Nos queda la última. Después de varias
consideraciones, rechazamos las rutas serias que nos habíamos marcado, pasamos
del mítico Angliru y nos vamos a hacer la Senda del Oso. No se si más por
acabar pronto, evitar sufrimiento o encaminarnos hacia el pote de castañas que
nos vamos a comer.
Desayunamos en Pola, recogemos los
bártulos y hacemos cuentas con el Dioni. Finalmente, lo de la rusa no pudo ser
¡ella se lo pierde! No se como puede andar perdiendo el tiempo con ese maromo
joven y cachas en compañía de quien la vimos, en lugar de nuestro tipo maduro y
carpetovetónico. Estas mujeres del Este no hay quien las entienda.
Como decía, con todo cargado en el
coche y vestidos de colorines, nos vamos hacia San Martín para rematar la
excursión.
Aparcamos en el mismo pueblo y empezamos
tranquilos. El día esta despejado y fresco y salimos con el Wind-stopper
puesto. Enseguida cogemos la senda, que es un camino asfaltado, con muy poco
desnivel, que aprovecha el trazado de un antiguo ferrocarril como ruta
turística de tipo familiar. Una vez más, nos damos cuenta de lo que mola hacer
la ruta un martes de primavera, en lugar de un domingo de verano. Tenemos para
nosotros solos un bosque de ribera que discurre junto al río Teverga, casi
siempre encajonado en un desfiladero. Hay gran variedad de árboles, nosotros
solo conocemos algunos. Aunque poca, la pendiente es suficiente para hacer
kilómetros y kilómetros sin dar pedales, por la sombra húmeda del bosque y con
una temperatura fresquita. Lo que empezó como fresco agradable se convierte en frío,
bastante frío, a veces mucho.
El camino nos lleva por túneles
estrechos excavados en roca, algunos con algo de luz, otros no. La sensación de
pedalear por un túnel oscuro es extraña, ya que no ves dónde apoyas ni qué
tienes cerca, solo un punto de referencia, que es la salida en el lado opuesto.
Las paredes oscuras tienen algo que te atrae y tienes que poner atención para
no irte hacia ellas. A veces quisieras pedalear a tope y en línea recta hacia
la salida, para volver a tener referencias reales cuanto antes, otras sientes
la necesidad de ir más y más despacio, para tratar de encontrar a tu alrededor
esas referencias que la falta de luz te niega.
Los intervalos entre túneles a veces te
ofrecen balcones al desfiladero, directamente sobre el río o con perspectivas
de las curvas del camino. Estamos disfrutando de lo lindo, lástima que no
hiciera un poco más de calor. Otra buena opción hubiera sido hacer el recorrido
en sentido contrario, pedaleando río arriba, con lo que el leve desnivel a
superar serviría para desentumecer los músculos.
Pasamos por Entragu y por Las Ventas, pero no nos enteramos, porque vamos pendientes del paisaje natural y no del urbano. Pasamos también junto al pequeño embalse de Oliz y el sitio en el que se supone que están encerradas las osas que encontraron de cachorros en el monte, pero no podemos verlas, porque coincide con un tramo que está en obras y nos hace salir de la senda.
Sin darnos prácticamente cuenta, llegamos a Caranca de Abajo, donde el Teverga se une al río Trubia. Creo que es aquí donde nos despistamos un poco y en lugar de seguir el curso del Trubia hacia Proaza, nos vamos a la derecha, en dirección Bárzana. El camino es del mismo tipo, solo que ahora el desfiladero se abre en un valle más amplio, que permite cultivo de huerta y áreas recreativas. Nosotros seguimos parando y haciendo fotos ilusionados.
Al ver que la senda no se acaba nunca y
que ya hemos llegado a los 25 kilómetros, nos damos la vuelta e iniciamos el
ascenso del río. El desnivel es poco, pero ahora damos pedales por donde antes
nos dejábamos caer.
Durante el camino de vuelta Félix
recoge hojas de todos los tipos de árboles que encontramos, con lo que nos
vamos parando a cada paso, yo creo que con la intención de eludir ese final de
excursión que se nos echa encima.
Llegamos al coche y cargamos la bicis para irnos a comer a Bárzana, que este hombre está emperrado con el pote de castañas desde que empezó a planear la ruta. Comemos el pote en Casa Jamallo, un restaurante típico, bien presentado y con encanto. El plato no es tan suave como prometía, sino un guiso que une las calorías de las castañas al picante del chorizo y la morcilla asturianos, es calificable como plato de invierno, de carácter reconstituyente, para estómagos con doble forro. Además del pote, tomamos carne y postre, con lo que iniciamos el viaje de vuelta con la tripita bien llena, para que no nos lleve el aire.
El viaje es tan tranquilo como la ida eso sí, con menos ilusión. Nos hemos comido nuestro permiso de solteros un año más. Al menos, podemos decir que le hemos sacado un buen partido y que siguen en vigor las ganas y la ilusión del primer año. Puede que para el próximo año nos aventuremos a Pirineos, que indaguemos las sierras de Zamora o los montes de Navarra y el País Vasco; porque lo que es a mí, Carolina ya me ha dejado claro que eso de irme a los Dolomitas italianos o a las selvas de Guatemala “no le viene bien…” A buen entendedor, pocas palabras bastan y en este relato ya van demasiadas.
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Nos levantamos solos en el hostal, todo
para nosotros, excepto los desayunos claro, pues nos tenemos que ir a otro bar
del pueblo para tomar un café.
Hoy toca senderismo y nos lo tomamos con calma de hecho, ya tuvimos ayer un buen aperitivo. Vamos a hacer una de las rutas típicas del paisaje de esta comarca. El valle de Villar de Vildas. Hay que bajar en coche hasta el fondo de nuestro valle, para luego remontar por el lado opuesto de la sierra y llegar prácticamente al otro lado del monte que tenemos en Pola. Había una opción alternativa, con menos coche, cruzando por La Peral, pero nos hubiéramos perdido la parte más típica del valle.
Ya redicho que vamos tranquilos, así
que no es de extrañar que estemos aparcando el coche a eso de las 10h. para
empezar nuestra ruta.
Desde el principio se nota que es un
camino muy turístico, perfectamente preparado para que las hordas de visitantes
lo recorran sin dudas ni dificultades, todas aborregadas por la misma pista,
pero como hoy es lunes, lo tenemos para nosotros solos.
A la salida del pueblo vemos una pareja
de bueyes, con un macho de esos de estampa, de los que deben quedar pocos. No
me creo que todo el chuletón de buey que se come en Madrid venga de animales de
este porte ¡no los hay! También pasamos junto a una escena familiar típica,
tres generaciones juntas segando un prado de heno a guadaña, un prado muy inclinado,
como debe ser en esta zona.
Ascendemos despacito por el valle y
vamos disfrutando de una postal más de la comarca. A Félix se le va calentando
el dedo sobre la cámara y quiere llevarse recuerdo de todo, así que si cuando
veáis las fotos tenéis la sensación de que los paisajes están repetidos, ya
sabéis que son los del lunes por la mañana. Hay alguno de los ejemplares de
acebo más grandes de la zona y el río, que va quedando al fondo, parece la casa
de Heidi en verano.
Andando, andando, nos situamos en la
Ponarcal, que es uno de los ejemplos de braña mejor conservados. Parece la
aldea de Asterix. Ahora es un buen momento para apuntar aquí que la braña es un
conjunto de teitos o teitus y que los teitos son construcciones de planta rectangular y techo de brezo
(eso ya lo he dicho antes), que la reposición o arreglo del tejado se llama teitar y el pastor, que es el habitante
de estas construcciones durante el verano, se llama brañeiro. En el interior tienen dos plantas, la inferior es para el
ganado (las vacas suben mal por la escalera de mano) y el altillo para almacén
y dormitorio del pastor. A la puerta pueden tener un pequeño porche y un poyo
para sentarse; pero bueno, eso ya lo veis en las fotos.
Pues bien, después de enredar un rato
en La Ponarcal seguimos subiendo hasta donde el valle gira a la izquierda.
Pasamos entre un rebaño de vacas con sus terneros. Félix se encarga del perro y
yo de las vacas, que cada uno tenemos nuestras manías.
Poco más y nos damos la vuelta, que
esto ya está visto y hay que volver para la comida. En la bajada también
tiramos muchas fotos y es que la perspectiva es otra. Nos presentamos en el
pueblo a eso de las tres buscando donde comer. Hay un par de establecimientos,
pero están cerrados. Ni es día, ni son horas de andar importunando.
Nos enrollamos un poco con una vieja
que tiene montada una tienda de chuminadas en madera en su garaje. Para comprar
hay que esperar que llegue el chaval,
que es el que conoce los precios: caros. Por fin aparece el individuo que ya no
cumplirá los 50 y compro una chorrada para mi hijo.
Nos vamos echando hostias, a ver donde
comemos algo. Un par de intentos baldíos por el camino para recabar en Pola,
casi ya para merendar. Comemos de todas formas y nos vamos a dormir la siesta.
empinadísima que nos hace sudar un rato. Félix está un poco vago y tengo que ir tirando de él, Esta mañana también decía de volvernos antes que yo. No se si se está haciendo viejo o es que yo no le pongo.
Lo que debía ser una cabezada se convierte en una siesta de más de dos horas. Nos levantamos a las 19:30h. Aun así, no renunciamos y nos vamos echando leches al Coto de Buenamadre, próximo a Pola. Desde aquí sale una pista que se interna en zig-zag en un área de uso restringido. El paseo de la tarde transcurre por un bosque de hayas, sobre una pista
Llegamos a una fuente con abrevadero
donde descansamos un poco y damos la vuelta. No hemos coronado, pero falta ya
muy poco y la vegetación empieza a clarear. Ahora, cuando lo escribo mirando el
mapa, me arrepiento de no haber llegado hasta arriba, pues parece que hay un
pequeño poblado o unas cárcavas, que siempre es interesante cotillear ¡quizá
fuera allí donde nos esperaba el oso para hacerse la foto con nosotros!
De vuelta en el pueblo nos vamos a
cenar donde el camarero cubano, que nos pone un menú de esos que se te sale por
las orejas. Damos buena cuenta de las viandas y nos vamos a dormir, que una
siesta bien entendida no tiene por qué dificultar la pernocta.
El domingo suena la diana en el pasillo de la pensión a eso de las 8h. Todos escuchan la corneta y se preparan para el desayuno, no sin lamentar haber olvidado la mascarilla anti-gas para salir de la habitación.
Cuesta estirarse, a pesar que ayer no exageramos demasiado la ruta, el periodo de recuperación no ha sido suficiente. El Dioni nos pone el desayuno mientras comentamos la jugada del día anterior: La caída de Alfredo, la niebla, la parejita perdida, el frío… Hoy el día parece más claro, aún así, para asegurar decidimos hacer la ruta de Babia, que queda más hacia León y debe estar más despejado. Cargamos las bicis y los que se tienen que marchar, también los trastos. Liquidan cuentas con el Dioni y nos ponemos en marcha.
Hay que hacer algunos kilómetros por
carretera estrecha hasta situarnos en Torre de Babia, de donde sale nuestra
ruta.
Es un pueblo pequeño, que se diferencia
claramente de Pola. Estamos en León y con sólo haber pasado el puerto, tenemos
otro paisaje, otra arquitectura e incluso otras gentes, aunque hablan con
acento asturiano.
Convenzo a Félix para que hagamos la
ruta en sentido contrario a las agujas del reloj. Él no es muy partidario, pero
después de haber visto el perfil, creo que de esta forma es bastante más
llevadera.
Salimos de Torre de Babia casi a las
10h por un camino facilón, sube y baja suave por una zona despejada. Pronto nos
quedamos sin camino y nos encontramos pedaleando por mitad de un prado,
haciendo camino entre el heno y las flores,
que nos llegan a las rodillas. Es una sensación curiosa y agradable,
queda muy de peli romántica, así que nos hacemos las fotos de rigor. Cogemos
otra vez camino que sube entre árboles y acaba sacándonos a Robledo.
En Robledo charlamos un rato con un
paisano, que al contarle la ruta que pensábamos hacer nos avisa que el camino
está intransitable, totalmente cegado de espinos y que no puede pasar ni el
ganado. Es mejor que giremos a la derecha, lleguemos al abrevadero y tomemos el
camino de la izquierda, que nos lleva derechos a Cospedal y La Majúa. Sería
demasiado evidente, pase por que hagamos la ruta en sentido contrario a como
estaba pensada, pero de eso a hacer caso a un lugareño, ni de coña. Félix le
dice claramente que pasa de él y nos dirige a todos hacia el camino de espinos, que dicho así, parece
que fuera la senda de la virtud, pero
no. Incluso pasando junto al abrevadero y habiendo visto el magnífico camino
indicado, nos tiramos de cabeza a la senda de los espinos, saltos de cercas y de
los charcos pringosos. Sucios y arañados, no queda otra solución que salir a la
carretera y llegar a San Emiliano –fuera de nuestra ruta- por asfalto…
Repostamos agua y salimos por carretera
a La Majúa. En el pueblo muere la carretera y se convierte en pista ascendente,
que no supera muchos metros de desnivel, pero lo hace a golpes, con rampas muy
empinadas y otros tramos más llevaderos. Como hemos perdido bastante tiempo,
subimos el ritmo para que no se les haga tarde a los que tienen que viajar.
Desde la cola nos llegan los lamentos de Jesús ¡no corráis!¡que no me importa
llegar tarde!¡que a los niños los veré mañana! Apretamos los dientes y se van
produciendo descuelgues. Alfredo pide paso en una de las ocasiones, pero luego
se queda descolgado y quedamos en el pelotón de cabeza Félix, Juan y yo. Hace
calor y las rampas se endurecen, paramos un rato para reagruparnos y comer
algo.
Continúa la subida con bastante
pendiente y mal firme, hay que meter el 1:1 casi todo el tiempo. Félix pierde
tracción y echa el pie a tierra, teniendo que empujar un rato. El globero le
ataca sin piedad: me pareció ver a
alguien que subía andando por aquí, uno de color butano ¡aquí no se perdona
a nadie! Julito llega el último en uno de los tramos, le afecta el calor, con
lo que también se lleva un sonoro abucheo, así que para los tramos siguientes
aprieta fuerte, este tío es todo orgullo y sufrimiento . El que no afloja es
Juan, se ve que el pique al que le estuve sometiendo toda la noche de ayer le
ha hecho efecto, lo que en un tío tan tranquilo como él, es de destacar. Un
poco más de 1:1 hasta coronar y descansar de nuevo. La ruta está saliendo
durita, aunque sea corta.
Hacemos unas fotos al río y a la
cascada del fondo, por donde tendremos que pasar después. Vemos venir una
manada de asturcones por el fondo del camino, con algunos potros jóvenes. En
prevención nos salimos de la pista y subimos las bicis un poco a la ladera, no
sea que se pongan nerviosos y nos pisoteen. Los caballos se muestran recelosos
al pasar por nuestro lado y paran un rato antes de decidirse, lo que nos
permite hacerles fotos a placer: fuerte, de crines largas y patas gordas, de no
mucha alzada y con pelaje variado. Al final se deciden ellos y nosotros, cada
cual para su lado.
Ahora toca una bajada suave hasta
ponernos otra vez a la altura del río que venimos bordeando. Hay una cascada
que justifica un nuevo descanso y más fotos. Vemos a uno de los críos que
subieron en moto y vemos también a dos mujeres que están de merendola. Se han
pegado una buena caminata para llegar hasta aquí, porque no se ve ningún
vehículo cerca.
Ya solo queda el último apretón para
coronar Puertos de Amarillos. Me
exprimo todo lo que puedo para llegar el primero y meterme luego con Juan ¡lo
prometido es deuda! Y esta vez me han valido los años y la mala leche, que
normalmente no es así.
Arriba hay un pequeño altiplano, que
enlaza con una bajada vertiginosa, empinada y de piedras sueltas. Este es el
terreno donde Jesús se saca la espinita y yo me quedo el último, con diferencia.
En poco rato estamos todos entrando en Torre de Babia.
Me fijo que por este lado del pueblo
hay unas ruinas de una construcción tipo defensivo, con base circular. Puede
que sea esta la torre que da nombre a la localidad. Junto a los coches nos
refrescamos un poco y los que van a viajar se cambian de ropa. Para algunos ya
se está acabando la excursión, otros estamos en el ecuador.
Como aquí no hay donde comer, salimos
dirección San Emiliano y paramos en un restaurante junto a la carretera. Tiene
buena pinta, que luego lo confirmarán las viandas: una menestra excelente y
carne de la zona. A la salida, abrazo y despedidas para los que se van. Lo
hemos pasado bien y las rutas han respondido a las expectativas. Es una lástima
que se piren, porque todos juntos nos reímos más.
Félix y yo no volvemos a Pola, bajamos
las bicis y nos cambiamos. Como queda tarde por delante y nos quedan fuerzas
suficientes, nos ponemos en marcha de nuevo. Acercamos el coche a Valle de
Lagos, donde tomamos la cerveza el sábado y decidimos subir a ver el Lago del
Valle, que ayer nos lo ocultó la niebla.
Hay 5 ó 6 kilómetros andando y ya son
las 7 de la tarde, así que no se puede perder tiempo.
Empezamos el camino junto al río, por
donde esperábamos bajar con la bici. Discurre por un bosque con mucha variedad
de vegetación y es un paseo agradable. En algunas zonas encontramos barro
cubriendo todo el camino, teniendo que entrar y salir de los prados vecinos y
de la zona de bosque. Llega un momento que es imposible avanzar sin ponerse perdido,
así que decidimos salir a una pista más ancha que va por el otro margen.
No sabemos en que punto la pista
coincide con la ruta del sábado, ya que la niebla nos quitaba todas las
referencias.
Vamos subiendo a buen paso, con unas
rampas de hormigón muy duras. Hay bastante ganado, con becerros de pocos días.
A pesar de ser domingo, no nos cruzamos con nadie, la subida es larga y el
atardecer agradable.
Llegamos al Lago del Valle después de hora y media a muy buen ritmo. Está muy bien, rodeado de montañas que se reflejan en la superficie del agua, con una isla en el centro.
Ahora si que vemos con claridad el punto por el que deberíamos haber aparecido en nuestra ruta de bici: una ladera escarpada por la que, con mucha voluntad, se dejan adivinar tramos de un sendero. Esto no es ciclable ni de lejos. El que haya dicho que era ciclable 100 % se lo ha imaginado, no puede haberlo hecho. Disfrutamos un poco más del paisaje e iniciamos la bajada. Llegamos al pueblo con las últimas luces, supongo que coincidiendo con la llegada de los demás a su casa, solo que nosotros hemos visto el lago… Ya les enseñaremos las fotos para que se mueran de envidia y que el próximo año se queden más días.
Para cenar nos volvemos a Pola. Hoy
probamos el otro restaurante, el de la morenita de las tetas gordas (no me sé
el nombre del local, ni de la moza). Cenamos bien y nos vamos pronto a la cama,
que estamos bastante curraditos.
Al llegar al hostal el Dioni nos avisa
que el lunes es su día libre y que se van todos a Oviedo, así que nos deja las
llaves de todo el hostal y que nos apañemos como podamos ¡qué gente más maja y
más confiada!
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Ya es el quinto año que me monto mi escapada de primavera a pedales. Primero fue el Camino de Santiago (2nd try), luego siguieron Cazorla, Peralejos y Mulhacén. Finalmente este año nos decidimos por Asturias. En el Vall D’Aran todavía hay bastante nieve, está más lejos y Gustavo, que era el promotor de la idea, no se encuentra con fuerzas para venir. Félix es el que más impulsa la idea de Asturias y también es el que más se lo ha currado buscando hotel y preparando rutas. Nos dirigimos a Somiedo y las expectativas son muy altas.
Es viernes y estamos deseando
escaparnos del curro cuanto antes. A mi me han colocado una reunión a última
hora, de la que no puedo despegarme hasta las 14:30h. Cogemos el coche de
Félix, que ya lo tiene todo cargado y nos vamos a mi casa. Cambiamos los
bártulos a mi auto, cargamos tres bicis –una de repuesto- y salimos a la
carretera de A Coruña a eso de las 15:30h.
Está algo atascado en los primero
kilómetros y no se despeja hasta bien pasado Villalba. Después del túnel ya es
otra cosa.
Cuando dejamos atrás cerca de 100
kilómetros paramos a comer en un área de descanso, uno de esos en los que ya
han cerrado la cocina y te clavan una pasta por unos míseros bocatas, ¡qué más
da! Hay mucha ilusión y lo toleramos todo.
Hablamos por teléfono con Julio, Jesús y él salen ahora de Madrid, con lo que el atasco se ha multiplicado. Luego hablamos con Alfredo, que está en su reunión de viernes por la tarde ¡eso si que es mala suerte! No tengo a mano el teléfono de Miguel y Juan, pero no hace falta, porque al cabo de un rato veo una Gary Fisher incorporándose por el carril de aceleración sobre un Passat familiar ¡ya estamos todos controlados!
Rodamos despacio, a eso de 130
kilómetros por hora y al cabo de un rato Miguel y Juan nos pasan, porque ya no
aguantan más nuestro ritmo de cuarentones vejestorios. Ya veremos cuando
cojamos la bici…
Llegamos a Benavente y seguimos hacia
León. Todo autovía, poco tráfico y un paisaje que verdea por momentos.
Dejamos la autovía antes de tiempo,
hacia Barrio de Luna, lo que nos obliga a rodear el pantano por la margen
izquierda. Nos hemos colado totalmente, pero como la carretera es muy bonita y
vamos con tiempo, no nos importa. Paramos junto al pantano, a ver el atardecer
y disfrutar del paisaje. Estamos tiernos y románticos.
Juan y Miguel paran detrás y se bajan entusiasmados “¡claro! Ya sabíamos que teníais motivos para salir de la autovía antes de tiempo. Si no es por vosotros nos lo perdemos. ¡cómo se nota que lo habéis preparado bien!”. PERO QUE JODIDOS PARDILLOS. Estos tíos tienen tanta fe que son capaces de atribuir cualquier circunstancia a un plan predefinido. Nosotros, claro, no les sacamos del error y dejamos crecer la admiración. Se estarán enterando al leer estas líneas.
Al rato hablamos con Jesús y con Julio,
que están a punto de llegar a las manos:
Que mires el
mapa
Que no quiero
Nos vamos a
perder
Es que lo
tengo que hacer yo todo
Lo que pasa es
que eres un torpe
…
Nuestra llamada de teléfono les saca de
dudas: efectivamente, se han equivocado en el mismo punto que nosotros. Les
esperamos hasta que llegan a nuestra altura para darnos un abrazo y disfrutar
juntos del espectáculo del atardecer antes de continuar le viaje.
Todavía nos queda cerca de una hora por
carretera estrecha además, el puerto de Somiedo está en obras y, en lugar de
carretera, hay una pista apisonada sin señales ni pintura. Esperemos que
Alfredo vaya con cuidado.
Es coronar el puerto y el paisaje se
hace verde y frondoso. Llegamos a Pola de Somiedo con las últimas luces, las
justas para ver claramente al pedazo de rubia que nos espera sonriendo apoyada
en el quicio del Hostal Peñálvarez (que bien podía ser el quicio de la
mancebía) ¡no es coña! Es una rusa jovencita, de carnes (muchas carnes) prietas
y pálidas, como corresponde a su condición soviética. Entramos al local y
conocemos también al dueño, un hombre delgado y discreto, Jose, ya entrado en
la cincuentena, que tras un par de titubeos queda bautizado como el Dioni, por su llamativo estrabismo.
Nos repartimos las habitaciones, que
son muy justitas y en un estado de conservación más que mejorable. Cada año nos
buscamos un sitio un poco más cutre. Para colmo, ha habido un error en la
reserva y hay un dormitorio de menos, con lo cual, los señoritos que pensaban
tener un cuarto para cada uno, se ven obligados a compartir. En esta ocasión
son Miguel y Juan. En la parte baja del edificio tenemos un local de trastos
para guardar la bici. Félix inmediatamente pregunta que donde está la manguera
¡hay que ver que curiosito es este chico! Nos instalamos y nos vamos a cenar,
dejando recado a Alfredo de donde estamos.
A la puerta del hostal nos enrollamos
con unos veteranos, que vienen al frente de un autocar de excursionistas y
comentamos con ellos las rutas que vamos a hacer. Parece ser que Félix ha
elegido bien y tenemos previstas las más representativas de la zona.
Cenamos en un hotel pintón que hay en
el pueblo. En un intento de modernismo, se parece más a un local de la cadena
VIPs que a un mesón asturiano, que es lo que hubiéramos preferido. Hay quien se
decanta por el menú y los hay que nos tiramos al plato de la tierra: las fabes.
Julio las pide con jabalí y yo me decanto por la tradicional fabada (sin duda
mucho más rica que las judías de Julito). Nos bebemos unas botellas de sidra
natural y lo ponemos todo perdido, mientras esperamos que llegue Alfredo. Creo
que al dueño no le está haciendo gracia. Finalmente aparece Fredy totalmente
desmayado y acaba con todo lo que hay sobre la mesa mientras viene su cubo de
judías que también se termina por completo ¡ay, la juventud!
Después de cenar damos un paseo corto y
tomamos una copa en un bar con pista de baile. Este si es un local típico,
parece una taberna de los «Osos
montañosos», aquellos dibujos que había cuando éramos pequeños.
Nos vamos a la cama con la tripa bien llena, esperando que los guisos se transformen en energía para el día siguiente.
Sábado: Los lagos de Saliencia (47 KM)
Empezamos
a hacer ruido a eso de las ocho, pero como siempre, nos enrollamos con el
desayuno y preparando las bicis, así que no nos ponemos en marcha hasta las
nueve. Estamos todos listos en la puerta. El Dioni sale a despedirnos y se
descojona cuando le pregunto a Jesús si
hoy piensa ir sin faja.
El día está nublado, pero no hace frío.
El Dioni nos asegura que levantará a eso de medio día y como no hay nadie mejor
en quien creer, salimos confiados.
Atravesamos el pueblo antes de coger
una subida sostenida luego enlazamos con unas zetas muy duras que nos colocan
500 m. más altos en poco tiempo, pero no poco esfuerzo. Íbamos tranquilos y con
paradas frecuentes, hasta que percibimos que Julito se ha debido poner la
camiseta con la que ha estado entrenando toda la semana ¡que tío! ¡como exhala
personalidad por todos sus poros! Esto es un motivo más de distracción y vacile,
que contribuye a ir pendientes de más cosas que del cuestón que nos estamos
comiendo.
Llegamos a Urria que es un pueblo
pequeñito, de montaña. Lo vemos en un momento y seguimos subiendo suavito hasta
Valle de Lago. Aquí hay una pequeña laguna. Este pueblo ya mola más. En el
estanque se reflejan las casas y queda de foto. También vemos el primer teitu típico de la zona de Somiedo. Son
construcciones de planta rectangular, con tejados de brezo muy empinados, que
permiten un segundo piso. El remate superior deja ver ramas de sujeción que se
entrelazan, apareciendo sobre el brezo como las vértebras de una columna
gigantesca, simulando la chepa de un dinosaurio antiguo y peludo.
Visto el pueblo, dejamos la carretera y
cogemos el camino de la derecha, que rápidamente se pierde en una bajada
vertiginosa, con un firme muy malo, que en otros tiempos estuvo a tramos
asfaltado. La pendiente está mojada. Es increíble y hay tramos en los que no me
atrevo a ir subido y tengo que echar pie a tierra. Alfredo si se atreve y lo
hace con soltura, con salero, con maestría… y con una hostia que le deja el
culo hinchado y colorido. Podía haber sido un accidente muy serio, menos mal
que este tío es duro y tiene suerte.
Salimos a carretera poco antes de
Villarín tras disfrutar de un barranco típico asturiano, verde, húmedo, con
muchos regueros, que nos ha dejado situados en la cuenca del río Saliencia.
Hay que seguir subiendo y lo hacemos
despacito, a ver si damos tiempo a que abra el día, que sigue cubierto. Vamos
parando en cada pueblo, a cuál más pintoresco y más bonito. Villarín está
hundido, por debajo de la carretera, con pradera y huertas. Se ve el esquema
social más antiguo: la iglesia, la casa del rico, que debió ser el señor de la
aldea, y las pequeñas casucas descuidadas que componen el núcleo urbano.
Arbellales queda al lado izquierdo de
la carretera. Entramos de visita. Tiene un arroyo que lo parte en dos mitades.
Las casas incluyen en una sola construcción vivienda, cuadra y cochiquera,
manteniendo el estilo antiguo de vivir sobre los animales, almacenando en
muchos casos sus excrementos a la puerta, para usarlos en otoño en el abono de
la huerta. La mezcla de olores resultante en las calles del pueblo nos da
sensación de suciedad y falta de higiene –como Julio- Como las casas también
son viejas, no puedes evitar que la imaginación te cree una idea semejante de
los interiores.
Nos quedamos mirando los animales que
pastan al lado opuesto del barranco. La distancia no permite asegurar si se
trata de vacas de montaña –sujetas con arneses para no rodar ladera a bajo- o
si es un rebaño de cabras gordas y lustrosas. Una mujer desde el mirador de su
casa nos confirma lo segundo.
Seguimos por nuestra carretera arriba y
llegamos a Entriga. La carretera pasa por encima del pueblo y la entrada a éste
se hace entre la iglesia y el cementerio. En la iglesia cuelgan por fuera las
cadenas para tocar las campanas, luego lo veríamos también en otro pueblo. Como
ya somos mayores y serios, nos cortamos de montar el escándalo y hacer salir a
todos los vecinos corriendo, aunque puedo adivinar que más de uno se quedó con
las ganas.
Después de Entriga viene Saliencia, que
es el que da nombre a los lagos, o el que lo toma del río, ¡vaya usted a saber!
También aquí entramos a verlo. Es un poco mayor que los otros pueblos, quizá
también algo más turístico, con un albergue y una zona de aparcamiento a la
entrada del pueblo, antes cruzar el río. Está claro que en temporada de verano
esta zona no está tan solitaria como la estamos encontrando nosotros.
A partir de Saliencia la carretera se
va convirtiendo poco a poco en pista, a
la vez que aumenta la inclinación. Al fondo ya se distinguen las zetas de La
Farrapona.
Hasta aquí hemos ido bastante
tranquilos, yo me he quedado el último, reservando fuerza para los lagos. El
paisaje de la subida es magnífico. Se ha despejado bastante la vegetación, para
dejar ver unos árboles muy tupidos, que arrancan del suelo como matorral y
tienen un porte de más de tres metros. Están totalmente cubiertos de flores blancas
y salpican la ladera alternándose con las escobas en flor, helechos y un montón
de especies que nos resultan desconocidas.
En la parte alta del puerto surge el
pique de rigor, para no faltar a la tradición. Ya se que queda mal decirlo,
pero para las pocas veces que lo consigo ¡HE GANADO A ALFREDO!, puede que sea
porque le duele el culo. Coronamos en mitad de la niebla, nos hemos metido
dentro de las nubes que nos han ido cubriendo todo el camino y la temperatura
baja algo.
Arriba nos encontramos con un grupo de
excursionistas vetustos, de los que suben en coche y limitan el esfuerzo a
comerse lo que han traído. Pensándolo bien, puede que alguno de ellos no nos
saque tantos años, pero queda evidente la diferencia de forma y de talante de
ambos grupos. Creo que se sienten un poco envidiosos o humillados, según se
mire. Nos arrimamos un poco y les gorreamos un trago de vino de la bota. Cuando
hacemos referencia al jamón y al chorizo no se dan por aludidos y pasan de
nosotros.
También se nos acerca una pareja que
sube en coche, ella cerca de los cuarenta bien llevados y el más mayor y peor
traído; ella preguntando y sonriendo, el callando y apretando los dientes; ella
contoneándose y volviendo a preguntar –el qué no importa- y él llamándola para
que suba al coche, ¡pero que p…!
Cogemos la pista que baja hasta el pie del lago de la cueva. No se ve nada. Estamos en la orilla del lago, como podríamos estar junto a las márgenes del Jarama. Los senderos que veíamos en el plano alrededor de los lagos, han desaparecido. Dudamos un poco, nos asomamos a la boca de la antigua mina y finalmente decidimos seguir por pista, pasando de bordear los lagos de la Cueva y Cerveiriz. La pista está muy deteriorada y muy inclinada, lo que hace que nos tengamos que emplear a fondo con el 1:1.
El último repecho lo subimos todos andando menos Juan, que está fuerte y le va la marcha. Al coronar sobre el lago Cerveiriz nos asomamos y tratamos de adivinar cómo será entre jirones de niebla. Se oye tormenta al fondo y estamos en el peor sitio y en el peor momento.
Seguimos rodando por terrenos de
pradera, a veces con camino y a veces
sin él. Todavía seguimos subiendo, el desnivel es poco, pero el camino es
difícil. Nos cruzamos con unos senderistas añosos y nos avisan que nos vamos a
perder, que el camino no está definido y que con la niebla seguro que nos
perdemos ¡cómo me joden los profetas! También vemos una parejita comiéndose el
bocata, por lo demás el paraje está desierto y tenebroso.
Al coronar hacemos un descanso general
para comer algo y estirar los músculos. Empieza el masajito y el manoseo.
Alfredo se calienta y nos enseña hasta el culo. ¡Joder que cardenal! La caída
de antes está en pleno esplendor, luciendo una amplia gama de colores y
cogiendo volumen. Está de foto, y Félix se la hace.
Ya estamos arriba del todo y ahora hay
que encontrar un sendero que baja al Lago del Valle, el mayor de todos. Hacemos
un par de intentos y acabamos triscando ladera abajo, con la bici al hombro, en
una ladera de piedras sueltas y envueltos por la niebla ¡qué emocionante! Aquí
nos encontramos otra vez con la pareja del bocata, que han intentado bajar por
varios sitios y han tenido que retroceder perdidos. La aparición de siete tíos
vestidos de colorines galácticos y con la bici al hombro les abre nuevas
esperanzas. Félix les adoctrina con suficiencia, les explica las bondades del
GPS, les encamina hacia abajo en busca del sendero y ellos, que no conocen la
cantidad de marrones que llevamos comidos por este tío, se relajan y confían como
corderitos.
Seguimos bajando y se desprende un
cascote gordo desde atrás, que me pasa a pocos centímetros de la cabeza. Como
no lo veo, no me asusto, pero los que me siguen dicen que me han visto peligrar
seriamente.
Llegamos a un sendero en mitad de la
ladera y nos reagrupamos todos para seguir bajando, eso sí, seguimos con la
bici a cuestas un buen rato ¡y hay quien dice que la ruta era totalmente
ciclable!
Llega un momento que el sendero, sin
previo aviso, se hace horizontal y se convierte en pista. El Lago del Valle
debe quedar justo debajo de nosotros, pero no vemos nada con tanta niebla. El
trazado original de la ruta seguía bajando hasta llegar al margen del lago,
para luego dar una vuelta completa y coger un camino por el margen izquierdo,
pero como no se ve nada, decidimos seguir hacia Valle de Lagos por pista. Me
sorprende tanta sensatez para variar. En algunos puntos vemos desvíos que
bajan, pero no queda claro si son caminos hacia el río o acceso a fincas
particulares. Continuamos por la pista descendente, que se va haciendo cada vez
más cómoda hasta situarnos en el pueblo.
Vamos con frío y paramos en el bar.
Alfredo ha sugerido tomarnos un café, así que pedimos 6 cervezas y su café.
Devorando literalmente unas bolsas de patatas fritas, no hemos comido y vamos
todos caninos.
Al rato llegan otros ciclistas, que
venían detrás haciendo prácticamente el mismo recorrido. Son de Oviedo y
conocen bien la zona, charlamos un rato y nos aconsejan el Puerto de la Mesa y
que pasemos del Angliru ¡ya veremos!
Continuamos la bajada en plan cómodo.
Teníamos que seguir por un sendero junto al río, hasta Pola de Somiedo, pero ya
flojean los ánimos y, la verdad, el tiempo no acompaña. Hacer una ruta entre
niebla produce una sensación de despiste que cansa el doble, porque si analizas
el esfuerzo desde que subimos la Farrapona, no ha sido tanto y hemos tenido
rutas mucho peores cerca de Madrid. No se por qué, pero esta excursión va
sensata y hay unidad de pareceres para dejarnos caer por carretera hasta el
pueblo.
La bajada es muy empinada y Jesús hace
una exhibición. Se ve que es el que está más dispuesto a arriesgar. Tengo que
hablar con él seriamente un día de estos y contarle aquellas cosas de que lo
importante es poder volver a salir el día siguiente y que Julito también bajaba
antes que nadie hasta que se calzó algunas gordas, pero con suerte, que Alfredo
está pirado y lo paga con frecuencia, que Miguel monta que te cagas, pero va
siendo más prudente… Ya sabéis con estos y otros pensamientos llegamos todos al
pueblo, eso sí, yo mucho después.
Cumplido más o menos el objetivo (que
ha quedado bastante recortado), encerramos las monturas y nos preparamos para
cenar cuanto antes.
Damos un pequeño paseo, visitamos el
centro de atención turística, que tiene una exposición bastante maja,
picoteamos con unas sidras y a eso de las 9h. estamos cenando carne como
bestias. Chuleta de ternera, entrecotte y guiso de cabrito. Todo magnífico.
De recogida tomamos una copa en el bar
que hay frente al hostal. También es mala leche que en un pueblo tan tranquilo
nos hayamos buscado la pensión enfrente del bar de la marcha. Los más osados
juegan al futbolín con dos del lugar, que deben llevar muchas horas de
práctica, porque hay un gordo cabrón que las cuela todas. Los humillados se
defienden diciendo que si el futbolín es distinto, que si en Madrid no son de
hierro.. para acabar diciendo aquello de “subiendo puertos quiera verle yo”. Macho,
que nos ha ganado y no busques más excusas. Aquí el invierno es muy largo y
lluvioso y un tío tan feo, le tiene que dar por entrenar al futbolín, porque tú
me dirás donde va a triunfar si no ¿o piensas que tiene alguna oportunidad con
la rusa?
Nos vamos a dormir bastante cansados,
con la ilusión de lo que nos deparará el día siguiente.
Esta es la última
antes de Asturias y hay que ponernos en forma, así que decidimos hacernos una
subida larga, la de siempre, la clásica, pero no por eso más fácil o menos
bonita.
No hay mucho que
contar, ya sabéis todos: empiezas cuesta arriba, sigues subiendo, luego subes
más… A pesar de que es prontito, el calor aprieta y subimos a un ritmo vivo.
Primero se
escapan Félix y Julio, luego les enganchamos Miguel y yo. El que se descuelga
esta vez es Juan. Vamos subiendo altos de pulsaciones, a un ritmo vivo. Entre
risas y chungas se va forjando el pique de rigor. Que si no puedo, que si yo no
tiro, pero el caso es que el ritmo sigue subiendo y la cosa se anima. Félix
decide verlo desde atrás y nos deja a Miguel, Julio y yo que disputemos el
sprint para llegar a las buitreras, por una vez, yo delante.
Reagrupamos y
seguimos a la Nava. Salen juntos Félix, Miguel y Julio. Yo me quedo con Juan y
subimos rajando todo el camino. Se me pasa sin enterarme. A media subida nos
encontramos a Julito refrescándose en una bajada de deshielo. Después nos
contaría que veía lucecitas y empezaba a marearse. Hoy no tiene el día fino y
eso que la semana pasada dio un recital.
La foto es de Febrero, no de Junio.
Cuando bajamos ya
empieza a verse más gente, porque hasta aquí hemos llegado solos. Miguel se
separa aquí del grupo, volviendo por el mismo sitio para llegar antes a casa.
Como nos vamos a Asturias, esta semana quiere ejercer de padre responsable. Es
una lástima, porque está muy fuerte y viene dando batalla.
Continuamos a El
Collado de los Pastores. Nos adelantamos Félix y yo. Subimos fuertes (yo, él no
se despeina) y coronamos a muy buen ritmo, con el corazón saliéndose por la
boca. Aquí ya es una auténtica feria de gente, cada uno con sus batallitas.
Cuando llegan los demás, descansamos un poco y nos tiramos pista abajo. En
principio Félix y Juan querían bajar por el camino trialero, pero se lo pasan
de largo y nos juntamos abajo. Félix, que había venido pedaleando desde el
Boalo. Se separa aquí para volver por la sierra de los Porrones. Los demás nos
dejamos caer hasta el coche disfrutando del paisaje, que está en su mejor
momento.
Con Ángel, hermano de Juan
A la 1 en el
coche, a las 2 en casa y a las tres durmiendo la siesta. Nos ha salido redondo,
y es que una ruta tan repetida te la comes en un momento. No procede hacer
fotos, Félix no se pierde ni con el GPS y los demás vamos sobrados porque ya
sabemos lo que nos espera. Seguro que la semana próxima no decimos lo mismo.
Como la semana
pasada yo no salí, estos zánganos pasaron de escribir nada para dejar
constancia a la posteridad.
Nos ha salido una
ruta cortita, pero entretenida. Quedamos a las 8:30h y nos presentamos los 7
magníficos. Hacía bastante tiempo que no coincidíamos tantos.
Foto de Alfredo
Empezamos con la
subida a la Barranca, que es una pista muy buena, pero muy empinada. Hacemos la
subida alegre. Como no tengo ganas de montar en bici, salgo ligerito, para
acabar antes.
Cuando llevamos
más de la mitad de la subida, he gastado casi todas las energías por ir tirando
del grupo y Félix y Julio dan el hachazo con toda facilidad. Después me rebasa
Juan, que va muy fuerte, pero los otros tres se quedan por detrás de mi
–Alfredo, ya se que jode-. Coronamos la Barranca en el mirador y nos tiramos
hacia la carretera de Navacerrada. Ha partir de aquí, todo sería chupar rueda
hasta el final de la ruta.
En la confluencia
con la carretera nos encontramos a unos chinos, con chaqueta de vestir, que
bajan campo traviesa, con unas bolsas de plástico llenas de hierba. Les
preguntamos que llevan y contestan que nada. Félix no se corta y les dice que
si son verduras para los rollitos de primavera. Se rien y no se mosquean,
¡menos mal!
Subimos unos
metros por carretera y nos desviamos hacia la izquierda, para coger esa pista
asquerosa, llena de piedras sueltas, con rampas fuertes y abundante agua. Esta
pista es para cachas y habilidosos y, como no soy ninguna de las dos cosas,
llego arriba hasta los cojones.
Seguimos hasta
coronar Navacerrada y desde allí cogemos el camino de tierra que faldea en
dirección a Bola. Es estrecho, pero se sube bastante bien en comparación con la
pista anterior.
Bola al fondo
Al llegar a la
arista donde cambia la vertiente, empieza un sendero de bajada muy trialero,
que a Julio y a mi nos obliga a empujar un buen rato. Después mejora un poco y
ya nos permite y subidos, aunque poniendo el pie en el suelo con frecuencia. El
paisaje es precioso y lo hemos pillado en buen momento, todo verde, con nubes
densas que adornan las cumbres y rayos de sol que se cuelan sobre le valle; en
fin, tierno y bucólico como en los cuentos de Heidi.
Para esta bajada,
Alfredo estrena su cámara de casco y la grabadora. Es una pijada más que
promete hacernos pasar un buen rato con las bajadas de nuestras rutas, además,
a los torpes siempre nos quedará la posibilidad de enseñarlo y decir “mira como
bajábamos” cuando en realidad íbamos detrás empujando la bici y acojonados.
También dejamos registro de los sonidos del descenso, gracias a un micrófono
ambiental que forma parte del equipo. Para que la prueba sea completa, en lugar
de decir junto al micro el clásico “1, 2, 3,
meseoye” Jesús hace vibrar el aire mediante otro órgano ….
afortunadamente el olor no queda registrado, aunque creo que nos impregnó a
todos por un buen rato.
Antes de existir la GoPro, Alfredo ya lo inventó.
La salida del
sendero cae sobre el mirador de la barranca. Desde este punto enlazamos con el
camino Ortiz, que es mucho más llevadero. En poco tiempo volvemos a la pista
principal y, sorteando a las hordas de caminantes que suben ahora, nos
plantamos en el coche en un periquete.
Son las 12:30h y
ya hemos cubierto el recorrido previsto, así que aprovechamos para tomar una cerveza
en el hotel, celebrando el cumple de Jesús, que cae por estos días.
Para esta ruta se han apuntado dos nuevos: Tomás y
Miguel. Amigos de la infancia con los que compartí mi mejor época de emociones,
golfadas y amores. Han tenido que pasar 25 años para volver a coincidir en un
juego, esta vez lícito, que los de antaño no lo fueron tanto…
Al ir a empezar la etapa, todavía traemos recuerdos
de la semana anterior, ya que Félix viene un una rueda pinchada y Jesús tuvo
que seguir quitando pinchos en casa.
Salimos hacia el puerto de La Puebla, que aunque es
una subida de asfalto, no se hace ingrata, porque la carretera es bonita y no
hay tráfico. Vamos con ritmo alegre hasta coger la pista que sale por la
izquierda, a unos 8 kilómetros.
La pista sigue subiendo, pero ya más suave, por un pinar que culmina en el collado Salinero. Al girar hacia el Este vamos atravesando una zona de repoblación de pino y matorral, que dan a los barrancos de alrededor el mismo aspecto que la cabeza de los negros con trenzas “afro”. Han tenido que meter muchas pelas para sembrar tantas laderas. Esperemos que generaciones futuras disfruten de ellas.
Reforestación de pinos
Del collado Salinero al de las Palomas vamos prácticamente llaneando, remontamos unos 100 mts. Subo más o menos ligero y Jesús y Juan aprovechan para ir recogiendo las cosas que se me caen de la mochila, que me he dejado abierta. Se sienten como Pulgarcito y las migas de pan ¡menos mal que esta vez no me he quedado el último!
Comemos alguna cosa y descansamos. Tomás ya dice que si hay que bajar mucho y que si hay que subir después, sin embargo, Miguel va fresco y disfrutando. Félix y Alfredo iran todo el tiempo (casi todo) por delante y Juan y Jesús hoy parecen estar algo más vagos.
La bajada hacia el collado de La Vihuela es una
pista de peor calidad, con rodadas algo más profundas. En esta bajada en cuando
Félix echa en falta sus llaves. No se si como consecuencia de que yo fuera con
la mochila abierta o simplemente por casualidad, revisa su equipaje y le faltan
las llaves del coche y de casa ¡qué faena! La broma es gorda.
Llegando al último collado, Jesús se adelanta un poco en la bajada y lógicamente, se pasa de largo el desvío al pueblo ¡le ha vuelto pasar! no se como lo hace para ponerse en cabeza y equivocarse inmediatamente después.
La bajada se inclina mucho. El último tramo de pista baja 100 metros en kilómetro y medio, con firme malo. Aquí hay que arreglar un pinchazo y enfilamos hacia el pueblo. Es una bajada corta y trialera, que cada uno hace como puede (yo, casi todo andando). Miguel enseña aquí su técnica de trial y lo hace bastante bien.
Abajo no se ve a nadie, pero hay unas vacas y un caballo. Puede que no estuvieran en la única casa habitada o que no quisieran salir, ya que según la historia de Gustavo, la casa pertenece a la Diputación y el pueblo está formalmente deshabitado. No puedo evitar el imaginarme la vida aquí. No podían llegar ni siquiera carros, con lo que todo el intercambio de mercancías con el exterior se tendría que hacer a lomos de caballería. Algo tan sencillo como las tejas que se ven por aquí, un cristal de ventana (si los hubo) o cualquier tejido, debía ser un bien escaso. El camino a los pueblos de La Vereda o Prádena llevaría un día entero y tales metrópolis tampoco podrían ofrecer mucho.
Única casa que queda en pié
Bueno, el caso es que ya lo hemos visto, ahora toca
subir. Primero empujamos por el sendero y luego pedaleamos con desarrollo muy
corto para volver al collado. Es una subida dura y tiene su mérito el hacérsela
entera sin poner el pie. Obviamos la variante que había pintado Félix y cogemos
derecho hacia el collado de las Palomas, que también es subida y, a estas
alturas, ya van pesando. Este es el tramo más bonito del recorrido, es donde se
ven los grandes robles –todavía sin hoja- y la vegetación es más rica y
variada.
Rodeamos el cerro Porrejón por la cara Sur,
perdiendo bastante altura hasta salir a la carretera del puerto, pero esta vez
por el lado de La Puebla de la Sierra. Al llegar a la carretera hay que subir
unos 3 kilómetros. Tomás va muy justo de fuerzas y me quedo con él para que
vaya a rueda y no suba andando. Arriba nos reagrupamos todos, pero por poco
tiempo, porque ahora se trata de bajar 10 kilómetros seguidos por asfalto y los
amantes de la adrenalina sueltan el freno y se embalan a tope.
Esta etapa es de Jesús y justo es dejar constancia
de ello. Hace una bajada vertiginosa y les abre hueco cuando menos se lo
esperan. Alfredo quiere reaccionar, pero ya no hay tiempo. Son más de 90 kilos
cuesta abajo y con unas ganas de triunfo inigualables. Al final de la bajada
hay que mantener la punta y pedalear con desarrollo grande. Puedo imaginar
perfectamente la cara de Jesús desencajada por el esfuerzo y la rabia de
Alfredo, viendo que se la están quitando en sus narices y sin trucos ¡Bravo Jesús!
otro día con menos prisa te busco las flores y la rubia que da los besos en la
meta.
Es hora de volver a las llaves. No están en el coche
como esperábamos, pero preguntando en un bar cercano nos indican que se las han
entregado al guarda forestal. Llamamos por teléfono y nos las trae.
Afortunadamente la ruta acaba sin problemas, frente a unos botellines y
comiendo a pellizcos una barra de pan.
Como el tiempo no
era muy prometedor y había comidas familiares de por medio, hemos cambiado de
plan y nos vamos al Pontón de la Oliva, en lugar de la visita a La Vereda y
Matallana, que sigue pendiente. Se trata de hacer la ruta clásica e improvisar
alguna variante sobre la marcha, bien al pico Centenera o bajando hacia el
cruce con el pueblo del Atazar.
Hace un poquito de frío
Llegamos y
llueve, no mucho, pero llueve. Ya que estamos aquí, no es cuestión de darse la
vuelta, así que nos enfundamos el chubasquero y empezamos… Empezamos cuesta
abajo (le he prometido a Santiago que la ruta es toda hacia abajo) para bajar
hasta el desvío donde está el sendero hacia la cueva del Reguerillo. Es una
subidita de un par de kilómetros, lo justo para entrar en calor.
Nos dejamos caer
camino de la presa de la Parra, disfrutando de los primeros brotes de
primavera. Está todo muy verde, parece que estuviéramos bastantes kilómetros
más al norte. El camino lo tenemos muy visto, por lo que lo único que cabe
comentar es que el rebaño habitual de vacas está un poco más nervioso que de
costumbre. Hay varios chotos muy jóvenes y quizá no se fíen de nuestras
intenciones. Nos hacen salir un poco del camino y volver a él. También tenemos
el primer pinchazo. Jesús tiene que cambiar cámara.
En la presa
paramos muy poco, porque ya lo habíamos hecho antes y nos sigue cayendo agua
encima, así que empezamos la segunda “bajada” en dirección al collado del
Santo. A mitad del “asdescenso” nos sale un corzo, que va más ligero que
nosotros y nos enseña su culo blanco con toda naturalidad. Coronamos la bajada
y enseguida llega Juan, para decirnos que Jesús ha vuelto a pinchar. Hacía
tiempo que no pinchábamos ninguno, pero dos veces el mismo ya mosquea.
Retrocedemos, arreglamos y volvemos al collado.
Aquí es donde hay
que decidir la variante de la ruta, pero el tiempo no acompaña –sigue
lloviendo- y se ven pocos ánimos de complicar la cosa, así que cogemos camino
de Alpedrete. Jesús debe de estar aburrido y pincha de nuevo para distraerse. Yo
creo que lo que no quiere es llegar a tiempo a la comida familiar, además
cambiamos la rueda dos veces, porque la primera cámara pierde aire.
Bajamos hacia
Alpedrete, disfrutando del paisaje con la vista y con la nariz. Los robles
todavía se lo están pensando para brotar, pero el resto de vegetación de ribera
tiene un verde muy intenso, la jara huele mucho, aunque todavía sin flor.
Acabamos la
bajada, cruzamos el arroyo y continuamos bajasubiendo hacia Alpedrete. Ahora
soy yo el que tiene envidia de Jesús y pincha. Quito hasta cuatro espinas de
zarza de la cubierta, así que ni se plantea el poner parche. Pongo una cámara
de Juan y adelante.
Cruzamos el
pueblo y seguimos bajando por la pista del canal. Paramos un par de veces para
asomarnos al barranco del Lozoya, paramos también en el Pontón y llegamos al
coche a las 11:30h. Increíble, nunca habíamos hecho una ruta en tan poco
tiempo, a pesar de los múltiples pinchazos y otras paradas, se ve que la lluvia
nos pedía que no nos entretuviéramos.
Hemos quedado en
Miraflores a las 8h para intentar hacer la ruta fallida de la semana pasada. Es
un recorrido ambicioso, de unos 50 Km, pero de los difíciles. Juan se viene en
bici desde Soto, se nota que está fuerte y hoy va sobrado.
La subida a
Morcuera es como siempre. Bueno, para todos no, porque Juan y Miguel se
despistan y cogen la carretera. Esperamos un rato mientras Alfredo caga, pero
no aparecen, así que les damos un toque por teléfono y quedamos en vernos en el
puerto.
La subida la
hacemos a buen ritmo, con pocas paradas (Félix para una vez más que el resto,
porque le ha dicho Alfredo que le suena el cambio). Al fin y al cabo ya nos
conocemos el recorrido. Jesús sube fenomenal y no se despega nada. Jose Angel
va más descolgado.
Nos reagrupamos
en la barrera de salida a la carretera para continuar después hasta coronar.
Alfredo y Félix salen rápido, luego Jesús y Jose Angel. Yo me quedo el último,
pues me apetece descansar del esfuerzo anterior.
Arriba están Juan
y Miguel, que llevan media hora esperando, y es que por carretera cunde más y
haces dos kilómetros menos.
Seguimos por donde siempre: la fuente de Cossío y el GR hacia Canencia. Nos hacemos una foto sobre las últimas manchas de nieve de la temporada. A medio camino tomamos el desvío que baja al abedular (nunca llego a ver los abedules), con la variante que va más cerca del fondo del barranco. Miguel se emociona con la bajada y revienta una rueda. Cambiamos la cámara y seguimos ruta.
Salimos a la
carretera y tomamos la pista de subida a Canencia. Para pasar el arroyo nos lo
tenemos que pensar un rato, porque en pleno deshielo baja bravío. Jose Angel se
moja los pies y Jesús las punteras. Los demás optamos por la versión
conservadora de saltar por las piedras.
La subida es
durilla, sobre todo las primeras rampas, que deben tener un desnivel de 15% y
el firme es muy malo. Hay que apretar los riñones y dar pedales con mucho ritmo
para mantener la trazada. Pasado el primer repecho, el puerto se suaviza, sin
dejar de ser un trazado de los duros, que te sitúa a la altura Canencia en muy
pocos Kilómetros.
Jose Angel va
jodido y le dan calambres, dice que no puede ni andar. Con nuestro compañerismo
habitual, le vamos pasando sin perder el ritmo. Ya se sabe, más sufrió Nuestro
Señor subiendo al Calvario y encima no tenía bici.
Subida a la
Cabeza de la Braña. Son sólo 2,5 kilómetros, pero muy duros. Aquí hay que dejar
constancia que Juan le hace una buena pasada a Alfredo y demuestra su estado de
forma.
En las últimas
rampas Miguel, Jesús y yo empujamos. Me da rabia, porque en septiembre pasado
llegué bien hasta arriba y ahora llevo las piernas totalmente bloqueadas con
calambres hasta el ombligo.
La vista desde
arriba merece la pena. Se divisa todo el valle de Miraflores y el de
Bustarviejo, hasta Guadalix. Probablemente sea de las mejores de la sierra.
Bajamos y Jose
Angel ya se ha marchado. Yo también decido separarme aquí, porque es la 1:20h y
he tenido suficiente bici por hoy.
Me bajo por
carretera hasta el coche, acabando una ruta que debe ser considerada de las
duras.
Julio me cuenta
el domingo que ha hablado con Miguel y que se calzó una buena hostia. Está
dolorido, pero creo que la bici no se ha roto ¡menos mal!
Mañana le
preguntaré a Félix por detalles del tramo que hicieron después.
Una
ruta rara y simpática. Hemos quedado en El Boalo para hacer una ruta cerquita,
sin subir muy alto para evitar la nieve y sin alargarlo mucho, que hoy es Felixín
el que tiene prisa. También es un buen día para dar la bienvenida a Miguel y a
Jose, con los que no salíamos hace un montón de tiempo y verdaderamente apetece
el reencuentro. Ahora es Julito el que anda perdiendo comba, y es que sigue con
el pescuezo rígido cual polla de novio joven.
Cambiamos
la intención inicial de subir a la Sierra de los Porrones y luego cruzar sobre
el pantano, para ponernos en manos de Jose, que propone una vuelta por los
pueblos de alrededor.
El
día está soleado, pero bastante frío. Salimos abrigados y, a pesar de no hacer
aire, no nos sobra ropa en ningún momento. Mucha luz y unas vistas magníficas
de toda la sierra y los pueblos de la falda del Guadarrama. Alguna de las
urbanizaciones que pasamos sorprende por las casas. Puede que ya no sean sólo
de fin de semana y que se utilicen como residencia habitual, creo que yo lo
haría. También pasamos por algún tramo más industrial, con menos encanto.
Igual
que la semana pasada (no tanto) también pasamos bastantes zonas inundadas,
charcos enormes y algún arroyo. El último, como anécdota, sirve para que Jesús
se exhiba, pedaleando sobre un puente estrecho, sin barandilla y a un metro de
altura sobre el cauce. No vio que los demás cruzaron el arroyo por abajo y yo
pasé el puente después, pero andando. El caso es que hasta ahora, de todas las
veces que hemos cruzado por el mismo sitio, es la primera vez que uno se atreve
a hacerlo montado y por el puente.
La
ruta es muy variada, con tramos de pista, alguna zona trialera y una subida
exigente, donde le damos caña a gusto. Mirando después en el mapa, creo que se
trata de Cabeza Mediana (1330m) aunque no estoy seguro, pues al no haber
preparado el recorrido sobre el plano, se pierde un poco la perspectiva global. A ver si Félix es capaz de pintarla
sobre el mapa y la guardamos en el repertorio, porque merece la pena.
Llegamos
al pueblo muy pronto, así que aprovechamos para tomar una cañita –bueno,
cuatro- y charlar un rato. Nos vamos a casa tan contentos, Miguel encantado con
su reencuentro suave, Jesús dice que todas las rutas debían salirnos así y
todos sorprendidos por unos caminos que nos quedan al lado y que no se nos
hubieran ocurrido nunca, si no es por Jose.