Ruta realizada el Viernes 11/06/2004
Participantes: Alfredo, Félix, Juan, Miki, Pepe, Jesús, Julio
Viernes: El viaje
Ya es el quinto año que me monto mi escapada de primavera a pedales. Primero fue el Camino de Santiago (2nd try), luego siguieron Cazorla, Peralejos y Mulhacén. Finalmente este año nos decidimos por Asturias. En el Vall D’Aran todavía hay bastante nieve, está más lejos y Gustavo, que era el promotor de la idea, no se encuentra con fuerzas para venir. Félix es el que más impulsa la idea de Asturias y también es el que más se lo ha currado buscando hotel y preparando rutas. Nos dirigimos a Somiedo y las expectativas son muy altas.
Es viernes y estamos deseando escaparnos del curro cuanto antes. A mi me han colocado una reunión a última hora, de la que no puedo despegarme hasta las 14:30h. Cogemos el coche de Félix, que ya lo tiene todo cargado y nos vamos a mi casa. Cambiamos los bártulos a mi auto, cargamos tres bicis –una de repuesto- y salimos a la carretera de A Coruña a eso de las 15:30h.
Está algo atascado en los primero kilómetros y no se despeja hasta bien pasado Villalba. Después del túnel ya es otra cosa.
Cuando dejamos atrás cerca de 100 kilómetros paramos a comer en un área de descanso, uno de esos en los que ya han cerrado la cocina y te clavan una pasta por unos míseros bocatas, ¡qué más da! Hay mucha ilusión y lo toleramos todo.
Hablamos por teléfono con Julio, Jesús y él salen ahora de Madrid, con lo que el atasco se ha multiplicado. Luego hablamos con Alfredo, que está en su reunión de viernes por la tarde ¡eso si que es mala suerte! No tengo a mano el teléfono de Miguel y Juan, pero no hace falta, porque al cabo de un rato veo una Gary Fisher incorporándose por el carril de aceleración sobre un Passat familiar ¡ya estamos todos controlados!
Rodamos despacio, a eso de 130 kilómetros por hora y al cabo de un rato Miguel y Juan nos pasan, porque ya no aguantan más nuestro ritmo de cuarentones vejestorios. Ya veremos cuando cojamos la bici…
Llegamos a Benavente y seguimos hacia León. Todo autovía, poco tráfico y un paisaje que verdea por momentos.
Dejamos la autovía antes de tiempo, hacia Barrio de Luna, lo que nos obliga a rodear el pantano por la margen izquierda. Nos hemos colado totalmente, pero como la carretera es muy bonita y vamos con tiempo, no nos importa. Paramos junto al pantano, a ver el atardecer y disfrutar del paisaje. Estamos tiernos y románticos.
Juan y Miguel paran detrás y se bajan entusiasmados “¡claro! Ya sabíamos que teníais motivos para salir de la autovía antes de tiempo. Si no es por vosotros nos lo perdemos. ¡cómo se nota que lo habéis preparado bien!”. PERO QUE JODIDOS PARDILLOS. Estos tíos tienen tanta fe que son capaces de atribuir cualquier circunstancia a un plan predefinido. Nosotros, claro, no les sacamos del error y dejamos crecer la admiración. Se estarán enterando al leer estas líneas.
Al rato hablamos con Jesús y con Julio, que están a punto de llegar a las manos:
- Que mires el mapa
- Que no quiero
- Nos vamos a perder
- Es que lo tengo que hacer yo todo
- Lo que pasa es que eres un torpe
- …
Nuestra llamada de teléfono les saca de dudas: efectivamente, se han equivocado en el mismo punto que nosotros. Les esperamos hasta que llegan a nuestra altura para darnos un abrazo y disfrutar juntos del espectáculo del atardecer antes de continuar le viaje.
Todavía nos queda cerca de una hora por carretera estrecha además, el puerto de Somiedo está en obras y, en lugar de carretera, hay una pista apisonada sin señales ni pintura. Esperemos que Alfredo vaya con cuidado.
Es coronar el puerto y el paisaje se hace verde y frondoso. Llegamos a Pola de Somiedo con las últimas luces, las justas para ver claramente al pedazo de rubia que nos espera sonriendo apoyada en el quicio del Hostal Peñálvarez (que bien podía ser el quicio de la mancebía) ¡no es coña! Es una rusa jovencita, de carnes (muchas carnes) prietas y pálidas, como corresponde a su condición soviética. Entramos al local y conocemos también al dueño, un hombre delgado y discreto, Jose, ya entrado en la cincuentena, que tras un par de titubeos queda bautizado como el Dioni, por su llamativo estrabismo.
Nos repartimos las habitaciones, que son muy justitas y en un estado de conservación más que mejorable. Cada año nos buscamos un sitio un poco más cutre. Para colmo, ha habido un error en la reserva y hay un dormitorio de menos, con lo cual, los señoritos que pensaban tener un cuarto para cada uno, se ven obligados a compartir. En esta ocasión son Miguel y Juan. En la parte baja del edificio tenemos un local de trastos para guardar la bici. Félix inmediatamente pregunta que donde está la manguera ¡hay que ver que curiosito es este chico! Nos instalamos y nos vamos a cenar, dejando recado a Alfredo de donde estamos.
A la puerta del hostal nos enrollamos con unos veteranos, que vienen al frente de un autocar de excursionistas y comentamos con ellos las rutas que vamos a hacer. Parece ser que Félix ha elegido bien y tenemos previstas las más representativas de la zona.
Cenamos en un hotel pintón que hay en el pueblo. En un intento de modernismo, se parece más a un local de la cadena VIPs que a un mesón asturiano, que es lo que hubiéramos preferido. Hay quien se decanta por el menú y los hay que nos tiramos al plato de la tierra: las fabes. Julio las pide con jabalí y yo me decanto por la tradicional fabada (sin duda mucho más rica que las judías de Julito). Nos bebemos unas botellas de sidra natural y lo ponemos todo perdido, mientras esperamos que llegue Alfredo. Creo que al dueño no le está haciendo gracia. Finalmente aparece Fredy totalmente desmayado y acaba con todo lo que hay sobre la mesa mientras viene su cubo de judías que también se termina por completo ¡ay, la juventud!
Después de cenar damos un paseo corto y tomamos una copa en un bar con pista de baile. Este si es un local típico, parece una taberna de los «Osos montañosos», aquellos dibujos que había cuando éramos pequeños.
Nos vamos a la cama con la tripa bien llena, esperando que los guisos se transformen en energía para el día siguiente.
Sábado: Los lagos de Saliencia (47 KM)
Empezamos a hacer ruido a eso de las ocho, pero como siempre, nos enrollamos con el desayuno y preparando las bicis, así que no nos ponemos en marcha hasta las nueve. Estamos todos listos en la puerta. El Dioni sale a despedirnos y se descojona cuando le pregunto a Jesús si hoy piensa ir sin faja.
El día está nublado, pero no hace frío. El Dioni nos asegura que levantará a eso de medio día y como no hay nadie mejor en quien creer, salimos confiados.
Atravesamos el pueblo antes de coger una subida sostenida luego enlazamos con unas zetas muy duras que nos colocan 500 m. más altos en poco tiempo, pero no poco esfuerzo. Íbamos tranquilos y con paradas frecuentes, hasta que percibimos que Julito se ha debido poner la camiseta con la que ha estado entrenando toda la semana ¡que tío! ¡como exhala personalidad por todos sus poros! Esto es un motivo más de distracción y vacile, que contribuye a ir pendientes de más cosas que del cuestón que nos estamos comiendo.
Llegamos a Urria que es un pueblo pequeñito, de montaña. Lo vemos en un momento y seguimos subiendo suavito hasta Valle de Lago. Aquí hay una pequeña laguna. Este pueblo ya mola más. En el estanque se reflejan las casas y queda de foto. También vemos el primer teitu típico de la zona de Somiedo. Son construcciones de planta rectangular, con tejados de brezo muy empinados, que permiten un segundo piso. El remate superior deja ver ramas de sujeción que se entrelazan, apareciendo sobre el brezo como las vértebras de una columna gigantesca, simulando la chepa de un dinosaurio antiguo y peludo.
Visto el pueblo, dejamos la carretera y cogemos el camino de la derecha, que rápidamente se pierde en una bajada vertiginosa, con un firme muy malo, que en otros tiempos estuvo a tramos asfaltado. La pendiente está mojada. Es increíble y hay tramos en los que no me atrevo a ir subido y tengo que echar pie a tierra. Alfredo si se atreve y lo hace con soltura, con salero, con maestría… y con una hostia que le deja el culo hinchado y colorido. Podía haber sido un accidente muy serio, menos mal que este tío es duro y tiene suerte.
Salimos a carretera poco antes de Villarín tras disfrutar de un barranco típico asturiano, verde, húmedo, con muchos regueros, que nos ha dejado situados en la cuenca del río Saliencia.
Hay que seguir subiendo y lo hacemos despacito, a ver si damos tiempo a que abra el día, que sigue cubierto. Vamos parando en cada pueblo, a cuál más pintoresco y más bonito. Villarín está hundido, por debajo de la carretera, con pradera y huertas. Se ve el esquema social más antiguo: la iglesia, la casa del rico, que debió ser el señor de la aldea, y las pequeñas casucas descuidadas que componen el núcleo urbano.
Arbellales queda al lado izquierdo de la carretera. Entramos de visita. Tiene un arroyo que lo parte en dos mitades. Las casas incluyen en una sola construcción vivienda, cuadra y cochiquera, manteniendo el estilo antiguo de vivir sobre los animales, almacenando en muchos casos sus excrementos a la puerta, para usarlos en otoño en el abono de la huerta. La mezcla de olores resultante en las calles del pueblo nos da sensación de suciedad y falta de higiene –como Julio- Como las casas también son viejas, no puedes evitar que la imaginación te cree una idea semejante de los interiores.
Nos quedamos mirando los animales que pastan al lado opuesto del barranco. La distancia no permite asegurar si se trata de vacas de montaña –sujetas con arneses para no rodar ladera a bajo- o si es un rebaño de cabras gordas y lustrosas. Una mujer desde el mirador de su casa nos confirma lo segundo.
Seguimos por nuestra carretera arriba y llegamos a Entriga. La carretera pasa por encima del pueblo y la entrada a éste se hace entre la iglesia y el cementerio. En la iglesia cuelgan por fuera las cadenas para tocar las campanas, luego lo veríamos también en otro pueblo. Como ya somos mayores y serios, nos cortamos de montar el escándalo y hacer salir a todos los vecinos corriendo, aunque puedo adivinar que más de uno se quedó con las ganas.
Después de Entriga viene Saliencia, que es el que da nombre a los lagos, o el que lo toma del río, ¡vaya usted a saber! También aquí entramos a verlo. Es un poco mayor que los otros pueblos, quizá también algo más turístico, con un albergue y una zona de aparcamiento a la entrada del pueblo, antes cruzar el río. Está claro que en temporada de verano esta zona no está tan solitaria como la estamos encontrando nosotros.
A partir de Saliencia la carretera se va convirtiendo poco a poco en pista, a la vez que aumenta la inclinación. Al fondo ya se distinguen las zetas de La Farrapona.
Hasta aquí hemos ido bastante tranquilos, yo me he quedado el último, reservando fuerza para los lagos. El paisaje de la subida es magnífico. Se ha despejado bastante la vegetación, para dejar ver unos árboles muy tupidos, que arrancan del suelo como matorral y tienen un porte de más de tres metros. Están totalmente cubiertos de flores blancas y salpican la ladera alternándose con las escobas en flor, helechos y un montón de especies que nos resultan desconocidas.
En la parte alta del puerto surge el pique de rigor, para no faltar a la tradición. Ya se que queda mal decirlo, pero para las pocas veces que lo consigo ¡HE GANADO A ALFREDO!, puede que sea porque le duele el culo. Coronamos en mitad de la niebla, nos hemos metido dentro de las nubes que nos han ido cubriendo todo el camino y la temperatura baja algo.
Arriba nos encontramos con un grupo de excursionistas vetustos, de los que suben en coche y limitan el esfuerzo a comerse lo que han traído. Pensándolo bien, puede que alguno de ellos no nos saque tantos años, pero queda evidente la diferencia de forma y de talante de ambos grupos. Creo que se sienten un poco envidiosos o humillados, según se mire. Nos arrimamos un poco y les gorreamos un trago de vino de la bota. Cuando hacemos referencia al jamón y al chorizo no se dan por aludidos y pasan de nosotros.
También se nos acerca una pareja que sube en coche, ella cerca de los cuarenta bien llevados y el más mayor y peor traído; ella preguntando y sonriendo, el callando y apretando los dientes; ella contoneándose y volviendo a preguntar –el qué no importa- y él llamándola para que suba al coche, ¡pero que p…!
Cogemos la pista que baja hasta el pie del lago de la cueva. No se ve nada. Estamos en la orilla del lago, como podríamos estar junto a las márgenes del Jarama. Los senderos que veíamos en el plano alrededor de los lagos, han desaparecido. Dudamos un poco, nos asomamos a la boca de la antigua mina y finalmente decidimos seguir por pista, pasando de bordear los lagos de la Cueva y Cerveiriz. La pista está muy deteriorada y muy inclinada, lo que hace que nos tengamos que emplear a fondo con el 1:1.
El último repecho lo subimos todos andando menos Juan, que está fuerte y le va la marcha. Al coronar sobre el lago Cerveiriz nos asomamos y tratamos de adivinar cómo será entre jirones de niebla. Se oye tormenta al fondo y estamos en el peor sitio y en el peor momento.
Seguimos rodando por terrenos de pradera, a veces con camino y a veces sin él. Todavía seguimos subiendo, el desnivel es poco, pero el camino es difícil. Nos cruzamos con unos senderistas añosos y nos avisan que nos vamos a perder, que el camino no está definido y que con la niebla seguro que nos perdemos ¡cómo me joden los profetas! También vemos una parejita comiéndose el bocata, por lo demás el paraje está desierto y tenebroso.
Al coronar hacemos un descanso general para comer algo y estirar los músculos. Empieza el masajito y el manoseo. Alfredo se calienta y nos enseña hasta el culo. ¡Joder que cardenal! La caída de antes está en pleno esplendor, luciendo una amplia gama de colores y cogiendo volumen. Está de foto, y Félix se la hace.
Ya estamos arriba del todo y ahora hay que encontrar un sendero que baja al Lago del Valle, el mayor de todos. Hacemos un par de intentos y acabamos triscando ladera abajo, con la bici al hombro, en una ladera de piedras sueltas y envueltos por la niebla ¡qué emocionante! Aquí nos encontramos otra vez con la pareja del bocata, que han intentado bajar por varios sitios y han tenido que retroceder perdidos. La aparición de siete tíos vestidos de colorines galácticos y con la bici al hombro les abre nuevas esperanzas. Félix les adoctrina con suficiencia, les explica las bondades del GPS, les encamina hacia abajo en busca del sendero y ellos, que no conocen la cantidad de marrones que llevamos comidos por este tío, se relajan y confían como corderitos.
Seguimos bajando y se desprende un cascote gordo desde atrás, que me pasa a pocos centímetros de la cabeza. Como no lo veo, no me asusto, pero los que me siguen dicen que me han visto peligrar seriamente.
Llegamos a un sendero en mitad de la ladera y nos reagrupamos todos para seguir bajando, eso sí, seguimos con la bici a cuestas un buen rato ¡y hay quien dice que la ruta era totalmente ciclable!
Llega un momento que el sendero, sin previo aviso, se hace horizontal y se convierte en pista. El Lago del Valle debe quedar justo debajo de nosotros, pero no vemos nada con tanta niebla. El trazado original de la ruta seguía bajando hasta llegar al margen del lago, para luego dar una vuelta completa y coger un camino por el margen izquierdo, pero como no se ve nada, decidimos seguir hacia Valle de Lagos por pista. Me sorprende tanta sensatez para variar. En algunos puntos vemos desvíos que bajan, pero no queda claro si son caminos hacia el río o acceso a fincas particulares. Continuamos por la pista descendente, que se va haciendo cada vez más cómoda hasta situarnos en el pueblo.
Vamos con frío y paramos en el bar. Alfredo ha sugerido tomarnos un café, así que pedimos 6 cervezas y su café. Devorando literalmente unas bolsas de patatas fritas, no hemos comido y vamos todos caninos.
Al rato llegan otros ciclistas, que venían detrás haciendo prácticamente el mismo recorrido. Son de Oviedo y conocen bien la zona, charlamos un rato y nos aconsejan el Puerto de la Mesa y que pasemos del Angliru ¡ya veremos!
Continuamos la bajada en plan cómodo. Teníamos que seguir por un sendero junto al río, hasta Pola de Somiedo, pero ya flojean los ánimos y, la verdad, el tiempo no acompaña. Hacer una ruta entre niebla produce una sensación de despiste que cansa el doble, porque si analizas el esfuerzo desde que subimos la Farrapona, no ha sido tanto y hemos tenido rutas mucho peores cerca de Madrid. No se por qué, pero esta excursión va sensata y hay unidad de pareceres para dejarnos caer por carretera hasta el pueblo.
La bajada es muy empinada y Jesús hace una exhibición. Se ve que es el que está más dispuesto a arriesgar. Tengo que hablar con él seriamente un día de estos y contarle aquellas cosas de que lo importante es poder volver a salir el día siguiente y que Julito también bajaba antes que nadie hasta que se calzó algunas gordas, pero con suerte, que Alfredo está pirado y lo paga con frecuencia, que Miguel monta que te cagas, pero va siendo más prudente… Ya sabéis con estos y otros pensamientos llegamos todos al pueblo, eso sí, yo mucho después.
Cumplido más o menos el objetivo (que ha quedado bastante recortado), encerramos las monturas y nos preparamos para cenar cuanto antes.
Damos un pequeño paseo, visitamos el centro de atención turística, que tiene una exposición bastante maja, picoteamos con unas sidras y a eso de las 9h. estamos cenando carne como bestias. Chuleta de ternera, entrecotte y guiso de cabrito. Todo magnífico.
De recogida tomamos una copa en el bar que hay frente al hostal. También es mala leche que en un pueblo tan tranquilo nos hayamos buscado la pensión enfrente del bar de la marcha. Los más osados juegan al futbolín con dos del lugar, que deben llevar muchas horas de práctica, porque hay un gordo cabrón que las cuela todas. Los humillados se defienden diciendo que si el futbolín es distinto, que si en Madrid no son de hierro.. para acabar diciendo aquello de “subiendo puertos quiera verle yo”. Macho, que nos ha ganado y no busques más excusas. Aquí el invierno es muy largo y lluvioso y un tío tan feo, le tiene que dar por entrenar al futbolín, porque tú me dirás donde va a triunfar si no ¿o piensas que tiene alguna oportunidad con la rusa?
Nos vamos a dormir bastante cansados,
con la ilusión de lo que nos deparará el día siguiente.
Otras fotos: Link Álbum
Visionar fotos y videos del Álbum de Google en el mapa: ver fotos
4 comentarios en “Somiedo y Babia: El viaje y los lagos de Saliencia”
Los comentarios están cerrados.
¡Bestial la crónica!
¡Qué buenos recuerdos reflejas y con qué precisión! Entre otros detalles, todavía estoy oliendo al salvaje del Julito.
¡Enhorabuena!
Gracias Juan, pero las crónicas las escribió Pepe. Yo únicamente las he publicado.
me mola el recuerdo del viaje, de aquellas historias entre julito y el globero «que me la chupes» «tú primero», «no, que luego no cumples….»
Que recuerdos, me ha traído…
Cuantos buenos momentos
Genial la página web, un 10 ¡¡
Abrazos a todos