Ruta realizada el Viernes 25/11/2022
Participantes: Domingo, Pepe, Tomas
Reproductor audio crónica:
Somos unos chicos limpios y nos gusta salir en bici con el campo bien lavadito. Bromas aparte, después de una semana de lluvia que se prolongó durante toda la pasada noche, dudábamos si el campo estaría para rodar en bici o para hacer botijos, como diría Félix.
Barajando opciones, dice Domingo que lo de Aldea del Fresno le suena bien, pues a por ello, que no se diga.
Nos presentamos los tres (véase arriba detalle de partícipes) en una urbanización con todo cerrado a cal y canto, en el aparcamiento de un bar, donde ya estaba la furgoneta del proveedor de café, que se larga desesperado porque allí no hay vida.
Salinos, partimos, enhebramos carretera, más bien pista, solitaria y llana, que nos pone en la ermita de Ntra. Sra. de la Poveda un rato después.
Oye, es pintón el sitio, construcción hermosa que dirán los del pueblo, rezable y paseable. Con un altar al aire libre y jardín arbolado, en perfecta cuadrícula. Todavía tiene hoja en el árbol y en el suelo, húmedo, brillante, con hierba, una pasada de imagen.
Confortada nuestra alma y enfundadas nuestras cámaras, nos vamos derechitos a Villa del Prado. Cruzamos el pueblo y nos detenemos en la iglesia y la plaza ¡cómo no! Aquí se venera a Santiago Apóstol, digo que será por aquello de la paridad.
Pegamos la hebra con un ciudadano añoso que nos informa del nombre del pueblo, así íbamos de perdidos, y aprovecha para decirnos que debajo de la iglesia aparecieron unos enormes cofres llenos de tesoros, que se los llevaron hace pocos años no sabe dónde, pero que el rédito fue para el pueblo, que se compensó allí. Le pregunto que a él qué le tocó, pero lamentablemente ese día él no estaba… no le tocó nada. La plaza también es decente y la balconada del consistorio y su reloj me molan.
¡Hala, basta de moñigueo! Ahora toca subir y ya lo creo que se sube. Una buena paliza por terreno difícil, con piedra suelta, regueros y pizarra cortada. No es excesivo el desnivel, pero se sube a trompicones. Rampas sucesivas de unos pocos metros, que te van haciendo escupir el miocardio, mientras luchas en equilibrio por que no te desmonte la bici. Son unos diez kilómetros de subida, pero también con pérdidas de nivel que luego hay que volver a remontar. Vamos entre fincas privadas, bordeados de carteles avisando que no te salgas del camino, que te están mirando, te vigilan, te…. Bueno, eso no lo sé, pero igual sí.
Ya pensábamos coronar orgullosos, sin apenas otros descabalgues que los que fuerza el equilibrio, cuando damos con un cortafuegos más empinado y blando que lo anterior, que solo supera Tomás con la eléctrica.
Estamos arriba del todo y la bajada es nueva, pues lo de antes tengo la sensación de haberlo rodado. Son unas “z” estrechas, de piedra suelta y empinadas, todo cerrado de vegetación. Los técnicos lo hubieran bajado prácticamente sin apoyos (alguno sí, sin chulerías…) pero yo tengo que hacer algún tramo andando, tampoco tantos. No me pareció mal.
Con esto nos ponemos en las afueras de Pelayos y tomamos la dirección de Picadas. Terreno ya archiconocido, pero no por ello desdeñable. Pasamos junto a un EDAR situado junto al pantano y después comentaría con Tomás que, más abajo, junto a la presa, hacen la toma de agua potable que llega a Majadahonda. La naturaleza es poderosa y todo lo arregla, el hombre la ayuda con su depuradora y el proceso de clorificación del agua, pero yo aviso, cuando vayas por Majadahonda, tú sabrás, yo pediré cerveza.
Vamos por la pista de Picadas siguiendo el track, pero con la vista puesta en lo alto, pues parece que el que lo grabó iba por un sendero paralelo con curvas y pendientes ¡no es posible! Pero si es una pared. La duda se disipa cuando al cruzar el puente sobre el pantano observamos que va unos 15 metros a la derecha, por el agua ¡acabáramos! Hay quien tiene un gps peor que el mío.
Esto se va terminando al remontar el desnivel que, desde la presa, nos separa del coche.
Nos llegamos al lugar de partida con poca fe de encontrar viandas, pero el bar a abierto y la camarera dice que podría hacernos uno plato combinado, no mucho más. Pues eso, no son horas ya de andarse con remilgos y nos atizamos unos huevos con panceta y patatas, dos copas de cerveza y un muy generoso chupito de pacharán. Encima nos dejan la manguera para lavar la bici. Os dije al principio que somos unos chicos muy limpios ¿se puede pedir más?
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