Ruta realizada el Sábado 12/02/2022
Participantes: Alfredo, Juan, Miki, Pepe, Rufi
Reproductor audio crónica:
Habíamos hecho esta ruta anteriormente, un día aciago en el que Rufi rompió la tija-pija y yo, poco después, el cambio. Eso no quita encanto al recorrido, variado, exigente en algunos puntos y con la dificultad justa para no cagarme en alguien (esta vez la ruta la elegí yo).
La temperatura no es muy baja, pero como quedamos junto al pantano hace frío, añado la capa-esquijama extra que tanto éxito tiene entre mis fans.
Rufi aterriza a ytreintayuno, lo que nos da motivo para iniciar bronca y caldear el ambiente. Juan nos cuenta que se acostó tarde, que sigue con el boxing-dancing y que hoy puso la lavadora a las 2 a.m. Miki que todo bien, que sale por su barrio, que le apetecía vernos ¡y a mi también, coño! Alfredo anuncia nueva release para mañana domingo. Pondrá en producción el nuevo algoritmo que nos sugiera rutas cada semana (seguro que esté trucado y nos hincha a trialeras).
Ahora ya sí que nos ponemos en marcha.
Salimos bordeando el embalse con un frío que pela. La primera vez que hice este camino nos lo enseño Mario (que echamos en falta y le deseamos paciencia y mejoría). Pero lo del frío se iba a solucionar rápido. Después de bordear la segunda de las pollas que quedan pintadas en el mapa (ojo, ahora con el lenguaje inclusivo se dice “la miembra viril”, aconsejo que lo anotéis para no tener problemas), nos enfrentamos a un par de retetas (lo de repecho es cursi, muy cursi, mira la muchacha de eurovisión) que nos quitan el frío totalmente, pero no como estáis pensando, claro. Es salir del margen del pantano y superar los primeros 100 mts para que nos sobre de todo. Se abre una mañana de sol y campo de las de disfrutar, aunque no sea cuesta abajo precisamente.
Después de insistir mucho consigo que paremos a comernos el plátano (cada uno el suyo) y en ello estábamos cuando paran un par de 4×4 con un viejo y un niño gordo, para decirnos que nos quitáramos, que iban a encerrar unas vacas por ese callejón y que no podíamos estar ahí. Como somos de buen parecer y no nos molesta una escena campestre, asistimos a un encierro privado. 55 bichos enormes, con sus terneros, entrando a la carrera en la dehesa que teníamos al lado. Detrás vienen los mayorales, en sus caballos y con las picas, de un aspecto de chulo de telenovela que asusta, pero con mucha más mierda encima. Estos no están jugando.
Me acerco al viejo, que lleva chaqueta y corbata, cubierto con gorra ganadera, y con una voz rota y queda, al más puro estilo godfather, me cuenta que son reses de la ganadería de lidia Victoriano del Río. Ahora en casa, viendo las fotos de Google, resulta que el Victoriano era él, que el niño gordo y la chica feíta deben de ser los herederos (al menos nietos) y lo que hemos visto bien podría ser un reportaje de los de Bertín Osborne.
Seguimos ruta, pasamos arroyos y algunos no pueden evitar sentirse niños y cruzar hasta tres veces por puro capricho, mientras los demás acudíamos a las socorridas piedras. Afortunadamente (o no) salió bien, no hay caída y tampoco el video que Alfredo andaba buscando. Claro que, muy niños no serán, pues un par de ellos iban haciendo cálculos de su jubilación, despotricando del servicio de la Seguridad Social y compartiendo información sobre lo que les duele. Yo a eso lo llamo vejez en grado tentativa ¿y tú?
La rutita parece de broma, pero cuando cruzamos la carretera y nos acercamos a la pista de nuestro clásico Jacaranda, ya voy un poquito doblado. No me quejo, me resigno y cedo un cortés espacio, pero sigo disfrutando.
Hay otro repecho junto a la ermita de San Blas, ilustre al que ignoramos totalmente. Ya lo dijo una vez Félix: si el santo es milagroso se le hace una catedral, si no, una capillita en el monte. Vamos, este no debía acertar ni una quiniela de trece.
De la ermita al pueblo aun queda un tramo, luego la bajada a la estación y la trialera.
El terreno esta seco, pero no se hace mal. Tiene sus pasos más comprometidos y alguna piedra con arena que puede despistar, aun así, asumible. Cada uno baja a su ritmo y yo, un rato después, al mío. Parece que hubo algún calentón, que se soltaron frenos sin pensar mucho y en la esplanada de reencuentro queda en el aire alguna sonrisa maliciosa.
Aun más trialera, un suave llaneo y ya estamos en el coche, felices y contentos.
Ha sido un placer el reencuentro de las clases pasivas con la canalla obrera. Me gusta este rollo y hay que cuidarlo.
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