemos unos bocatas y unas cervezas, sentados en la terraza con vistas a la piscina y al jardín de hierba. ¡Se está de muerte!
Iniciamos el viaje de vuelta desandando el mismo camino, pero ya sin dudar. No siento cansancio muscular, pero si sufro por las articulaciones de las rodillas ¡Hay que joderse! ¡Que viejo me estoy haciendo!
Llegando hacia el final, coincidimos con un pastor, que ha dejado por allí su rebaño de cabras y hace parte del camino con nosotros. Es un tipo simpático que nos cuenta cosas de la sierra, del ganado y de los “miles de millones” que se han gastado en poner cartelitos con el nombre a todo e indicar hasta donde llega el parque ¡joder! ¿Acaso es que no lo sabemos ya, y cómo se llama cada cosa?, nos dice muy enfadado.
Llegamos a Cazorla, recogemos los bártulos y nos vamos para el Foro.
El viaje en coche dura un poco más e 4 horas, pero es que con el tractor que llevamos nos se puede correr mucho más.
Dejo a Félix en su casa y me voy corriendo, pues estoy deseando ver a Carol y los niños.
Este ha sido uno de esos caprichos de chico grande, en los que todo sale bien y disfrutas como un crío. Hay que empezar a pensar en el del próximo año.
Nos dirigimos a la sierra de Segura para hacer la ruta programada, pero resulta que está lejísimos y tardamos mucho en llegar. Este parque es más grande de lo que parece.
Cuando por fin estamos en Hornos, nuestro punto de partida, son las 12 de la mañana y, aunque sin confesarlo, estamos vagos.
Una vez aparcado el coche, vamos a lavar un poco de fruta y a llenar los botes de agua para prepararnos para la ruta:
–Por favor ¿Dónde está la fuente?-Aquí mismo
-¿?…Oiga, por favor, ¿Sabe dónde está la fuente?-Aquí mismo
..Joder, otro!
Al final la encontramos dentro de una especie de parque. Mientras lavamos la fruta, preguntamos a otro lugareño:
-Oiga ¿Dónde se puede comer por aquí?-Aquí mismo!!!
…Cachondo el amigo..
Ya puestos, entablamos relación con el lugareño. Un morlaco con cara de animal que a duras penas cabe en la silla de en la que está tirao (que no sentado):
–Oye, ¿tu sabes si por este camino se puede dar la vuelta al pantano en bici?Si, seguro; tienes unos 80 Km
Se une a la conversación un espontaneo y asegura que no, que es imposible; que hay unos barrancos de la hostia y que no hay paso mas que trepando con la bici al hombro.
Claro que el morlaco no se da por vencido:¡Joder! ¿No ves que llevan montangüais? Seguro que si que pueden.
Afortunadamente, decidimos no hacer caso del “gorrino” gordo y seguimos el plano. Va a tener razón el Félix cuando dice que la gente de los pueblos no son fiables para hablarte de la zona donde viven, aunque ellos crean que sí.
Empezamos la ruta saliendo del pueblo con un descenso suave que, después de cruzar dos pequeñas aldeas, nos sitúa al borde del pantano del Tranco. Allí nos despistamos un poco y tenemos que volver sobre nuestros pasos y preguntar por la senda que queremos coger. Nuestro objetivo es llegar a la aldea de los Montalvo (antojo personal, lógicamente). Nos han dicho que por el camino vamos a encontrar un par de cortijos habitados por comunas de hippies.
Preguntamos a un vejete que encontramos en la carretera, que tiene una mirada muy inteligente, pues es capaz de mirar a sitios distintos con cada ojo, mientras habla con una tercera persona que evidentemente, cree que no le están haciendo ni puto caso.
–Oiga, por favor, ¿para ir a la casa “los Montalvo”?Muy fácil: En subiendo por el cortijo de la vereda de encima de la derecha, la de la izquierda que está a la derecha del cruce de encima de la casa.¡Está claro! No hay pérdida
Al final nos decidimos por una pista de ínfima calidad que sube y ¡joder como sube! Nos metemos cerca de 3 km con el 1-1 y con muchas dificultades para no poner el pie en tierra (Félix sí. Ja, Ja, Ja –de algo me tengo que reir con lo putas que me las hace pasar-).
La pendiente es horrible y el firme son todo piedras sueltas. Por si fuera poco, nos van comiendo unas moscas enormes, que te pican a través de la camiseta y cuando las das un palmetazo, ni se enteran.
Cuando estamos casi arriba, nos mosqueamos. Se nos junta la vaguería, la hora, el hambre y la mala leche por el calor y los bichos…
Félix, vámonos! Joder, estaba deseando que se lo dijera, así que damos media vuelta y echando hostias para abajo.
Vamos de camino a Hornos por una pista agradable, junto al pantano. Cuando salimos a carretera se nos nubla y caen algunas gotas en el puerto de subida –duro de cojones-, aunque al final no llegar a llover fuerte.
Comimos en el restaurante que nos recomendaron (“aquimismo”) y después damos un paseo por el pueblo y el castillo.
La vuelta en coche es un viaje largo y coñazo. Paramos en el parque cinegético a dar una vuelta y los “cochinos-jabalines” se nos acercan como si fueran ovejas, para que les demos comida –si te descuidas se meten dentro del coche-. Les repartimos unas manzanas y nos hacemos unas fotos.
Una vez en Cazorla vamos a cenar al Sarga. Todo está muy bueno, pero al salirnos del menú, ya no es tan barato.
Empezamos la ruta tarde –a las 10h- dejando el coche en el kiosco que hay junto a la cerrada del Utrero.
El camino empieza bonito y suave hasta el camping de los Linarejos. Después empezamos a subir (no mucho) y el firme empieza a empeorar. Vemos un par de Bambies, que deben estar puestos de reclamo.
Al meternos en el inicio del puerto tenemos que hacer más camino andando que en bici, por que el camino está muy estropeado. Son todo piedras sueltas que hacen que te la vayas jugando continuamente. Yo tengo un par de “¡Uys!” y voy con más miedo que vergüenza. El puerto se llama “del Calvario”, ¿por qué será?
En la bajada nos volvemos a encontrar con el grupo de ciclistas que estaba ayer en el nacimiento del río, que están haciendo la ruta al revés. Van de machos, pero cuando les toque bajar el puerto que nosotros hemos subido, se van a arrugar seguro.
Cuando estamos justo en mitad de ningún sitio, se pone a llover con bastante fuerza. El paisaje es precioso. Nos metemos en un circo rocoso que es imposible describir y unas nubes cargadas de agua nos hacen totalmente de tapadera. La situación sobrecoge. ¡Menos mal que somos hombres de acción! (y que ya somos muy grandes para andar llorando). Nos refugiamos de más fuerte del chaparrón debajo de un árbol (a pesar del refrán).
Cuando el tiempo abre un poco, continuamos por el camino, que también ha mejorado.
Bajamos poco a poco hasta llegar al cruce con el camino que conduce a la cerrada del Elías. ¡Estamos ya hasta los güevos!
Como es muy tarde, decidimos continuar hasta la piscifactoría y comemos en el restaurante Los Monteros (caldereta de cordero y guiso de gamo con ensalada. Está muy bueno).
Como no nos queremos quedar sin ver la cerrada del Elías (el Félix, que a mí me da igual), volvemos atrás y nos la hacemos –merece los 10 km de regalo que supone-.
Volvemos por carretera, parando en la Torre del Vinagre. El museo de caza sólo abre de lunes a viernes y por la mañana ¡Joder que morro!
Nos enfrentamos con paciencia a los 22 Km de carretera que nos quedan. Los primeros son agradables, pero los 4 ó 5 últimos son un medio puerto que nos deja hasta los cojones de bicicleta –incluso a Félix-.
¡Ya estamos en el coche! Son las 8 de la tarde y está atardeciendo…Pero, aquí al amigo se le ocurre que es un momento ideal para acercarnos a la cascada que vimos ayer en la cerrada del Utrero.
Paseíto andando, con un par de pasos difíciles por rocas que, a un hombre de acción (bancaria, se entiende) como yo, se las hacen pasar putas. Paso mucho miedo y no me siento nada cómodo. Al fin y al cabo, la cascada está muy bien y no vamos a consentir que Félix lo cuente y yo no. Acabamos las fotos del carrete que nos quedan aunque, como es casi de noche, probablemente no se aprecien muy bien.
Este paraje para nosotros dos solos es una chulada…lástima, es en uno de esos sitios que, si el otro fuera tía, no se te escapa…¡a donde coño va a ir!
Vuelta atrás, cogemos el coche a las 21:30h y a las 22:00 estamos entrando en Cazorla.
Pensamos cenar en el Sarga, pero no han abierto hoy tampoco, así que volvemos al sitio de ayer y nos comemos unos espaguetis, que no nos vinieron nada mal.
Estamos tan hechos polvo, que no sé de que vamos a ser capaces mañana.
El día ha sido francamente duro, no sé si por la caña que nos hemos dado o por la acumulación de ayer. Éste dice que me ve más flaco. ¿Será verdad?
Río Cabrillas, cerca de Taravilla – Juntas y Puente de Peñalen- Remontando el Tajo hasta puente San Pedro y vuelta.
Ayer pagamos el alojamiento mientras estábamos en el disco-bar, así que cargamos los bártulos y salimos en marcha por la mañanita temprano. A las 8:10 h. estamos desayunando en el bar de Plácida. Le pedimos también que nos prepare unos bocatas para llevar.
A las 9:10h. estamos en el cruce de la carretera de Taravillas –en obras- con el río Cabrillas.
Arreglamos un pinchazo más en la bici de Julio y a las 9:30 h nos ponemos a dar pedales.
El objetivo es recorrer una gran parte del río Cabrillas hasta su unión con el Tajo y después seguir el curso del Tajo hasta el puente San Pedro.
Félix estima unos 50 Km. en total, mi cálculo dice que sesenta Km. (de todos es sabido que los Kilómetros de Félix son más grandes).
La primera parte del camino, hasta el puente de Peñalen, ya lo conocemos del primer día, pero no por ello nos gusta menos. Pasamos el río Cabrillas por la pasarela de troncos y tablas, llegamos a la fuente de La Reina, aunque la posición del caño de agua con respecto a la figura de la reina, le asemeja más a su marido y, por cierto, en esta época del año nuestro rey no padece de próstata pues el caño es gordo y con presión.
Sólo hay fotos mías porque no teníamos cámara digital y éstas las escaneé hace años
Cruzamos el puente de Peñalén y estamos a punto de equivocarnos de ruta. Esta vez es Félix el que se da cuenta y corregimos enseguida.
La pista es buena y fácil. Como solo vamos tres y con ansia, nos la vamos comiendo a buena marcha.
Hacemos muchas fotos a la peña Horadada y a distintas vistas sobre el Tajo. Félix sigue chupando cámara como toda la excursión ¡Es más presumido que una corista principianta!
Llegamos a nuestro destino en Puente San Pedro en un total de 3 horas.
Mientras nos comemos el bocata, vemos pasar varios coches de época conducidos por carrozas con pinta de guiris. Nos hacemos una foto con dos de los coches que han parado allí, aunque nos son los más bonitos.
Iniciamos la ruta de vuelta despacio, para ir haciendo la digestión sobre el sillín. Pero poco a poco vamos (van) subiendo el ritmo.
En el camino de vuelta paramos menos, aunque no pasamos de largo los puntos más espectaculares.
En uno de los puntos vemos una culebra cruzando el camino y nos paramos a hacer fotos.
Mientras estábamos contemplando la bicha, se acerca una bici en sentido contrario al nuestro. La primera que nos cruzamos después de más de 40 Km. de recorrido.
Es una mujer fea y gorda, que se para al vernos y contemplamos juntos la serpiente. Va sola (esto vale para la serpiente y para la gorda) y con el cambio de la bici roto (lógicamente esto solo vale para la gorda, ya que la culebra se va arrastrando).
La Specialized de Alfredo al río
Intentamos reparar la bici, y lo único que conseguimos es fijar el desviador en un piñón cómodo y que use los platos para cambiar. También corregimos la postura del sillín, que la debe ir jodiendo (literalmente).
Cuando nos despedimos de ella, los tres estamos sorprendidos (y Félix casi preocupado) por el coraje o la inconsciencia de esta mujer, que se vienen desde Madrid con una bici prestada y se mete en una ruta de distancia similar a la nuestra, en la que además tiene pocas oportunidades de encontrar ayuda. ¿dónde habrá terminado la ruta? ¿dónde habrá pasado la noche?¿quién la habrá sacado apuro? Está claro que ella sola no puede.
Seguimos camino a buen ritmo. Yo me encuentro cada vez mejor y no me cuesta pasar los repechos pedaleando de pié.
Las botrancas de cuero que pesaban como un mal matrimonio
Llegamos al coche a las 3:45h tranquilos y contentos. Hemos conseguido desquitarnos de lo de ayer y recorrer los cañones más representativos de la zona.
Esta ha sido una excursión muy turística, larga y tranquila. A diferencia de la anteriores, que tenían un trazado más deportivo, ésta es un paseo sin dificultad ninguna.
Cargamos las bicis en el coche y emprendemos tranquilos el viaje de vuelta, totalmente satisfechos. Por cierto ¿por qué coño llevamos todo el día oliendo a chorizo frito?
Estos caprichos de chico grande nos devuelven a todos un poco a la infancia y sacan de todos nosotros ese espíritu emocional que reacciona frente a la aventura con excitación y ganas de conquista.
Hay muchas veces que vas buscando más el “a ver que pasa” que el reto deportivo.
El grupo encaja perfectamente en todos los aspectos. Se combinan encajando a la perfección el carácter deportivo, con el cerebral; el relajado, con el superactivo; los menos habladores, con los que no paran de hacer bromas… Todo este espectro de caracteres coinciden con unas capacidades físicas y de sufrimiento que hemos ido amoldando y adaptando como piezas de un puzle durante todas las salidas que hemos hecho juntos.
No es fácil a nuestra edad llegar a construir un grupo tan homogéneo y tolerante entre si, tanto en el aspecto deportivo como en el comportamiento.
También creo que durante la excursión todos hemos aprendido cosas sobre la bici (y bajo la bici), sobre la zona que hemos visitado y, probablemente, sobre nosotros mismos.
De las experiencias individuales que nos llevamos cada uno estoy seguro que puede sacarse un denominador común: ¡HAY QUE REPETIRLO!
Peñalén, miradores del Tajo, Senda Sardinera, Maribrava, Miradores del Tajo, Fuente de la Teja, Peñalén….¡O eso creíamos nosotros.
Alfredo y Juan se han marchado. Félix se ha quedado con la bici de Alfredo, ya que la suya dice que no anda más. Los demás nos vamos a hacer la ruta 21, que empieza en Peñalén y discurre por el cañón del Tajo.
Está calificada como difícil: aunque sólo son 25 Km, tiene una bajada y subida muy pronunciadas.
Desayunamos en casa Pura, con las bicis ya cargadas en el coche, y nos ponemos en marcha.
El camino en coche hasta Peñalén es lento. Aparcamos en la parte alta del pueblo. Hace mucho aire y la sensación es fría.
Llenamos los botes de agua en la fuente del pueblo y salimos siguiendo las indicaciones del rutómetro del libro. Coronamos en la carretera y nos salimos a una pista que da acceso a una mina de caolín y continua hacia la llanura de pinares que hay sobre el barranco.
El camino es llano y bueno, Las dificultades anunciadas no aparecen.
Félix, Julio y Miguel van adelantados, siguiendo la ruta del GPS. Paramos en una pradera bonita, entre pinos, donde hay un pozo cubierto con una bomba de agua como las del Far West, para llenar unos abrevaderos de ganado.
En este punto nos damos cuenta que la ruta está equivocada y que teníamos grabada en el GPS la versión larga de la ruta, que coincide en algunos tramos con la que queremos hacer.
Desandamos gran parte de lo andado, que es fácil dada la calidad del camino, llegando hasta lo que nosotros creemos que es la Hoya de Miguel: un llamativo hundimiento del terreno de unos 6m. de fondo y un diámetro de 5m.
Ahora creemos haber retomado el desvío correcto, aunque el rutómetro ya nos sirve de poco, porque no podemos situar sobre el terreno los puntos kilométricos a los que se refiere.
Cambiamos repetidas veces de camino, tratando de acercarnos al barranco de Despeñaborricos, pero nuestros intentos son fallidos. Seguimos recorriendo caminos bonitos, pero sin resultado.
También intentamos orientarnos recorriendo un corta-fuegos que creemos haber localizado en el mapa. Por un nuevo camino llegamos finalmente a un precipicio sobre el Tajo.
Encontramos ruinas de lo que puede haber sido una arrastradera de madera (o así lo nombra el rutómetro). Se trata de un canal de piedra muy deteriorado, que también podría haber sido una trinchera.
La seguimos, descendiendo casi campo través, para llegar al borde de un barranco, en el que perdemos pista de cualquier cosa que pueda llamarse camino, sin ver forma alguna de bajar hacia el Tajo.
Desesperados, arañados, con dos pinchazos (Julio y Miguel), decidimos muy sensatamente desistir del intento y volver a Peñalén.
Desandamos lo andado apoyándonos en el GPS y llegamos al pueblo a eso de las 4 de la tarde.
A la entrada del pueblo, a Julio le arrastra la cadena el plato grande, quedando atorada entre el plato y el desviador delantero. Llegamos a la plaza empujando las bicis y pedimos de comer en el único bar del pueblo.
Mientras nos preparan huevos, patatas y jamón; nos ponemos a reparar la bici de Julio, desmontando el desviador delantero para liberar la cadena.
Al soltar la tensión que tenía el desvíador, el pedal me golpea en la frente, haciéndome una pequeña herida. Afortunadamente, no ha sido más que el susto.
Comemos (mucho) y Miguel sale pitanto a Peralejos para recoger sus cosas y emprender el viaje de vuelta. Quiere a toda consta ver a Paula despierta a su llegada.
Nosotros, ya totalmente relajados, hacemos el viaje a Peralejos muy despacio. Paramos en la Cueva del Hierro a echar un vistazo y estirar las piernas.
Ya en Peralejos nos ponemos otra vez de reparaciones: varios pinchazos y quitar un eslabón a la cadena de Julio, para que no nos vuelva a pasar lo mismo.
Se nos acerca Rodrigo, el hijo de Chon, para que le arreglemos su bici, que la tiene destrozada a golpes.
Nos cambiamos de ropa y bajamos al pueblo. Nos encontramos con Domingo Y Chon en el disco-bar. Charlamos, tomamos una cerveza y Domingo nos trae un plato de perrechikos, preparados con natas, pimienta blanca y coñac trufado…están buenísimos.
Son ya casi las 11 cuando nos sentamos a cenar en casa Pura. Y allí mismo es cuando decidimos que nos vamos a desquitar de lo de hoy.
Dejamos todo el equipaje preparado por la noche y nos ponemos el despertador a las 7h.
Peralejos-Puente del Martinete-Ribera del Tajo- Cumbres y reses bravas- bajada de barrancos- Vadeando el Tajo – Río de la Hoz Seca – Ermita – vuelta a Peralejos
Efectivamente, hoy se ha dormido mejor, incluso parece que hubieran desconectado el reloj de la iglesia, que la noche pasada nos dio un buen coñazo.
Intentamos desayunar en el bar Plácida, pero la oferta no nos convence, así que volvemos al hostal el Tajo: tostadas y plátanos para todos.
Salimos con buen tiempo hacia el puente del Martinete, para desandar lo andado por la margen contraria del Tajo.
No olvidaré ese olor a tierra húmeda de la mañana
El camino es bonito, con sombras y charcos en los que Juan disfruta como un niño (¿o como un gorrino?). Empezamos a ascender por rampas muy duras, que en algún caso nos obligan a utilizar el 1:1, con lo que en poca distancia superamos 300 metros de desnivel para situarnos sobre los cortados de roca, que íbamos divisando a nuestra salida de Peralejos por carretera.
Alfredo empieza jodido, con tendinitis en las dos rodillas, que superará poco después, para colocarse a tirar del grupo –que le vamos hacer, no puede evitarlo-.
Después de llanear un poco por las praderas de montaña que hay sobre los acantilados, damos con una cuesta (yo diría que pared), por la que superamos casi otros trescientos metros, empujando La bici.
A mitad de la pendiente tenemos que hacer un alto para reponer fuerzas con unas barritas.
Estamos a 1600 metros y el barranco por el que iniciamos la ruta, ahora es solo una rayita en el fondo del paisaje.
Hace mucho aire, y todavía subimos un poco más para coronar el pico más alto y dejarnos caer por la ladera opuesta a un valle de montaña muy verde, en el que prácticamente se pierde el camino que traíamos.
Una vez que nos hemos orientado, ascendemos valle arriba, a veces rodando sobre la hierba y otras por un camino muy embarrado.
Nos salen al paso algunas construcciones, que parecen deshabitadas, y un tentadero.
En la parte alta del valle descansamos un poco para reponer fuerzas y volvemos a cambiar de vertiente superando un nuevo repecho. Las vistas son estupendas. Hay un rebaño de cabras –no creo que sea este el ganado bravo-.
Ahora empezamos a descender por un camino bastante técnico, con rocas y mucho barro batido por las pezuñas de las vacas, que vamos espantando a nuestro paso.
El camino finaliza en nuevas praderas de montaña. Aquí nos volvemos a despistar un poco y zig-zagueamos por la hierba hasta encontrar una vía de descenso hasta el Tajo.
Llegar al Tajo cuesta un güevo y, además, hay que vadearlo. Tardamos un poco en decidirnos por el paso adecuado. Finalmente nos descalzamos y vamos a ello con la bici a cuestas (yo primero, ¡jo! que macho).
Aunque no hay mucha profundidad, la corriente es fuerte, el fondo de piedras y el agua está helada. Yo creo que, aunque la avería canta después, es aquí donde Félix jode su bici, por llevarla rodando por dentro del agua (cada vez le veo más cerca de Málaga).
Descansamos y reponemos fuerzas a base de barritas. Cuando queremos reanudar la marcha, nos damos cuenta que hemos pinchado tres: los paseos por las praderas de hierba nos pasan ahora la factura.
Para salir del margen del río Tajo hacia el río de la Hoz Seca no encontramos el Paso correcto, con lo que nos regalamos otra magnífica montañita a superar con la bici al hombro –agotador-.
Una vez arriba, es difícil encontrar por donde continuar hacia el río de la Hoz Seca, ya que todo alrededor son cortados de roca. Todavía me veo vadeando el Tajo de vuelta para desandar lo andado. Nos abrimos en abanico por lo alto del cortado y vamos buscando la senda de bajada. Por fin Julio se adelanta un poco y encuentra una senda para bajar entre las piedras -¡es nuestro salvador! (puta mentira, pero a él le hará una ilusión de la hostia al leerlo).
Salimos a un canal de hormigón, que se usó para un minicentral eléctrica, que según me informé después, funcionó solo el tiempo preciso para que su propietario cobrase una jugosa subvención.
Seguimos reparando pinchazos, porque todavía aparecen un par de ellos e iniciamos una subida jodida de un par de Km. Especialmente porque ya nos coge tocados.
Arriba descansamos un poco, bebemos agua del Tajo (eso si, con pastillas) y seguimos llaneando con pequeños repechos.
¡Más incidentes! aquí es donde a Félix se le jode la bici. Yo creo que lo del viaje a Málaga cada vez lo tiene más cerca. Su bici se queda bloqueada, como si fuera de piñón fijo, y tiene que seguir a duras penas.
Ahora ya el camino hacia el pueblo es fácil y lo completamos con una bajada rápida, que nos sitúa en el pueblo a eso de las 6 de la tarde, sin comer. –La aventura es la aventura-
Lavamos las bicis, arreglamos mil pinchazos, despedimos a Alfredo y a Juan, nos arreglamos nosotros (que buena falta nos hace) y vamos a cenar a El Tobar, por recomendación de Chon.
Por la carretera vemos muchos venados, que están en plena actividad y se nos quedan mirando con sorpresa, pero con poco recelo. Parece mentira que alguien pueda dar un tiro a un bicho de éstos.
La cena es regular (no justifica las alabanzas de Chon), aunque nos ponemos hasta el culo. El marido de Chon resulta ser un experto en setas y trufas. No es tan garrulo como parecía a primera vista y más bien parece tener un aire de progre prudente y curtido.
Para rematar la cena nos tomamos un aguardiente servido en pequeños porrones individuales, que no tenemos cojones de acabar.
De vuelta llego a casa con un color de cabeza y un mareo de la hostia. No sé sí del cansancio, el vino o el viaje.
Tomamos sal de frutas y gelocatil, vemos la tele 10 minutos y caemos rendidos. -Dicen que ronco de la hostia- ¡no puede ser!. Estos infames quieren imputarme a mí los ronquidos cuando mi mamá nunca lo hizo. Si tenían tanto sueño no pudieron molestarles mis ronquidos (que no son tal) ni los de nadie más.
Es viernes y seguro que estamos todos ansiosos por empezar nuestra aventura. Cada uno de nosotros ha empezado la preparación por separado, desde el momento que definimos la zona y las fechas. Ahora todos los planes van confluyendo con destino a Peralejos.
Recojo a Julio y nos colocamos en casa de Félix a eso de las 5h. (Julio y yo, Félix no. Él aparece a las 5:15h). Cambiamos las cosas de coche e iniciamos viaje a eso de las 5:45 h.
La carretera no va mal. Hay bastante tráfico a la salida de Madrid, pero sin llegar a ser un atasco. A medida que nos vamos alejando de la urbe, el tráfico se despeja. Para cuando abandonamos la autopista en Alcolea de Pinar, ya vamos solos por unos parajes pelados de lomas suaves y depresiones plantadas de cereal. Los pueblos que vamos atravesando son pequeños y no carentes de encanto. El recorrido por la comarcal parece que no cunde y se hace largo.
Nos vamos comunicando con el móvil y constatamos que ya estamos todos en camino.
El tiempo está nublado y nos chispea en algunos puntos del viaje. Esperemos que los pronósticos se cumplan y a partir de ahora empiece a mejorar.
Cuando pasamos el último pueblo hacia Peralejos, el terreno se encrespa y el paisaje cambia totalmente. Esto nos pone cachondos.
Llegamos a Peralejos y preguntamos por casa Chon. Su hijo Rodrigo, un chaval de ocho años, se sube al coche con total tranquilidad para indicarnos el camino –hay que ver lo confiados que son estos chavales-. Lo encontramos sin dificultad. Chon nos enseña los apartamentos que están construidos con estilo muy tradicional, combinando material reciclado de otras construcciones antiguas con madera recién puesta, sin tratar, que no desentona en absoluto.
La decoración y equipamiento es “justita”, pero suficiente y con buen gusto.
Nosotros tenemos dos apartamentos: uno grande, con tres dormitorios, cocina-salón y un baño; todas las piezas repartidas en los diferentes rellanos de una escalera de madera. El otro apartamento es pequeño, de una sola planta, con una cama grande y un sofá cama.
En poco tiempo estamos todos allí. Nos instalamos como sigue:
-Alfredo y Juan en el pequeño, ya que los dos se irán el domingo por la tarde (además Félix le dijo a Chon que eran pareja).
-Los demás en el grande. Julio que sube primero elige la habitación de la primera planta (un poquito egoísta sí que está resultando). Félix y yo compartimos habitación en el siguiente rellano y Miguel sube al palomar, donde dispone de una cama grande en una habitación pequeña –dice que le da miedo-A todos nos gusta el sitio y pensamos que hemos acertado con la elección.
Una vez instalados, nos vamos a cenar al hostal El Molino. La verdad es que la oferta de restauración del pueblo no es muy allá, aunque probablemente está bien equilibrada con respecto a la demanda (ya lo dijo Adam Smith aunque creo que no anduvo nunca por aquí).
Después de cenar nos tomamos una copa en el disco bar Fiver, que es el local de alterne del pueblo, y jugamos unas partidas al futbolín. Aunque Juan y yo empezamos ganando, después queda claro que soy un auténtico paquete y no nos comemos una rosca –lo siento por Juan- .
Nos vamos a dormir relajados y quedamos para desayunar mañana a las 9h.
Sábado, 11 de Mayo: LA GRAN RUTA (62 Km)
Peralejos-Loma Pajar-Ventorro del Chato- Rio Cabrillas-Puente de Peñalen-Fuente del Berro-Rio Tajo-Salto de la Poveda-Laguna de Taravilla-Collado Somero-Puente del Martinete-Rio Tajo-Peralejos. (62 km)
El día está feo y parece que ha llovido toda la noche. ¡que pereza! Aunque la casa está muy bien, todos decimos que hemos dormido regular. Quizá sean nervios.
Desayunamos en el Hostal el Tajo, el mismo sitio de la cena de ayer. El desayuno es bestial: bocadillos enormes de tortilla francesa con jamón (yo prefiero tostadas). A mí me parece que el sitio huele a rancio y que además nos clavan un poco, pero tampoco está tan mal.
Entre ponte bien y estate quieta, iniciamos la marcha a eso de las 10h. Salimos por carretera cuesta arriba, en dirección a Molina y a eso de 4Km nos desviamos por la pista que sale a la izquierda. Después de la subida ya hace menos frío.
Cogemos una pista arcillosa y muy embarrada. Hay niebla, chispea un poco y el barro nos llega a los cojones (a que sí, Miguel). Parece imposible lo que puede llegar a pesar una bici en este terreno.
Miki preocupado por su Gary Fisher y Julito deshuevándose
Hasta que no cogemos la ribera del río Cabrillas, el paisaje está bien, pero no se diferencia en absoluto de cualquier pinar de sierra. Los que van delante dicen haber visto un par de venados ¡no está mal! Esto empieza a poner interés a la excursión.
Al llegar al Ventorro del Chato, nos desviamos a ver las ruinas del molino, que está en un paraje precioso. Es una zona de ribera, con árboles de hoja caduca que empiezan a sentir ahora la primavera que ya lleva más de un mes instalada en Madrid. Los robles que hemos visto en las laderas están todavía sin hoja y los álamos y chopos, más protegidos, empiezan a echar las primeras hojas con timidez (joder, queda francamente cursi).
Salimos a la carretera de Poveda, que está en obras, para volverla a dejar en menos e 1 Km, en el puente sobre el Cabrillas, donde tomamos un camino que discurre paralelo al río. En este punto es donde enlaza la ruta nº12 con la nº15.
El camino que discurre paralelo al río Cabrillas es frondoso y con bastante barro. Aunque no tiene un desnivel significativo, si hay alguna rampa dura.
Llegado a un punto, el camino desaparece en el río y continúa en el extremo opuesto. Como el cauce va bastante alto, parece que tendremos que desnudarnos de cintura para abajo y cruzar. Afortunadamente, a menos de 20 metros del trazado del camino principal, se accede a una pasarela peatonal, hecha con dos troncos y unas tablas viejas. Cruzamos de uno en uno con cuidado, porque está resbaladiza en uno de sus extremos y las zarzas dificultan avanzar con la bici. A pesar de que Alfredo tiene la cámara preparada, no ha habido jugada, así que nos tenemos que conformar con unas fotos sin caída.
El camino continua por la margen del Cabrillas, pasando por la Fuente de la Reina (magnífico lugar en el que Julio aprende que los cascos de bici son regulables, después de haber usado el suyo dos años a estilo chapela), hasta llegar prácticamente a la junta con el río Tajo. En este tramo encontramos muchos puntos de foto (y Félix sigue chupando cámara) con vistas sobre el río, los farallones de roca o el árbol cubierto de musgo.
La pista se convierte en senda estrecha, coincidiendo con el GR-10 y sube sobre un bloque de piedra, para dejarse caer de nuevo sobre el puente de Peñalen ¡mucho puente para tan poca pista! Continuamos el camino hasta salir a la carretera de Poveda.
En este punto de la excursión decidimos desviarnos hasta Poveda de la Sierra para comer algo más que barritas. Hay que superar una subida de 100metros de desnivel por carretera, que se hacen pesados. Sobre todo a Julio y a mí, que una vez más nos picamos como críos.
El único sitio donde se puede comer algo es en el restaurante junto a la gasolinera. De primero macarrones y luego cada uno un segundo. Mientras nos sentamos, Miguel decide lavar su Gary Fisher, que parece que le gusta más el barro que a las otras marcas. A Miguel se le saltan las lágrimas de verla tan sucia.
Julio se queja por que le han puesto menos macarrones que al resto y se los quita a Miguel del plato (un poco avaricioso sí que nos está saliendo: la habitación, los macarrones….hay que ir atando cabos).
Después de comer reanudamos ruta, pero para variar decidimos coger otro camino distinto que no viene en la ruta, pero debe sacarnos prácticamente al mismo sitio.
Pues bien, dicho camino “nos regala” otros 100 metros e desnivel por una pista de servicio a las minas de caolín próximas. El paisaje parece lunar y la pendiente es durísima. Sobre todo con la tripa llena.
Al iniciar la subida, empieza a fallarme la bici: chupa la cadena y fuerza el desviador, con alto riesgo de rotura. A Félix también le falla. Lo suyo parece peor: la dirección se le afloja y puede llegar a ser peligroso.
Entramos Félix y yo a las instalaciones de la mina, donde nos facilitan un poco de aceite denso y pringoso, y nos dejan una llave inglesa. Mi problema queda resuelto, no así el de Félix.
Completamos solos la subida, porque estos cabrones nos se han dignado a volver por si nos pasaba algo.
El mismo problema que he tenido yo con la cadena se repite después en las bicis de Miguel y Julio. En este caso, a falta de aceite, lo resolvemos con crema bronceadora ¡caro lubricante, pero no se puede elegir!
El descenso al Tajo por la vertiente contraria está muy bien y se hace cómodo. Pasamos por un centro donde hay un tío de esos de turismo de aventura, que nos indica que para completar nuestra ruta tenemos que cruzar el Tajo por una pasarela y hacer una senda muy estrecha hasta el Salto Poveda.
Desde allí superar una nueva montaña con la bici al hombro para llegar a la Laguna de la Taravilla.
El sendero es estrecho y Alfredo tiene una caída sin consecuencias. El salto Poveda nos sale al encuentro por sorpresa y verdaderamente nos impresiona a todos.
Después de unas fotos (para el book de Félix) continuamos camino montaña arriba, coronamos y bajamos a la laguna. Al salir a la pista principal, Alfredo salta por encima de la bici; afortunadamente, también sin consecuencias.
El camino que nos queda desde la laguna es bueno, aunque tiene algunos repechos que ya nos van pesando.
Salimos a la carretera en el puente de Martinete y desde allí a Peralejos tan solo quedan 3,8 Km
Llegamos a Peralejos cansados. Lavamos y engrasamos las bicis, arreglamos la dirección de Félix y nos cambiamos para cenar en casa Pura. Después de la cena, unas copas y más futbolín ¡joder que malo soy!
Nos vamos a la cama con la seguridad de que vamos a dormir mejor que el día anterior
Este fue el precursor de los viajes que anualmente seguimos haciendo desde entonces. No teníamos GPS. Ni siquiera sabíamos de su existencia. Tampoco tenemos fotos digitalizadas pues no teníamos cámara digital. He escaneado las mejores que tengo. Pepe tendrá más.El track lo he reconstruido con la crónica
8-06-2001 El viaje
Salgo de currar deprisa para recoger a
Carolina y comer juntos. Recogemos a los niños, que han comido en el cole y nos
vamos a casa.
Preparo todo y cuando voy a cargar la bici resulta que está pinchada. ¡Empezamos bien! Salgo poco antes de las 4 y, cuando voy por la M40 a la altura de la carretera de Colmenar, me doy cuenta de que me he dejado la cartera en casa. ¡Bien! Entre pitos y flautas he perdido una hora.
Recojo a Félix y nos ponemos de viaje casi a las 5. El atasco para salir de Madrid es de puta madre y hace mucho calor. Se nos hacen casi las 7 cuando se puede decir que estamos de verdad de carretera.
El viaje con el Peugeot 205 es pesado y el paisaje feo. Paramos cerca de Manzanares a tomar algo y continuamos ruta hasta Cazorla, donde llegamos pasadas las 10. Más de 6 horas desde que salí de casa ¡y eso que dicen que se hacía en 3!
El hotel, a la entrada del pueblo, está muy bien. Todo está limpio y nuevo. Es el primer acierto de lo que sería la tónica general de la excursión. Cenamos en el restaurante “la Sarga” –segundo acierto- un menú de 2.000 pelas que está muy bueno y abundante. Se puede decir que hemos preparado bien el estómago para la jornada del día siguiente.
Como la cena ha sido una burrada, damos un paseo por el pueblo antes de irnos a dormir. Las calles tienen mucha pendiente y en las plazas se ve bastante ambiente. Nos vamos a la cama cerca de la 1, y mañana pensamos levantarnos sobre las 7. Ya veremos si cumplimos con nuestra intención.
9-06-2001 Primera ruta
De Cazorla al nacimiento del Guadalquivir, que como se verá después, viene al mundo por cesárea. Salimos de Cazorla por carretera, en dirección a la Iruela, con unas rampas de pendiente bastante fuerte. Al cruzar el pueblo tomamos dirección a la a ermita de la Virgen de la Cabeza.
La subida es continuada, aunque no tan fuerte como la salida de Cazorla. A los 4 Km. el firme se convierte en tierra. El ascenso ofrece vistas bonitas sobre el llano del olivar y los castillos de la Iruela (Yedra y castillo de 5 Esquinas y Salvatierra).
Pasamos algunas casas aisladas, abandonadas y en mal estado, que tuvieron que ser estupendas en su momento. El collado Zamora, una cota de 1450 m. (Cazorla son 800m), marca un hito en el camino, porque giramos 180 grados para continuar ascendiendo suavemente, ganando altura mientras rodeamos la montaña. Cambiamos de vertiente y bajamos unos 3 Km. hasta el nacimiento del Guadalquivir.
Después de un camino tan bonito, el nacimiento no vale mucho la pena. Es una hoya con una pequeña balsa (más bien un charco) a donde sale el agua desde las tripas de la tierra, pero sin producir ningún efecto destacable. Es un sitio de destino, donde se juntan varios grupos. Charlamos con unos y con otros (todos tienen un acento cerrado y más bien torpón) y nos salimos de nuestra ruta para subir al pino de las tres cruces. En total, unos 4 Km de subida que nos llevan a un collado con unas vistas estupendas. Desde algún punto del camino hemos visto también la cordillera del Mulhacén, con algo de nieve.
La BH de Pepe con rastrales
Bajamos de nuevo al nacimiento del Guadalquivir y continuamos ruta. Los 12 km que hay hasta el camping de las Herrerías se nos hacen muy largos, a pesar de que es todo bajada y el río discurre a nuestro lado con paisajes muy bonitos. Comimos en el camping y nos timan un poco (4600 pts) por dos platos de carne no muy grandes, ensalada y poco más….
Después de varias preguntas a los lugareños, decidimos alterar nuestro plan: en vez de ir al parador y coger el sendero, tomamos la alternativa más larga por carretera, ya que el sendero parece ser impracticable. Así que, sin pensarlo, nos vemos en Vadillo-Castril, donde empieza nuestra ruta de mañana. Paramos en el puente, escondemos las bicis entre la maleza y nos hacemos andando la ruta de la cerrada del Utrero, que nos descubre unas cascadas preciosas.
Si podemos, volveremos mañana para acercarnos al pie de las cascadas. Seguimos carretera sin nada importante que destacar. Subimos el puerto de las Palomas que, en verdad nos sobra, para dejarnos caer hasta Cazorla. Cervecita en la plaza según llegamos y ducha en el hotel, para las bicis y para nosotros. ¡Ya veremos que nos depara la cena! Como los del Sarga están de boda, nos vamos a un italiano, buscando pasta como locos. Cuando acabamos de cenar, vemos a los chavales de Madrid que habíamos encontrado en la fuente, a mitad de camino. Ellos sí se fueron por el sendero de Cazorla al parador, solo que además se equivocaron en el punto alto y giraron derecha en lugar de izquierda, con lo que fueron a salir otra vez a las proximidades del nacimiento del Guadalquivir. Nos confirman que hay muchos tramos no ciclables y que han tenido que andar cerca de 10 km. No entiendo como no nos dan dos hostias por el consejo, pues al fin y al cabo, fue sugerencia nuestra.