Ruta realizada el Sábado 06/11/2004
Participantes: Félix, Miki, Pepe, Julio
Hoy vamos de grupo pequeño y es que Jesús anda trabajando, Juan de mudanza, Ángel de vago y a Alfredo no le toca. Ellos se lo pierden, porque nos ha salido un día magnífico, cerca de 20ºC y una luz que molesta a los ojos.
A pesar de que Julito llega tarde, nos presentamos todos allí antes de la hora prevista y en un momento estamos listos. Félix estrena guardabarros y yo camiseta, aunque no sea más.
¿A que no sabéis como empezamos? Efectivamente, cuesta arriba, pero muy cuesta arriba. Se sale del pueblo de Somosierra por una pista a la derecha de la antigua carretera nacional, sobre la que han tenido que echar hormigón en algunos tramos, para que no sea más barranco que pista. No se trata de una rampita, no es un repecho, es una jodida cuesta que nos lleva de 1.440m. a 1700 de altitud en 2 kilómetros, con desniveles desiguales que deben superar el 20% en algún punto. Aún con el 1:1, doy un máximo de 176 pulsaciones, saliendo en frío y Julio tiene un amago de arcada por el ácido láctico y se le cara blanca como el culo de Blancanieves.
Eso sí, en cuanto empalmamos con la pista que faldea por encima del 1.700, el camino se vuelve muy cómo, con buenas, llaneando o bajando un poco incluso, alrededor de La Cebollera Nueva ¡vaya nombre para un pico! La vegetación es principalmente de matorral, aunque también atravesamos un pinar de explotación maderera. Las vistas sobre el valle quedan un poco ensombrecidas por la autopista que hay al fondo y por el ruido que produce, que a pesar de la distancia, nos acompaña durante gran parte del camino ¡para que luego digan que no hay impacto ambiental.
A la vuelta de una curva nos encontramos con dos buitres sobre una piedra, que levantan el vuelo a muy poca distancia de nosotros. Parecen los buitres andaluces de El Libro de la Selva, con su acento andaluz y cubano.
El llaneo termina en el arroyo de La Garita, que empina la pista hasta casi 1.800m, en el cruce con la que va al collado del Mosquito. Nos esperábamos un repecho peor.
Empezamos la bajada hacia Horcajuelo, por una pista que cada vez es más bonita, porque empieza a aumentar la vegetación hasta discurrir junto a unos robles de buen porte, en el segundo cruce con el arroyo de La Garita. Vamos deprisa y en una de las zanjas tengo un sustillo, porque estoy haciendo la bajada con una cala que no encaja bien y en un amago de salto me quedo un poco de medio lado. Creo que Julio también ha hecho una filigrana parecida.
En los 1.200m, antes de llegar al pueblo, giramos a la derecha y nos ponemos de nuevo cuesta arriba. Es una pendiente bastante fuerte, que nos lleva otra vez a los 1.500m y llegamos ya curraditos. Aprieta el sol a pesar de la fecha y nos sobra el pantalón largo, los guantes y todo el pertrecho de invierno.
Afortunadamente ya viene la bajada, en dirección a la autovía, por una ladera frondosa y con ejemplares de acebo y roble de buen tamaño.
En la salida a la autovía, cruzando en dirección a Robregordo, nos encontramos con tres excursionistas, que están perdidas. Les regalamos el plano y seguimos ruta hacia los acebos. A estas alturas ya tenemos decidido que no vamos a subir hasta la horizontal, como teníamos previsto, incluso yo propongo perdonar los acebos e ir directamente a Somosierra, pero la verdad es que, después de estar aquí, da pena perdérselo.
Otra tiradita hasta el bosque de acebos y un pequeño paseo por su interior para disfrutar de zonas umbrías, junto a explanadas de luz cegadora, canto de pájaros, junto al ruido de la autovía.
Muy bonito, muy bucólico, pero vámonos que se está haciendo tardísimo. Félix se queda un poco más, para seguir recorriendo el parque, pero Miguel, Julio y yo nos vamos al coche, donde llegamos con 40 kilómetros recorridos y muchos más cansados de lo que cabría esperar para esta etapa.
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Una respuesta a “Somosierra –Acebeda de Robregordo”
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Recuerdo que me hice la vuelta a una vaguada yo sólo y me salieron unos mastines con muy malas formas, que cuidaban de un enorme rebaño. Conseguí que se calmaran y continué. Me salieron otra vez porque la ruta recorre un círculo por la vaguada y esta vez no les hice frente, sino que aprovechando que era pendiente abajo, aceleré.
Oía las uñas de los perrrancos como arañaban la tierra detrás mía. Al no poder seguirme, trataron de acortar por la ladera arriba mientras yo daba pedales como un poseso porque veía en el GPS que el camino hacía una curva por donde podrían salirme los mastines. Puff, menos mal que se cansarían. Jamás se debe huir de los perros, porque entonces se envalentonan y ya no hay quien los pare. Hay que hacerles frente decidídamente.