Ruta realizada el Martes 15/06/2004
Participantes: Félix, Pepe
Martes:
Nos queda la última. Después de varias consideraciones, rechazamos las rutas serias que nos habíamos marcado, pasamos del mítico Angliru y nos vamos a hacer la Senda del Oso. No se si más por acabar pronto, evitar sufrimiento o encaminarnos hacia el pote de castañas que nos vamos a comer.
Desayunamos en Pola, recogemos los bártulos y hacemos cuentas con el Dioni. Finalmente, lo de la rusa no pudo ser ¡ella se lo pierde! No se como puede andar perdiendo el tiempo con ese maromo joven y cachas en compañía de quien la vimos, en lugar de nuestro tipo maduro y carpetovetónico. Estas mujeres del Este no hay quien las entienda.
Como decía, con todo cargado en el coche y vestidos de colorines, nos vamos hacia San Martín para rematar la excursión.
Aparcamos en el mismo pueblo y empezamos tranquilos. El día esta despejado y fresco y salimos con el Wind-stopper puesto. Enseguida cogemos la senda, que es un camino asfaltado, con muy poco desnivel, que aprovecha el trazado de un antiguo ferrocarril como ruta turística de tipo familiar. Una vez más, nos damos cuenta de lo que mola hacer la ruta un martes de primavera, en lugar de un domingo de verano. Tenemos para nosotros solos un bosque de ribera que discurre junto al río Teverga, casi siempre encajonado en un desfiladero. Hay gran variedad de árboles, nosotros solo conocemos algunos. Aunque poca, la pendiente es suficiente para hacer kilómetros y kilómetros sin dar pedales, por la sombra húmeda del bosque y con una temperatura fresquita. Lo que empezó como fresco agradable se convierte en frío, bastante frío, a veces mucho.
El camino nos lleva por túneles estrechos excavados en roca, algunos con algo de luz, otros no. La sensación de pedalear por un túnel oscuro es extraña, ya que no ves dónde apoyas ni qué tienes cerca, solo un punto de referencia, que es la salida en el lado opuesto. Las paredes oscuras tienen algo que te atrae y tienes que poner atención para no irte hacia ellas. A veces quisieras pedalear a tope y en línea recta hacia la salida, para volver a tener referencias reales cuanto antes, otras sientes la necesidad de ir más y más despacio, para tratar de encontrar a tu alrededor esas referencias que la falta de luz te niega.
Los intervalos entre túneles a veces te ofrecen balcones al desfiladero, directamente sobre el río o con perspectivas de las curvas del camino. Estamos disfrutando de lo lindo, lástima que no hiciera un poco más de calor. Otra buena opción hubiera sido hacer el recorrido en sentido contrario, pedaleando río arriba, con lo que el leve desnivel a superar serviría para desentumecer los músculos.
Pasamos por Entragu y por Las Ventas, pero no nos enteramos, porque vamos pendientes del paisaje natural y no del urbano. Pasamos también junto al pequeño embalse de Oliz y el sitio en el que se supone que están encerradas las osas que encontraron de cachorros en el monte, pero no podemos verlas, porque coincide con un tramo que está en obras y nos hace salir de la senda.
Sin darnos prácticamente cuenta, llegamos a Caranca de Abajo, donde el Teverga se une al río Trubia. Creo que es aquí donde nos despistamos un poco y en lugar de seguir el curso del Trubia hacia Proaza, nos vamos a la derecha, en dirección Bárzana. El camino es del mismo tipo, solo que ahora el desfiladero se abre en un valle más amplio, que permite cultivo de huerta y áreas recreativas. Nosotros seguimos parando y haciendo fotos ilusionados.
Al ver que la senda no se acaba nunca y que ya hemos llegado a los 25 kilómetros, nos damos la vuelta e iniciamos el ascenso del río. El desnivel es poco, pero ahora damos pedales por donde antes nos dejábamos caer.
Durante el camino de vuelta Félix recoge hojas de todos los tipos de árboles que encontramos, con lo que nos vamos parando a cada paso, yo creo que con la intención de eludir ese final de excursión que se nos echa encima.
Llegamos al coche y cargamos la bicis para irnos a comer a Bárzana, que este hombre está emperrado con el pote de castañas desde que empezó a planear la ruta. Comemos el pote en Casa Jamallo, un restaurante típico, bien presentado y con encanto. El plato no es tan suave como prometía, sino un guiso que une las calorías de las castañas al picante del chorizo y la morcilla asturianos, es calificable como plato de invierno, de carácter reconstituyente, para estómagos con doble forro. Además del pote, tomamos carne y postre, con lo que iniciamos el viaje de vuelta con la tripita bien llena, para que no nos lleve el aire.
El viaje es tan tranquilo como la ida eso sí, con menos ilusión. Nos hemos comido nuestro permiso de solteros un año más. Al menos, podemos decir que le hemos sacado un buen partido y que siguen en vigor las ganas y la ilusión del primer año. Puede que para el próximo año nos aventuremos a Pirineos, que indaguemos las sierras de Zamora o los montes de Navarra y el País Vasco; porque lo que es a mí, Carolina ya me ha dejado claro que eso de irme a los Dolomitas italianos o a las selvas de Guatemala “no le viene bien…” A buen entendedor, pocas palabras bastan y en este relato ya van demasiadas.
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