Soto del Real-Hoya de San Blas

Ruta realizada el Domingo 16/08/2020

Dificultad Física
Dificultad Técnica
38.5 km
943 m
41 Km Distancia Madrid
4h33'
3h22'
Características Terreno No hay información sobre el terreno

Participantes: Félix, Mario

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Ya estaba resignado a no salir a montar y seguir acumulando peso como oso pardo en otoño, cuando recibo un whatsapp salvador de Mario proponiendo una salida dominical. Sin pensarlo mucho acepto y le propongo que busque cualquier ruta que rehuya los rigores del calor. La propuesta inicial no es muy acertada y después de varios tomas y dacas quedamos en hacer la Hoya de San Blas.

El día amanece fresquito y salimos de la gasolinera en dirección sureste para ir cogiendo altura hacia el norte por una subida que nos corta el resuello y nos recuerda el sobrepeso acumulado por tantas Voll-Damm y siestas toreras de dos horas.

Cogemos la pista que sube a Morcuera y vamos hablando cuando los cuestones lo permiten. Le cuento a Mario el extraño y caprichoso ruido que me hace el sillín y resulta ser el mismo modelo que lleva él. Es curioso el paralelismo que tenemos en cuanto a materiales, puesto que su anterior bici también era la Trek Top Fuel 97. Parece ser que también tuvo ese mismo problema y me cuenta como lo solucionó. A la espera de que me empiece el dichoso chasquido, vamos llegando al desvío donde nos separamos de la pista que sube a Morcuera.

Vamos llaneando hasta llegar a la trialera que en bajada nos saca a la casa en ruinas de la pista principal del Monte Aguirre.

La trialera está razonablemente bien en la mayor parte del recorrido aunque hay que ir con precaución porque el terreno está muy seco y las ruedas hacen algunos extraños en las pendientes más pronunciadas. Aquí es donde se nota llevar cubiertas anchas. Estoy encantado con mis cubiertas de 2,30 y 2,25 pues se agarran de maravilla. Aunque para el ascenso sean un poco de lastre, estoy dispuesto a sacrificarme por la seguridad que aporta llevar cubiertas anchas y poco hinchadas. Mario lleva ventaja con sus ruedas de 29 y baja como un señor con su flamante bici, por lo que me espera de vez en cuando.

Una vez en la pista, divisamos la Hoya y justo antes de desviarnos para iniciar el ascenso nos encontramos el coche del forestal y a un señor entrado en carnes de forma rotunda que tiene ganas de conversación. Nos habla de ruedas de 28 pulgadas de las que no había oído hablar mientras observo que lleva la punta del sillín mirando al cielo. Se lo hago notar y se lo corrijo mientras continúa la conversación acerca de lo bonita que le parece la bici de Mario. Cuando se despide, me indica que efectivamente va más cómodo y me lo agradece.

Subimos a la Hoya los primeros tramos con más pendiente al tran tran y en silencio hasta la Fuentona, que es un depósito de agua con un caño al que no había prestado atención hasta ahora. En esta curva me surge el recuerdo de Jesús. En una ruta de hace años, dicha fuente desbordada por la helada nocturna dejó todo el espacio de la pista como un espejo. Y al entrar en la curva en primer lugar, a Jesús sólo le dio tiempo de decir: «Hieloooo», antes de darse una buena hostia que celebramos con las consiguientes risas el resto de compañeros. ¡Qué cabrones somos cuando se caen los demás!

Seguimos subiendo y paramos en los claros que nos permiten ver el espectáculo del valle y las montañas de enfrente.

El día avanza y no hace calor a pesar de estar despejado. Nos hacemos las fotos de rigor y pasamos junto al desvío que baja por la hermosa trialera que desestimamos porque nos queremos correr el riesgo de que esté el forestal esperándonos abajo para emitirnos una receta contra el trialerismo.

Así que seguimos hasta el final de la pista donde nos encontramos con unos senderistas que han perdido unas gafas y que van con dos perros, uno de ellos un rottweiler. Nos preguntan sobre la dificultad de la subida en bici y Mario le quita importancia a pesar de que ha llegado ya tocado.

Hay otros dos ciclistas de escasa experiencia observando el paisaje y le pido a uno de ellos que nos haga unas fotos, a lo que se ofrece gustosamente mientras hablamos de las vistas.

Ya sólo queda dejarse caer y disfrutar de la bajada por pista hasta llegar al embalse de Palancares que hacemos a buena velocidad. Luego un poco de llaneo hasta el coche. El puto sillín apenas se queja. Mamón. Seguiremos observando.

Me enseña Mario como hace para mantener su bici limpia con un kit y nos despedimos hasta la próxima.

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