Mira colega, esto del confinamiento ya me va sabiendo a mucho ¿no?
Somos los únicos pardillos que solo se ven la jerol con el marco de la screen y el culo en la poltrona.
Sales con la burra al amanecer, con cara de autista y el desayuno aun entre las muelas, para cruzarte con bandadas de tiñosos globeros que llevan el culo escocido de montar con los “bro” durante el encierro.
Ya está bien ¡hostias! –eso digo yo también-
Mañana “alpardo”, rulito de desquite y cada uno a su keli –compro-
En el chat se respira la envidia de los que no llegan por la franja horaria, de los que dudan e incluso de los que callan.
A las ocho en Somontes.
Allí estamos Alfredo y yo, con ilusión de críos y mirando a los lados.
Nos damos una vuelta de tranqui por las márgenes del río, con parada y café en el pueblo. Aprovechamos para contarnos y ponernos al día. También para dar un toque a Fernando, que está que si sí, que si puede, que… vamos, que vi chorbas más echadas palante.
Finalmente el trío tiene cita en casa Paco, Mingorrubio, que suma morbo. Vuelta rápida por la road y subida al Cristo, para que el de la bici de carretera nos unte el morro. Un puntito más de forma y no hubiera sido así, por mi “bata” que le clavo los tacos en los riñones.
El de la flaca dice –niño, escríbete algo- a la que se disuelve por la cinta que sube a Fuenca de vuelta. Nos regresamos la pareja por la ribera.
En el punto de salida, selfie con el coche de los maderos al fondo y jalando cada uno a su guarida.
Guión y realización: Juan Luis Mora Montaje: Un servidor
Si es el viernes el día elegido para salir. El jueves yo no podía, y los otros dos componentes de la ruta de hoy (PEPE Y DOMINGO), se han amoldado, para salir juntos: DOMINGO arrastra un constipado, que no le deja en paz, que si fuera en otras latitudes lo tendrían en cuarentena, pero ahora afortunadamente, lo tiene localizado en los alrededores de la nariz y está a la espera que le deje en paz definitivamente, en breves días; PEPE es la incombustión del grupo, le daba igual el jueves que el viernes, yo creo que podría hasta por la noche (todo se andará). Gracias a los dos por estos esfuerzos, sin vosotros no hubiera sido lo mismo.
Solo quedaban los otros dos habituales, ausentes por vacaciones. Uno haciendo las Indias Orientales, al que habrá que hacerle a este sí que sí una cuarentena en condiciones (je,je) y el otro se encuentra en las Asturias, haciendo rutas y disfrutando de este invierno seco y cálido. A los dos os envidio y esperamos vernos en la próxima.
Vamos con la ruta, empezaba en Chinchón, en un aparcamiento, sito en una rotonda, en un lado de la rotonda aparcamos Pepe y Yo en el otro extremo Domingo, de tal manera que no nos veíamos, y ya pensábamos que Domingo no venía. El aparcamiento que está a la entrada del pueblo estaba petado de furgonetas de todos los tamaños, y casi no pudimos aparcar, después nos enteramos que se celebraba un mercado medieval al día siguiente, y que sus dueños estaban montando sus chiringuitos.
La ruta parecía fácil a priori, pero acojonaban sus
antecedentes. En la anterior que se hizo por el mismo sitio, yo he visto a
Alfredo volar sobre una zanja y al que le filmaba caerse también en una senda
que no parecía muy difícil, risas ajenas y lágrimas propias, con estos
antecedentes en la cabeza ya me contareis. La verdad que luego fue fácil en
donde había camino y muy técnica donde solo había una sendita, bien
marcada. Y en donde se embarrancaba pie a tierra y a otra cosa. Es disfrutona,
si se maneja bien la bici.
A pesar de que no ha llovido mantiene algo de verdor, y que estas tierras de secano y el calor que te puede llegar a hacer, no pinta bien en verano. Al final se me hizo un poco larga, no sé a mis compañeros, y si le sumamos el hambre, el restaurante se te hace un poco lejos. Para llegar a él hubo que subir una cuestaca, ya sin fuerzas, y fue una bendición sentarse y comer como Dios manda.
Después nos dimos una vueltecita por esa plaza maravillosa que tiene Chinchón y que el viernes ya se adivinaba lo que podría ser al día siguiente, un montón de chiringuitos y cachivaches, que le quitan lustre y belleza, a una de las más bonitas de España.
Hasta la próxima ruta chicos. Que no se me olvide, pásalo bien Pepe, disfruta, un abrazo.
Nos
damos la vuelta cerquita de casa, que Félix quiere llegar pronto y total, para
desfogarnos un poco nos vale.
Los
días son primaverales, el tiempo inusual para la época, el cielo despejado,
pero en el aparcamiento de Somontes a las 9h marca -1Cº y yo me decanté por pantalón
corto, camiseta y la chaqueta más fina y vieja que tengo, la mítica Giordana.
Juan
no, Juan se coloca sus botas gordas, su chaqueta GORE y, además, se trae otra
de repuesto que se acaba de comprar ¿le hacia falta? No, claramente no, pero ya
conocemos al niño.
Félix
viene forrado con todas sus capas, su polar de invierno y el windstoper de los
días duros.
Me
cuesta arrancarlos, que dejen la cháchara, que espabilen, coño, que me estoy
quedando tieso. Pura mojama.
Menos
mal que al poco de salir te separas del río y comienzas las rampas duras para
pasar por encima de la M-40. Esta vez se agradecen y cuando sales al sol, junto
al campo de tiro por el lado exterior de la valla, la sensación es ya muy otra,
más acorde con las previsiones.
Luego
vamos ya con unos sube-baja extendidos, cómodos, sin mucha exigencia para
llegarnos hasta la carretera de Colmenar y cruzar a Valdelatas.
El
pinar tan chulo como siempre, verde, frondoso y sin el frío de El Pardo. Nos damos
la vueltecita por allí disfrutando del entorno y a buen ritmo, que entre tres
tampoco hay mucho mamoneo.
Sí que
nos da tiempo para ponernos al día, para que Juan nos cuente que ayer curró en
cursillo oficial, que Félix disfrutó en La Hermida, que qué cabrones Fredo y
Rufi, cómo molan sus fotos. Vamos lo normal.
A la
vuelta de Valdelatas es cuando a Félix le sale la vena tierna y presumida y se
empeña en hacerse mil fotos entre los almendros en flor. Sí, coño, están
bonitos, pero somos tíos ¡joder!
De
vuelta en El Pardo nos hacemos los caminitos que tocan, saliendo a la zona de
Mingorubio, de ahí tomanos el camino junto al río y vamos sorteando hordas de
familias con niños hasta el coche. Sin duda el tramo más arriesgado de toda la
ruta, por la posibilidad de llegar cubierto de domingueros estampados contra el
casco, como si fueran mosquitos.
Yo
ahora me voy de vacas una semana, ya sabéis portaos bien y no os caigáis en las
próximas rutas.
Por no quedarse en casa, nos hacemos una salidita “en la intimidad” mientras el equipo de clases pasivas anda recorriendo el mundo: JuanLu esquía, Félix combina balneario con senderismo y Alfredo se monta el cojo-viaje por la India. Domingo y yo no renunciamos a la liturgia de los jueves y quedamos en el Tomillar para dar una vueltecita relajada, lo justo para decir que hemos salido.
Al
llegar al aparcamiento me lo encuentro lleno de cazadores veteranos (muy
veteranos), de los que esperan que los suban al puesto a media mañana y luego
les achuchen los bichos para que disparen. Y es que, en El Escorial, los jueves
se caza. Y así lo hacen saber la infinidad de carteles colocados a lo largo de
la subida tradicional.
Pues sí,
subimos, pero renunciamos al Malagón por no darnos mucha paliza y después del
amago que te lleva a la pista horizontal, nos volvemos a dejar caer, perdiendo
altura hacia la Silla, con su consabida puerta y el camino que te saca hacia
las dehesas en dirección Zarzalejo.
A
partir de la bajada tengo la sensación de que estamos haciendo la ruta al
revés, Zarzalejo en sentido contrario, estamos yendo por donde casi siempre
hemos vuelto. Pasamos el pueblo y nos aproximamos a la vía por la pista de
regreso y, cuando se trata de cruzarla, nos enfrentaos a un paredón inasumible que
nos descabalga en los últimos metros. Es la segunda sudada intensa de esa ruta
tranquilita que íbamos a hacer.
Recobrado
el resuello continuamos a Robledo, también me parece que no es la entrada
habitual, de hecho, salimos por sendero empinado que enlaza con pista exigente
para llegar a la ermita del plátano. Vale, puede que se venere otra deidad,
pero ya sabéis todos a cuál me refiero.
Bajada y llaneos conocidos, desandando en parte el recorrido de ida hasta acercarnos a El escorial, con sus trocito de calzada romana, algún sendero sencillo y sus rampitas cortas que te recuerdan los que llevan ya tus piernas, que este toro todo es rabo (algo similar ¿no?).
Intentamos comer en “El Muro”, local modesto cerca de la estación, pero no hay donde dejar las bicis. Nos acercamos al bar de la renfe, pero no hay donde poner el culo, así que nos vamos hasta el merendero del tomillar, donde nos querían volver a hacer el truco de comer al sol, lo que pasa es que ya nos lo sabemos y a los diez minutos se esconde tras el pino y te hielas. Esperando un poco comemos dentro y damos fin a otra salida, pero menos fácil de lo que esperábamos.
La clásica, pero con barro. Después de un par de días de lluvia generosa no se podía esperar algo distinto.
Para llegar al punto de salida pasamos algunos bancos de niebla densa en las zonas bajas, especialmente a lo largo del cauce del Guadarrama. Iba pensando que quizá tuviéramos algún tramo de la ruta en esas condiciones.
Bancos de niebla
Me hubiera gustado, es una sensación extraña eso de dar pedales por el campo sin otra referencia que la pantalla del gps. No fue así, el día levantó rápido y solo pudimos aprovechar la niebla para alguna foto.
Cementerio San Sebastian
Arrancamos desde el cementerio (manda güevos) en bajada, con frío, alguno con pantalón corto y ya nos sirve para comprobar que la pista está jugosita y resbalosa. Nos alcanzan unas motos de cross por el sendero de bajada, que van molestando y haciendo ruido. Luego veríamos muchas más dando saltos en un circuito acondicionado.
En pocos kilómetros nos comemos la subida más pronunciada de la ruta para superar la loma que nos separa de Cerro Alarcón. Otro tirón más suave para ponernos sobre Valdemorillo y de ahí, tirarnos a cruzar el pueblo en bajada.
Subidita
La zona
alta de la ruta es un trazado de sube-baja que va sumando metros, con algún
tramo algo más técnico, pero llevadero. Luego el camino estrecho que hemos
hecho tantas veces desde El Escorial.
Paramos
en la ermita de La Esperanza (la del PP no, la otra), que es el punto más al norte
de la ruta. Hay una pareja paseando chivos enanos como si fueran perros. Es
curioso, los animales llevan dócilmente el paso de los dueños sin retrasarse ni
tirar, además no ladran. No sé cómo son de espabilados ni si molestan en casa,
pero después de haber visto los cerdos vietnamitas y los hurones con correa lo
tengo claro: esta sociedad se va a tomar por culo.
Los chivos y la ermita
Carrera en Valdemorillo
Desde
la ermita comenzamos la vuelta, que es menos exigente de lo que llevamos hecho.
En Valdemorillo hay una carrera con su meta inflable, anuncios, coches de
soporte, UVI y unos cuantos guardias municipales a los que les han jodido el
domingo. Algunos tramos de nuestra ruta coinciden con el trazado marcado, pero
no coincidimos con los corredores.
Una última bajada pronunciada y algo más de llaneo para cerrar el recorrido sin novedad.
Han sido algo más de cuatro horas para entretener la mañana.
Los virus han dejado el grupo mermado y nos hacemos la ruta
de hoy “en la intimidad”. Se trata de un recorrido que repetimos de nuestro
catálogo, buscando visitar una zona que tenemos algo abandonada y en invierno
nos ofrece unos paisajes muy variados sin coger mucha altura.
Viñas sin cuidar
Salimos de Villa del Prado, que queda más retirado de lo que
esperaba, unos 70 km desde casa. Es un pueblo relevante, con actividad, no la
típica ciudad dormitorio que conmuta con la capital a diario. Dice la Wiki que
viven de la agricultura principalmente (vid, olivo y huerta).
A lo que vamos. La salida cuesta arriba. Dejas el pueblo y
la cuesta empeora por momentos. Se supone que es pista, pero de un firme roto y
suelto que va superando el desnivel a base de rampones. Nada de pendiente
continuada. Si entras a ver el análisis por tramos del IBP verás que se suceden
los empujones por encima del 10%, llegando al 14% en algunos puntos. Eso sí, he mantenido un
segundo puesto indiscutible durante todo el camino.
meritorio segundo puesto
Progresivamente nos adentramos en los bosques típicos de esta zona. La vegetación empieza con encina y va cambiando a pinos de buen porte y retama. La parte de encina también deja sentir aquí “la seca”, que se está cargando rodales completos, empezando por los ejemplares más pequeños y sin perdonar algunos de los que duele ver sin hoja.
La subida parece que no se acaba. Es una sucesión de
trompicones que te va llevando hasta una antena que coincide con el punto más
alto e nuestra ruta y ofrece una vista impresionante sobre el pantano de San
Juan. Como Alfredo ya está aburrido de hacerme fotos, nos hacemos un selfie con
el valle al fondo.
pantano de San Juan y valle
La primera bajada relevante es por un cortafuegos con mucha pendiente, que bien podía habernos llevado hasta el cauce del rio, pero aun nos exige apretar un poco para conectar con la segunda bajada grande, casi una pared con un sendero de raíces muy técnico.
En la presa de Picadas. Al fondo conducción de agua hasta Majadahonda
Ahora sí, llegamos al margen de Picadas y vemos los primeros
humanos (no muchos) del día, todo lo demás ha sido soledad completa.
La salida de la presa nos pone frente a los últimos llaneos
de la ruta, con la gracia de pasar junto al Safari Park para ver fauna africana
y hacer unas fotos.
recién bajados del Arca
Recién bajado de la patera
Los últimos tramos recorren algunos cultivos del pueblo. Andan de obra para enterrar una conducción eléctrica y nos saludamos con más fauna africana, también hay foto.
Nos llama la atención las flores silvestres. Huelen fuerte y parece primavera
Luego comida de menú sencilla. Nos hicieron un par de fotos y
elijo en la que sale mi Orbea, por supuesto.
¡Chin-pum!
¡Ah! Mucho presumir de haber abierto el amortiguador y
cambiado los retenes, pero no ha quedado bien. Pierde presión.
No eran las once y ya estábamos de vuelta en el coche. Todo un récord ¿por qué? ya lo veréis…
Una ruta corta que corre principalmente por las pistas del CYII. De El Molar hacia Pedrezuela, pasando por El Espartal, un pueblo pequeñajo en el que no había reparado sobre el plano, a pesar de haber hecho muchos recorridos próximos.
Quedamos en el polideportivo del pueblo y nos ponemos en ruta enseguida. No es cosa de andar remoloneando, que el termómetro marca en negativo y cuanto antes movamos las piernas, mejor. Hace tiempo que no sentíamos la sensación de invierno de verdad, ese hormigueo en la punta de los dedos como pinchazos, que no desaparece aunque el cuerpo entre en calor.
Agradecemos cuando el sol se empieza a dejar ver desde los barrancos, baja la humedad y la sensación térmica mejora. La luz de invierno es diferente, los colores con la sensación de foto un poco quemada, el aire más transparente y más visibilidad que en verano.
Hoy es
día de caza. Nos encontramos un buen número de paletos con escopeta que casi se
cruzan unos con otros. Se oyen muchos tiros, disparan a todo lo que se menea.
El colmo ha sido un fulano que andaba por la linde de un campo recién arado,
disparando al alto de continuo, donde se parecía intuir una bandada de no más
que gorriones. Y con ese ambiente bélico en cada curva, aun pudimos ver un
montón de conejos y tres corzos que se me pararon delante, mostrando el culo
blanco y mirando con descaro ¡Insensatos!
Ya
próximos al final de la ruta está el desvío al barranco. Ese estrecho y
pedregoso que, cuando estás hasta los cojones de empujar la bici, acabas contra
una pared de arcilla en la que hay que hincar hasta los dientes para subir. Sí,
efectivamente, ese desvío me lo paso y dejo a estos dos que añadan su
comentario sobre el tramo, que fotos no hicieron.
Pues eso,
se acaba la ruta, se pone el tick en el calendario y nos largamos a casita.
Alfredo hoy celebra comida por su santo, con las tres generaciones. Como no tenía referencia del fulano original, he buscado de quién se trababa. Era un rey anglosajón y meapilas del siglo IX que venció a los Vikingos en alguna ocasión ¡felicidades amigo!
Lo de
hoy era ansia, de otro modo hubiera hecho caso a Félix y me hubiera quedado en
casa.
Anuncian
lluvia, desayuno con Frenadol y llego a Quijorna apretando las nalgas, con esa
desagradable sensación de que se te escapa el caldo ¿me explico?
Salimos
puntuales. Se ve que, como hemos dejado los coches un poco separados, hubo
menos cotilleo durante la puesta a punto. También es cierto que los señores de
diario somos más discretos que el proletariado trabajador.
Lo de la ruta, pues sencillo. Salimos con ambiente húmedo y rezumón por un camino de ascenso suave que nos sirve para calentar un poco -y se agradece- hasta llegar al desvío del camión.
Como niños
Es un desvío tonto, quizá poco justificado, pero lo cierto es que lo hacen todos los que pasan cerca y a nosotros nos hizo gracia también. De hecho, paramos más tiempo en la cabina oxidada que en el horno de cal anterior, construcción típica de la zona.
Estos
hornos estuvieron en funcionamiento hasta S. XIX, pero parece que su apogeo fue
bastante antes, durante el XVIII.
Horno cal, S XVIII
Vistos
el horno y el camión, continuamos ruta para hacer el primer lazo del recorrido,
que es la parte más sencilla. Pista estropeada, con algunas piedras sueltas y
otras que resbalan un poco (¡casi como el verdín!) por el agua, pero fácil.
Pasamos tangencialmente por Villanueva de la Cañada, que es de donde salía la
ruta de Nano Flojo y volvemos casi al mismo punto, repitiendo un pequeño tramo
en subida.
A
partir de aquí la cosa ya cambia. Ahora nos enfrentamos a una cuesta continuada
y más exigente, con peor firme. La pendiente y el suelo de piedras mojadas
concentran la mayor parte del esfuerzo de hoy. Son solo 250 metros los que
superamos en este tramo, pero se dejan sentir.
Me lo quito me lo pongo
En la
parte alta nos pega bien el viento, que viene frío y con algo de agua (poca,
pero constante, Félix), una lluvia de esas de ponerte y quitarte el chubasquero
varias veces, cambiando de imagen como una vedette o como Juan, después de las rebajas.
Como voy acatarrado, no me lo pongo ¡total! Ya da lo mismo.
Llaneamos
y bajamos un poco, perdiendo altura, pero con mala leche. Vamos que son
cuestecitas sube-y-baja, ya por sendero y que justifican lo del IBP. Algún
tramo de los comprometidos en el que desmontamos todos y otros serios, que dan
a Juan Luís la oportunidad de hacer la exhibición bajando una cuesta de barro
que Domingo y yo habíamos optado por empujar ¡felicidades!
Ya ves Quijorna
abajo y el agua arrecia un poco. Te crees que está todo hecho, pero la ruta
todavía nos pide un poco más y tenemos que rematar la bajada al camino agrícola
por un trazado en ladera prácticamente sin marcas y un par de repechos (o
retetas) que apetecen poco.
No
hemos prestado atención a los restos de la batalla de Brunete, trincheras,
nidos de ametralladora, cuevas para almacenar armas y proteger los caballos…. Al
menos todo eso decían que quedaba cerca. Pero ya sabéis, es coger la rayita del
gps y hasta que no se acaba, no levantar cabeza. Como reflexión personal, creo que
tengo que levantar más la vista y enterarme mejor de lo que llevo alrededor, que
no parezca una sesión de spinning.
Aqui los chavales, con la gesta cumplida
En el
mesón El Aguila nos reciben bien, nos dejan meter las bicis en su almacén y
comemos un menú barato y abundante. El local es de los “bien presentados” como
mesón, el servicio correcto y el precio competitivo: nueve euros por un menú
equivalente a los de 11 ó 12. Lástima que lo del famoso cocido semanal fuera
ayer.
Día
gris, viento, sensación térmica mucho más fría de lo que indica el mercurio y
una ruta mucho más exigente de lo que anuncia el track.
Lo único cómodo ha sido el no madrugar. Arrancamos desde muy cerca de Madrid a eso de las 10:30, bueno un poco más, porque se nos ocurren un montón de cosas que contarnos para ponernos al día.
Qué
salida tan bonita, qué agradable cruzar la urba de superpijos y enlazar con un caminito
de diseño junto al arroyo de Los Palacios, con sus praderas verdes, bancos
nuevos de granito y un surtido de árboles otoñando. Los nenes de la Camilo José
Cela no tienen nada que envidiar a los americanos de las pelis.
Eso sí,
es cruzar V. del Pardillo y darte cuenta de que los pardillos somos nosotros.
Hace un viento que te mueve la rueda delantera, el trazado se separa del curso
de agua y la pendiente se va acentuando con su vientecito en contra.
Llegamos
y bordeamos la urbanización de “las cuestas” ¿hay que explicarlo? Pues eso. Aquí
el monte nos regala unos cuantos repechos de esos que no suman metros prácticamente,
pero que joden.
Paisaje
de dehesa solitario, muy bonito, hasta llegar a una colonia al SE de Colmenarejo.
Más Chalés grandes, un poco descabalados. Con el viento y el cielo gris dan una
imagen inhóspita. Vivir aquí debe ser muy tranquilo, como en cualquier cementerio.
El monasterio y Abantos
Estamos
en el punto más alto de la ruta. La vista de El Escorial y Abantos desde aquí es
formidable. Da el sol en el monasterio y desde la sombra de la nube que nos cubre
se aprecia en todo su esplendor ¿a que queda cursi? Hemos hecho ya más de la
mitad del desnivel. Ahora solo tenemos que cubrir la segunda parte con
tranquilidad (y frío).
Mina Antigua Pilar
Pasamos por las ruinas del caserón del Quincho, luego los restos de la mina de cobre. Una zona de extracción de mineral que estuvo en funcionamiento hasta el S XIX. Hay galerías profundas que apreciamos por el dibujo de la entrada. La zona está vallada y solo son visibles un par de arcos en ruinas. Ruinas que aprovechamos para comernos el plátano resguardados del viento. La temperatura no sube, baja.
Nos separamos un poco de la zona montañosa, buscando el río Aulencia, afluente del Guadarrama. Qué bien otro paseíto como el inicio al lado del río ¡y una buena polla! Desde la presa vieja del Aulencia nos metemos en un barrancazo profundo y cerrado como el chocho de una opusina. Vamos, que me lo empujo entero (Alfredo no) y son varios kilómetros.
Presa Aulencia
Para salir del barranco nos comemos una pared de esas que no sabes si abandonar la bici y que te la lleven los de Glovo. Bueno, vale, ya está, ya pasó… Solo te queda bordear una finca y cruzar el barranco por encima de un antiguo viaducto. 60 cm de ancho y 20mts de caída, durante unos 50 mts de longitud. No, Alfredo no pasa montado…
Ahora
sí, ahora enfilamos al restaurante. Tarde y con mucha hambre nos presentamos el
“Al plato María” donde Domingo a reservado y avisado que vamos con bicis.
Llegamos y el tabernero de diseño pretende que comamos en la terraza, con un
frío de la hostia. Viendo que no cuela, nos mira con recelo y consiente en
atendernos junto a la gente de bien, pidiendo por favor que no le manchemos las
sillas, que son de tela y que entendamos que no es un club deportivo, que ellos
cuidan la imagen y la decoración. Me vuelvo y le enseño el culo, para que vea
que no llevo barro ¡será gilipollas!
Eso sí,
la comida excelente. Alfredo revive su afair con las judías -esta vez son
alubias con setas- y ayuda a finalizar la ración de Domingo, más el puchero que
compartíamos amorosamente Juan Luís y yo. Después secreto ibérico y entraña a
la plancha con chimichurri. Un par de postres y los cafés para acompañar los
comentarios de la jornada.
bonito gesto de los compañeros formando la enseña nacional para empatizar con los comensales
El
paisaje precioso, la ruta más seria de lo que parece y el día perfecto. Esta
zona es una alternativa semejante a Tres Cantos, El Molar o Colmenar.
La
sensación de terminar de comer después de una ruta de jueves no tiene precio.
Es un momento de tranquilidad, relajo, caras felices. Una sensación de
despreocupación total que se acrecienta con el recuerdo de nuestros queridos
compañeros, entregados a sus quehaceres, calentitos en sus puestos de trabajo.
Vaya desde aquí un cariñoso abrazo para todos ellos.
Después de un día de turismo bajo la lluvia nos despertamos descansados y con ganas de bici, que al fin y al cabo es a lo que hemos venido. Está despejado, hace frío en el pueblo, pero sin exagerar. Queda en el ambiente la humedad de las lluvias de ayer.
Repetimos bar para el desayuno. No hay muchas
más opciones. Parece el día de la marmota, el mismo camarero, elegimos otra vez
tostadas (Alfredo se inclina por la versión British con mantequilla), los mismos
parroquianos siguen con su partida de escoba a las 8:30 de la mañana. Son dos,
que juegan todos los días desde hace siete años, y parece que se hacen trampas.
Nos vestimos de faralaes y nos ponemos en
marcha por la misma carretera del lunes, en dirección al puerto de Santa Clara.
Los 9 km de subida por asfalto se llevan bien, 400mts de desnivel con una
pendiente más o menos mantenida del 4,4%. Juan Luís tira de todos y no nos damos
mucha caña, lo justo para coger temperatura.
Al coronar el puerto, en el mismo punto que iniciamos el paseo andando del primer día, dejamos el asfalto para completar la subida por camino. Es más bien de piedra suelta, incómodo, puñetero, de esos que, sin ser una gran pendiente te van fastidiando, incluso exigiendo algún apoyo -pocos- en su recorrido.
Enseguida coronamos en una zona de prado, pero con vegetación dura. Matorral y hierba muy corta que nace entre el empedrado de granito. Recuerda un poco a las zonas despejadas del puerto de Morcuera.
chozo reconstruido
Llegamos a un chozo reconstruido de piedra, un refugio de pastores. Tiene hasta una pequeña mesa exterior, protegida del viento por un muro entre dos peñas. Hacemos fotos y recuperamos fuerzas para continuar ruta y cruzar a la provincia de Salamanca.
Seguimos un pequeño curso de agua y nos vamos
internando en un bosque frondoso de roble. Vamos aplastando bellotas en algunos
tramos. La siguiente parada es en las ruinas de un puente medieval. Aquí
hacemos fotos y algunas tomas con el dron. Impresionante ver a Alfredo trazar
por debajo del puente y salir sobre la poza del río, con una vegetación
bastante cerrada.
puente medieval
Del puente a la presa prácticamente no hay nada. Llegamos en un momento y hacemos otra parada y otro vuelo. Luego la zona de baño del río. En verano un sitio de parada familiar, pero ahora todo para nosotros. Solo se oye el murmullo del agua. Una maravilla, relajados y disfrutando del día de sol. Hacemos la última visita al río en el puente del diablo y desandamos un trecho del camino para seguir pedaleando por el bosque de roble y pino.
El recorrido toca Navas Frías, pero no entramos
en el pueblo. Cruzamos la zona de recreo que tiene cerca y seguimos camino con
una subida corta y suave por carretera, de vuelta al Puerto de Santa Clara.
Alfredo y yo vamos delante. A mi me parece que le va faltando algo al muchacho, se ve que nota que se acaba el ascenso y tiene la batería llena. Que dice que si un sprint -que no, Alfredo- que dice que si empujamos más -que no, Alfredo- ¡anda! Mira, un ciclista de carretera en el horizonte ¿vamos a por él? -yo no, Alfredo- venga… -vete tú- pues voy. Es que no lo puede evitar, es la rana y el escorpión. Por no quedarme ahí, me engancho y damos una acelerada buena para rebasar al pobre hombre y seguir tirando duro hasta coronar el puerto. Allí paramos para reagruparnos.
Resulta que el hombre es del pueblo, que Juan
Luis y Félix le conocen, que tiene 64 castañas, una tripa relevante bajo su
chubasquero desteñido (ya es difícil desteñir un chubasquero) y una mujer bien
guapa, según nos dice Juan Luís.
Ahora toca la bajada por el Soto y la orilla del río. Ya sabes, camino antiguo empedrado por un bosque de los de cuento. Castaños muy juntos, humedad, musgo, una gozada.
La abuela
Eso sí, Juan Luís y yo nos dejamos caer por la carretera. Gran parte del recorrido lo hicimos andando el primer día y nos apetece rodar por el asfalto sin dar pedales hasta el pueblo.
Comemos en Los Cazadores. Un menú estupendo. Unas
judías caretas que aquí llaman chíchares, de las que Alfredo da buena cuenta y
luego le pesarán durante unas cuantas horas.
Paseo tranquilo por la tarde alrededor del
pueblo, las antiguas piscinas y el convento. Hace una tarde casi de calor.
Vamos en camisa y nos sobra todo.
La piscina antigua me gusta más que la moderna
y el convento tenía más encanto que la actual hospedería. Ahora es un
alojamiento moderno, en el que han puesto un suelo de granito negro pulido y han
cerrado el patio con una bóveda de cristal modernista sujeta por estructura
metálica. La iglesia desnaturalizada sirve de salón de actos o de comedor,
según convenga.
En el momento de nuestra visita calculo que hay en la instalación al menos 10 trabajadores, incluyendo los que se oye hablar en la cocina, la recepción y la cafetería. Nosotros somos cinco y nos tomamos un refresco. Mal negocio ¡qué difícil es hacer que estas cosas funcionen! Ya no se trata de que sea dinero de la Junta o inversión privada. Lo penoso es que no hay forma de que funcione. No sé si se trata de ampliar mercado y traer gente de más lejos, de ofrecerlo a otros públicos o simplemente de dejarlo vegetar pensando que así se mantiene algo de vida en la zona, Lo cierto es que lo que hay no es viable y que lo que no es viable económicamente antes o después sucumbe.
Pues eso, que nos vamos a cenar, que hemos echado
la tarde sin dejar que duerman la siesta los que así lo deseaban, ni que se
fumen un puro aquellos a los que les apetecía. Vamos en coche a Valverde, a la
Velha Fabrica. Y ya lo creo que es bella.
El restaurante está en una antigua fábrica de
mantas, jabones y aceite ¿por qué esas tres cosas? Pues no hay motivo o no nos
lo saben contar. Sencillamente que estaba allí, que convivieron las tres
actividades por algún tiempo y que explotó la fábrica de jabones. No se me
ocurre cómo, pero tampoco voy a cuestionarlo.
piedras de moler
prensa
Sobre las ruinas han construido un restaurante
precioso, decorado con gusto, con buena cocina, con gente amable que te lo
enseñan encantados y con buen servicio, una vez más, solo para nosotros….
motor de poleas
Antes de cenar vemos las antiguas instalaciones
de la aceitera. Es una chulada. Las piedras movidas por poleas, el motor eléctrico,
las prensas, los depósitos de la aceituna y del aceite. Es fácil imaginarse cómo
funcionaba aquello, con un montón de personas trajinando las 24 horas del día
en plena temporada. Trabajo duro y rendimiento bajo ¿hay que explicar por qué se
vacían las comarcas rurales? Prefiero verlas vacías que verlos pobres. Debería
ser compatible bienestar y vida rural, pero aquí no lo hemos sabido hacer.
Bien puestos de vino nos volvemos a dormir a
San Martín. Un día magnífico de una excursión estupenda.