Está claro que hacer turismo un lunes es un lujo. Lo notamos desde el primer momento. En el hotel no había nadie. Mejores habitaciones, un camarero para cada unos, en fin, solo se podía mejorar algún aspecto sexual, pero eso no un tema para abordar en una crónica como ésta.
Después de los dos julepes del sábado y del domingo decidimos sabiamente hacer una de turismo-senderismo, (turismo a secas parece que no sabemos hacerlo). Así que tirando de los rutas que había buscado Pepe decidimos dirigirnos hacia el Castañar de Valdeazores, a los pies de los Órganos.
Salimos del hotel por la antigua N-IV que el día anterior habíamos empleado para volver. Constatamos que la subida era tan cansina como nos había parecido, comprobando que en coche se va muchisimo mejor. En 10 minutos llegamos al Mirador del Jardín de Despeñaperros donde aparcamos.
Como observamos en las rutas en bici, vimos que estos bosques tienen una variedad enorme de árboles, desde madroños a arizónicas, pasando por diversos tipos de pinos, robles, alcornoques y encinas.
Al final, después de una subidita bastante larga, llegamos a una zona que era una vieja conocida nuestra (el día anterior habíamos estado por allí dando pedales).
La ruta volvía por una amplia pista por donde nos dejamos caer charlando, que tampoco hay que estar buscando siempre las vueltas…
Después de los riesgos y esfuerzos de tamaña hazaña, dimos gracias a una virgen que había por allí, de las cientos que andan por todos lados.
Había que descansar y nos metimos de rondón en el Mirador del Jardín de Despeñaperros, que para eso lo teníamos a mano.
Alfredo sacó el dron porque era un sitio ideal para volarlo (no en vano se llama el mirador…)
Entre unas cosas y otras, allí tomando el sol, se nos acercaba la hora de comer. Así que salimos en dirección a Aldeaquemada, donde nos esperaba la segunda parte de la ruta, la cascada de la Cimbarra.
Empezamos esta ruta entre los rumores de confinamiento y el lamentable espectáculo ofrecido por nuestros ilustres políticos. Mal entorno, sin duda. Menos mal que somos animados y pasamos de estas historias que si no… Lo bueno del día es que Alfredo volvía de las colonias y el sobrino de Pepe nos regaló con su presencia. Una estrella este Santi, que hizo su llegada triunfal con su 2 CV y vestido elegantemente para la ocasión, con su malla y calcetines conjuntados, dandonos en los morros con su gravel.
El día se mostraba espectacular, el último del veranillo de San Miguel. Un poco de fresco al principio que fue remitiendo a lo largo del día. La ruta propuesta por Pepe está formada tramos que ya hemos hecho repartidos en varias rutas, pero nunca juntos. Después de recorrerla está claro que no es la indicada para momentos lluviosos porque en muchos tramos se pueden formar unos barrizales que, sin duda, darán al traste con la excursión. Pepe le vendió la moto a Alfredo de que se trataba de track repleto de trialeras y senderos rápidos, con lo que éste estaba más contento que unos castañuelas.
Aunque la ruta original sale de Pedrezuela, Pepe, con buen criterio, pensó que no aportaba nada, y nos convocó en el Vellón, pasándonos el punto de encuentro en coordenadas en formato decimal (como en las pelis americanas de guerra), lo que creo confusión entre algunos.
Nada más salir del pueblo enfilamos un sendero en dirección a Cotos de Monterrey. Senderos y bajadas rápidas por un paisaje de monte bajo. Codornices para parar un tren en un terreno de monte bajo, con cultivos preparados para recibir el invierno.
Continuamos nuestra ruta por una zona bastante rápida, con algún repecho, hasta llegar a la N230. Ahí la cosa cambió, para empezar a encadenar subida tras subida. A ver, no todo va a ser …
Entramos en Redueña, donde habíamos estado no hacía mucho, y seguimos subiendo por carretera hasta una zona llamada el Portachuelo donde entramos de nuevo en pista, camino de la Cabrera. En la cercanía de los Riscales, otra batería de rapas y rampones. Ya lo avisaba el nombre.
En la Rabusera, una zona de explotación, las cosas vuelven a su cauce. Zona llanita llena de ganado bravo. Ahí nos tomamos el platanito y seguimos, ya la cosa mucho más plana. Alfredo reclama sus trialeras y Pepe se aleja silbando.
Como siempre, cuando uno enfila el final de etapa, le empiezan a sobrar kilómetros y cuestas. Pensabamos que ya todo iba a ser llano hasta el Vellón, pero no, claro.
En el pueblo buscamos un local ajustado a nuestro nivel. Fue arduo elegir entre la amplia oferta que presentaba el Vellón. Pepe, exasperado, hasta rompió un cenicero. Después de controlarle para que la cosa no fuese a más(quería que comiésemos en una panadería…) nos decidimos por uno en la plaza del pueblo. Un acierto, con una camarera de la costa oeste de Ecuador de lo más simpática, que encajaba los vaciles de Pepe con alegría.
Allí planificamos nuestra salida a Despeñaperros para el viernes. Las noticias del confinamiento aconsejaban escapar lo antes posible de Madrid, adelantando la salida. Pepe realizó una brillante negociación con el alojamiento y comimos tranquilamente, con todo ya arreglado.
Después de la comida, los jubilatas recibimos una master class de mecánica impartida por Santi, que ajustó sucesivamente los radios de Alfredo, mi suspensión trasera y diagnosticó también la de Félix. Y la tarde, ya en Madrid, la dedicó a la Merida de su tío. La leche este Santi. Un MAQUINA con mayúsculas.
Como siempre, un día genial, sobre todo por el contraste con todo lo que nos rodeaba.
Cuando elegí esta ruta, me llamó la atención lo de la Cascada del Hervidero. Era una zona por la que habíamos rodado frecuentemente y no esperaba sorpresas. Como decían en el Wikiloc (https://es.wikiloc.com/rutas-mountain-bike/tres-cantos-cascada-del-hervidero-s-agustin-de-guadalix-tres-cantos-9075626) es ideal para invierno por el tipo de terreno que drena bien y donde no hay apenas arcilla.
La noche anterior había caído una buena tormenta y se notaba en los grandes charcos que había por todos lados. El día era perfecto para darte una buena vuelta por estos páramos, aunque Pepe y yo pronto empezamos a notar que «el terreno nos llamaba». En cuanto pasamos la depuradora del Bodonal y empezamos a subir la primera cuesta importante con el Soto de Viñuelas a la izquierda, por lo que llaman el camino del Soto, nos dimos cuenta que, o la gravedad terrestre había aumentado, o que estabamos en fatal forma física, o, definitivamente, la arena mojada es un cabronada. Optamos por la tercera por parecernos la más plausible y la que mejor nos dejaba como ciclistas.
Pepe había cambiado la cadena y en las subidas llevábamos un acompañamiento musical de derrape de piñones y cadena en do mayor que nos amenizó la ruta a la largo de todo el trazado. Pepe mostraba dudas sobre la honestidad del vendedor que le había dado una de 3×8 asegurando que eran la mismas que las de 3×9. Y así nos entreteníamos, hablando de estas cosas sin tener ni puta idea, mientras los kilómetros iban cayendo por lugares que nos sonaban de otras veces, sobre todo los repechos, que eran más frecuentes de lo que deseábamos.
A pesar de que el camino era de cabras, pasaban más coches de lo que hubiese sido deseable. Comprendimos el motivo cuando llegamos a una especie de urbanización en mitad de la nada, la Finca el Rondelo, donde nos dimos una vuelta, más que nada por cotillear.
Finalmente llegamos al desvío que nos llevaba a las cascadas del Hervidero. Había que salirse del camino para tomar una pista que nos recordaba a otro azur que recorremos frecuentemente. Nos costó encontrar una bajada al río por una escalera de piedra. Y la verdad, es que nos llevamos una sorpresa. Un paraje singular, sin duda. Además con ninfas y todo (bueno, también había un ninfo, pero mi atención selectiva lo eliminó)
Después de tan agradable sorpresa, volvimos a nuestra ruta que se fue cerrando hacía el río Guadalix, entrando en otra zona preciosa, con una pista muy divertida.
Por desgracia, después de esto, te metes de lleno de San Agustín de Guadalix, atravesándolo de cabo a rabo. Finalmente, volvimos a salir a la estepa, subiendo y bajando, como es menester. Llegando otra vez cerca de la urbanización fantasma decidimos modificar la ruta para no volver a pasar por el mismo sitio, tomando una vía alternativa a la izquierda. Esto generalmente, suele acabar en desastre, pero esta vez dimos en el clavo.
Como siempre, en la etapa final ya te sobran kilómetros. Aceleramos y entramos en Tres Cantos del tirón. Metimos las bicis en el coche y nos fuimos a comer a un sitio que conocía Pepe de su etapa bankintera. En un restaurante que se llama la Churrasquita la comida tenía que ser eminentemente carnívora, claro. Y la tertulia, larga, como debe ser. Pepe estaba lanzado a cambiarle todo a la Mérida de su hijo. Y esa misma tarde se pilló un extractor. Eso es eficacia.
Otro día divertido y muy agradable. El descubrimiento de la cascadita nos dejó buen sabor de boca.
Todo empezó con un mensaje de Fernando: «Os he mandado por correo una ruta que es un clásico de El Escorial. No muy larga y no mucho desnivel. Ya me decís«. Tal como lo decía, por una parte daba la impresión que ya Heródoto había hablado de esta ruta en sus famosos Los nueve libros de la historia, y por otra, que iba a ser una cosa de coser y cantar. Esta impresión la reforzó el acusado, digo Fernando, con un «a las 12:30 estamos en casa» que dijo nada más vernos.
Pero no adelantemos acontecimientos. A las 9 estaba con Pepe y Miki esperando a que Fernando aclarase sus entuertos en la gasolinera que hay cerca del camping del Escorial por unos problemillas con su tarjeta. Esto nos tenía que haber puesto sobre aviso pero somos de natural confiados y buena gente.
Finalmente conseguimos arrancar, subiendo desde el Tomillar por la carretera que lleva al Arboreto. Fernando insistió en las bondades de esta «clásica ruta» pero el desnivel nada más empezar creaba reticencias. Para suavizar la cuestión ofrecí dos alternativas para subir: tirar directamente para arriba por las revueltas que llevan a la Penosilla o seguir por la carretera, que es la ruta más tendida. Hizo gracia lo de tendida (debieron pensar que era una ironía), así que esta ruta quedará para los anales como la ruta clásica y tendida. Por supuesto, tiramos por la más tendida, que Abantos siempre infunde respeto.
Siempre subiendo, llegamos al primer mirador, justo al lado de la barrera y allí nos hicimos la primera foto. Miki todavía sonreía y Pepe iba mohíno y calladito.
El saber que, después de la Penosilla, nos quedaba 2/3 de la subida no anima pero seguimos a lo nuestro. Había muchas bicicletas y bastante gente andando. Esta ruta, de lo clásica y tendida que es, se está convirtiendo en una romería.
Justo antes de la salida al albergue de Los Llanillos se encuentra una curva con dos ejemplares de secuoyas. Éste es el principio de la subida de verdad. Un kilómetro después empiezan los rampones y hay que resignarse a poner el 1:3, el 1:2 o, puff, el 1:1. Fernando, demostrando una forma física envidiable, se perdió entre las curvas consiguiendo evitar que una criança lo adelantara (por más que lo intentó el chaval, pobriño), mientras que nuestro pelotón se estiraba y se estiraba…
En el Malagón nos reagrupamos e hicimos la parada platanera de rigor.
Después de un breve descanso, seguimos subiendo, claro, hacía Abantos. El canchal de entrada al último tramo hacia la cumbre estaba lleno de ciclistas. Nos dio pereza y decidimos acercamos al mirador que hay pasada la Fuente del Cervunal, en dirección al puesto de forestales. Desde allí , despuéss de disfrutar de la vista, optamos por ir por una pequeña pista directos a Abantos, con dos narices. Los últimos 100 metros tuvimos que empujar como unos campeones porque era muy empinado y el terreno tampoco estaba para hacer grandes virguerías.
Allí estaba todo el mundo, pero a pesar de la gente, no hay duda de que es un sitio magnifico.
Salimos de allí por un pequeño sendero. Aquí empezaba la zona que desconocía totalmente y que nos llevaba hacia el refugio de la Naranjera, siguiendo la valla que rodea el Valle de los Caídos, delimitando Cuelgamuros. El terreno se complicaba con piedras, tierra y arena, con un continuo sube y baja.
**** ATENCIÓN no existe el video IMG_5999.MOV en el álbum de Google de la crónica
Algunas bajadas fueron de narices pero se pudieron hacer más o menos, pero finalmente, a la salida del refugio, tuvimos que poner pie a tierra durante una centena de metros. Pronto alcanzamos un sendero precioso por el bosque que nos llevó hasta la carretera que conduce a Peguerinos. Desde allí, el Malagón estaba a tiro de piedra.
La bajada fue rápida. La hicimos por la carretera porque la trialera que indica el track está muy frecuentada los fines de semana y, además, los forestales están muy activos últimamente. En menos de 20 minutos estabamos tomando una cerveza en la Tomillar.
Otro día genial, sin mucho calor, en buena compañía y disfrutando de la naturaleza. ¡¡¡Vivan las rutas clásicas!!!
Después del tormentón caído el martes, nos dirigimos a Miraflores aprovechando la bonanza de las temperaturas. Tenía mono de ruta y amigos después de una semana de vacaciones. Como siempre en hora, empezamos la consabida ruta cuando empezaron los primeros problemas con la orbeita de Pepe. El pensó que era el buje de la rueda trasera, lo cual no auguraba nada bueno. Lo ajustó como buenamente pudo pero el problema continuaba, así que ya me imaginaba una mañana de cañas, cuando se nos ocurrió que igual eran simplemente los frenos. Eso era, así que mis fantasías volaron y emprendimos el ascenso.
Chino-chano que diría mi madre, fuimos ganando altura a través del monte de la Raya y los pinares de los Cuarteles y del Umbrión. Esta ruta es una vieja conocida aunque siempre se te olvida algún repecho que te pilla desprevenido.
Y así nos fuimos acercando a la carretera. A este tramo por M-611 le tengo una especial manía, vete a saber porqué. Había mogollón de ciclistas de carretera que nos pegaban la consiguiente pasada, aunque nos lanzamos a la caza de dos que iban más suaves y que vete a saber de donde venían, sin alcanzarlos, por supuesto. Ya estábamos en la Morcuera
Aquí nos metimos nuestro platanito de rigor, viendo pasar a los rebaños de bicletas de carretera. Pronto empezamos a bajar, dejando el refugio a la izquierda, y el Raso de los Toros a la derecha (llenito de ellos, un nombre bien puesto, si señor). Nos cruzamos con un tandem en dirección contraria que más tarde nos encontraríamos en el alto de Canencia. Eso si que es afición.
La temperatura era agradable, un poco fresca quizá, pero sabiamos que venían unas cuestas que nos iban a poner a tono, así que empezamos a dirigirnos hacia el bosque que nos llevaba a Canencia.
Fue en el Collado del Hontanar donde Pepe se puso nostálgico y nos dijo con lágrimas en los ojos que quería ir a la Genciana, que la echaba de menos. Nosotros, personas sensibles donde las haya, no pudimos negarnos, a pesar del amenazante cuestón en formato cortafuegos que nos llevaba al dichoso cerro .
Pero después de este hubo otro. Y no fue el único. Pero valió la pena por ver a Pepe contento.
A la altura de Los Tres Mojones, nos pidió otro favor con voz trémula. «¿Podríamos ir al Pico Perdiguera?». Por supuesto, dijimos Félix y yo, que nobleza obliga. Sin dudarlo nos lanzamos a una desenfrenada subida por una sendero para coronar dicho pico.
La verdad es que hay que agradecer a Pepe que nos llevara a este lugar. Tenía unas vistas preciosas. Lo aprovechamos bien, estuvimos un buen rato disfrutando del espectacular paisaje y sobre todo, intentando bajar a Félix del hito…
Ahora teníamos que volver a retomar el camino que nos llevaba a Canencia. Nos encontramos las pistas bastante frecuentadas por paseantes accidentales. En cuanto hay una carretera cerca, ya se sabe.
La bajada desde Canencia fue rápida, desviándonos a la izquierda en el lugar que llaman La Cotilleja para meternos en un bosque de robles. Ahí tuvimos que intentar ir a más de 15 kms/h para evitar la puñetera mosca del roble, que nos comía vivos.
Con ritmo rápido, atravesamos la M610, bajando por las pistas habituales paralelas a la carretera, hasta que decidimos en Cabeza Rasa ir por la carretera para evitar la subida de la llegada a Miraflores. Probamos al opción de ir por pista, pero era necesario entrar en una finca que nos avisaba que «había un perro trabajando«. Optamos por ir por asfalto, aunque en un intento de atajar, nos chupamos dos cuestones en la odiada urbanización Las Encinas. En fin, nunca nos libramos…
En Miraflores estaba esperando nuestro restaurante de referencia, en el que nos tomamos los tres un pisto y una caldereta de ternera. Y como siempre bromeamos con la camarera sobre su moto y nos fuimos antes de que nos metiera una hostia, haciendo gala de un humor y gracejo encomiable, como siempre. Criatura.
Una gozada de día, como viene siendo habitual. Naturaleza, amigos y bici, ahí es na.
En esta época del año hay que aprovechar los días fresquitos y eso hicimos. Como siempre que intentamos ir al Bosque del Acebal, tenemos problemas. Hay una especie de maldición. En la anterior salida desde Valsaín no conseguimos llegar, y en esta ocasión, casi la liamos. Todo empezó en los mensajes en el grupo. Primero subí un track que comenzaba en Valsaín pero vi que había una alternativa en nuestra Rutateca que empezaba desde Cercedilla y lo comenté. Todos estuvimos de acuerdo en elegir la que comenzaba en Cercedilla. La mayoría pensó que era la misma ruta con otro comienzo y yo supuse que la descargarían de la Rutateca. Incluso Rufi estuvo a un tris de irse hacia Valsaín. Total, que empezamos la ruta con la mayoría llevando un track que no era. ¡Y nos dimos cuenta ya pasada la Fuenfría! También hubo confusión en el lugar de quedada que Pepe definió como «el parking enfrente de la Casa Hilario-Cirilo-Agapito«. La edad…
Bueno, puestos ya en camino y saliendo de las dehesas, nos enfrentamos al consabido subidón por la Carretera de La República y el pelotón (por llamarlo así) se estiró de lo lindo. Esta vez no paramos en el Mirador del Poeta ni en el de la Reina. Nos agrupamos en la Fuenfría y bajamos por la accidentada calzada romana en dirección a la Fuente de la Reina.
Dejamos a la derecha el Cerro de la Camorca y nos adentramos en Monte de Valsaín. Prácticamente solos, entre helechos y con bastante agua, montar por allí fue un auténtico lujazo.
Ya sabíamos que nos esperaba el consabido cuestón en zona pedregosa, donde nos dejamos el bofe. Encima, nada más empezar nos pasaron unos juveniles y una eléctrica (estoy enchufado, decía el gracioso…) sin mayores problemas. Y claro, arriba nos tomamos el platanito, aunque yo me habría metido un filete.
A partir de aquí vino la parte mejor de la ruta, el bosque en dirección a los acebos.
Pronto empezamos a descender como posesos hasta llegar a una pista ancha. Allí estabamos tranquilamente consultando la ruta cuando apareció un todoterreno de los forestales y se metió por el camino por el que habíamos venido. No sabemos que habría pasado si nos lo hubiésemos encontrado de cara tan solo un minuto antes. Igual nos habían calzado un multón por circular fuera de pistas forestales.
Poco a poco fuimos saliendo a una zona más abierta hasta llegar a hasta la Cruz de la Gallega, donde empezamos a meternos de nuevo en el bosque, ya en dirección a la Fuente de la Reina.
Estuvimos esperando a Juanlu, que cogió otro camino a la Fuenfría (como he dicho al principio, aquí cada uno llevaba un track diferente; lo raro es que no acabasemos cada uno en un lado), pero finalmente nos dirigimos a la Fuente de la Reina donde nos esperaba el mallot rosa, Pepe.
Como Juanlu tardaba, Rufi se tuvo que ir solo. Tenía una conference call a las 4 p.m. en Madrid. Así que partió sin saber que se equivocaría en las Dehesas y se haría 4 kms. de más (2 de ellos en subida), que sientan muy bien después de la paliza que llevabamos.
Ya solo nos quedaba nuestra amiga la subida desde Fuente la Reina. Me encanta este tramo. Por eso lo hice a toda hostia, para que durara lo menos posible.
Lo bueno de esta ruta es que la última parte es todo bajada. Y no dejas de preguntarte como te has subido todo eso…
Para comer recurrimos a Casa Hilario-Cirilo-Agapito, como no. Una pena que no pudiera estar Rufi, pero la sorpresa nos la dio Miki que vino un rato a saludarnos desde Guadarrama.
Como siempre, un día de lujo y esplendor, si señor.
Iba tranquilamente hacia Valsain, pensado en hacer una rutita hasta mis amigos los acebos, pero cuando llegué, habíamos cambiado de plan. Un IBP de 86 tenía la culpa. Félix propuso otra ruta con un trazado más suave. Así que, a pesar de que Pepe no estaba muy convencido, salimos del pueblo y nos dirigimos hacia el río Eresma, siguiendo el nuevo track.
Esta parte de la ruta es preciosa e íbamos en modo «tralará«. Pero nos empezó a venir el recuerdo de una ocasión anterior por estos lares, en los que las cosas no fueron tan idílicas.
Efectivamente, pronto nos encontramos que el camino se volvía impracticable y teníamos que cambiar de orilla. Así empezamos con los pasos de río.
Y todavía se lió mas: zarzales, raíces, piedras, rapones, etc. Pepe se puso mohino y subimos las bicis por los pedregales y cuestones en silencio, asumiendo el error. Ahora si que nos empezamos a acordar de cómo se las gastaba la puñetera ruta de Boca del Asno.
Después de subirnos una buena cuesta empujando, por fin llegamos a la 601, la atravesamos y nos metimos en otra pista que empezó subiendo por una zona de explotación de madera, de tierra bien removida, con sus piedras, escalones y ramas, que hizo nos hizo «disfrutar» un montón. Félix no recordaba cuando había realizado este track, que había obtenido de nuestra amada rutoteca. Mirando en el Orux, nos dimos cuenta que nos llevaba de cabeza a Cotos. Llegamos a la conclusión que era cosa de Alfredo porque tenía su seña de identidad y además, no estaba presente 😂 .
Por fin dimos con una pista como dios manda, y como no queríamos ir a Cotos (no por nada en especial…), nos dirigimos a la 601, subimos unas cuantas revueltas y cogimos otra pista que pensabamos que llevaba hasta la Fuenfría. Pero no era nuestro día. A cosa de tres kilómetros de subida nos dimos cuenta que esa pista llevaba directamente a Navacerrada y que ir a la Fuenfría desde allí suponía bajar para volver subir. Un poco desinflados, optamos por volver ya a Valsain dando un rodeo de forma que entrásemos por el aserradero. Teóricamente se trataba de una vuelta fácil, sin muchos desniveles, pero no fue así, claro. Allí nos encontramos con una señora que llevaba una bici eléctrica misteriosa sin batería y que nos sacó un buen trecho.
Nos fuimos al pueblo a comer, a un sitio donde ya habíamos estado antes. Estaba completamente vacío y, aunque al principio nos pareció un poco cutre, el salmorejo y los huevos con patatas y jamón fueron de primera. Al final, otro día estupendo, rodeado de naturaleza y amigos.
Aunque esta ruta ha tenido un poco de descontrol, hay que reconocer que pasa por sitios increíbles, llenos de helechos y vegetación, totalmente solitarios. Creo que quitando la parte de Boca del Asno (por no ser ciclable) y buscando una alternativa para llegar a la Fuenfría, quedaría perfecta. En fin, otro día visitaremos el acebal.
Esta salida empezó con un abundante intercambio de correos sobre la dificultad del track. Después de duras disquisiciones, maese Alfredo modificó la ruta inicial eliminando las subidas a unas cascadas, con gran alivio del resto del grupo que se veía ya involucrado en actividades de alpinismo.
El día empezó perfecto, con una temperatura ideal y unas nubes que nos quitaban un sol que hubiese sido bastante molesto.
El track incluía una visita turística a Buitrago antes de empezar por las veredas en dirección a Villavieja del Lozoya. Y no pudimos evitar la tentación de hacernos alguna foto pasando el Lozoya.
La primera parte del trazado era bastante jodidillo, lleno de piedras sueltas, con abundantes arroyos y pequeños repechos que complicaban sobremanera la ruta a los torpes del grupo. Empezabamos a sospechar que Alfredo nos la había metido doblada con unas trialeras de las suyas cuando el camino, de repente, mejoró apreciablemente.
Después de tantos rulos por Madrid y sus alrededores, aquello era el paraíso. El campo estaba espectacular, todo un lujo, lleno de colorido y olores, un auténtico placer. Lo único que rompía tan bucólico entorno era la bici de Félix, que ya venía haciendo algún ruido pero que a estas alturas del viaje empezó a darnos un concierto tipo «solo para somier y viejos de pueblo follando«. Esto dio lugar a la consabida conversación de «cuando me compro la eléctrica» versus «yo no caeré en semejante aberración«, tan habitual cuando vamos relajados y sin cuestones a la vista.
Dejamos las chorreras de San Mames a un lado y seguimos tranquilamente hacia Navarredonda.
A la salida de Lozoya, el embalse de la Pinilla, que estaba hasta las trancas, ofrecía unas imágenes espectaculares. Bajamos la velocidad para poder disfrutar y al final acabamos haciendo una sesión de fotos…
La vuelta empezó por un pequeño bosquecillo que nos llevaba hacia Lozoyuela, atravesando el puente del Congosto.
Atravesamos Garganta de los Montes haciendo otra sesión fotográfica y ya enfilamos las sendas hacia El Cuadrón.
Ya olía a final de viaje. La bici de Félix también se percató y, en este trayecto, dio lo mejor de sí misma, amenizándonos con una serenata en sol mayor que hizo las delicias de los presentes.
Los últimos repechos los afrontamos con resignación, con la esperanza de no encontrarnos con más sorpresas. Ya teníamos las posaderas como un mandril, y no era cuestión de forzar la cosa. Por suerte, así fue, entrando triunfalmente en un Buitrago llenito de turistas.
Justo cuando llegamos al restaurante, un grupo de jubilatas estándar se levantaba de la mesa, dejándonoslo a huevo. Nos lanzamos en plancha dispuesto a comernos lo que fuera.
No habíamos contado con el vino… Pepe fue el más acertado al calificarlo como una variante de Oraldine. Ni siquiera la Casera tuvo su legendaria efectividad para contrarrestar los efectos de un vinazo. La destruyó por completo. Pero aparte de esto, la comida estuvo bien. Incluso repetimos café, charlando sobre futuros planes y para alargar un día tan agradable. Habíamos vuelto a la normalidad (sin nueva y sin hostias).
PD: Félix llevo felizmente su bici al taller para acallar sus gritos. Yo hice lo mismo porque tengo una fuga de aceite en la horquilla. Y hasta Pepe está pensando en cambiar su orbeita. Lo que digo, «ebike is coming…».
Esta rutita por el Parque Natural de los Cerros, al lado de
Alcalá de Henares, la encontré por pura casualidad buscando algo que no
hubiésemos hecho por los alrededores de Madrid, en dirección a Guadalajara.
Nunca había oído hablar de este parque, aunque parece que es bastante famoso. Y
es que a Alcalá solo voy de tapas…
Nos amaneció un día estupendo, no muy frío. Dude en ir de corto, pero tampoco era cuestión de pasarse. El Waze me llevó por Mejorada del Campo. Fue un gran acierto ya que pude disfrutar de un amplio abanico de modelos de furgonetas de Amazon que amenizaron mi viaje llevándome a 60 kms/h durante gran parte del recorrido. Al final llegué unos minutos tarde al aparcamiento, porque sí, este sitio tiene hasta aparcamiento.
En cuanto nos pusimos en marcha, el lugar nos sorprendió. Era un bosque de pinos en toda regla, entre colinas escarpadas, repleto de veredas y caminos. Enseguida empezamos una agradable subida por pistas anchas donde Alfredo nos contó cosas de su reciente viaje a la India y Nepal. La cuesta terminó alargándose lo suyo y dejó de ser agradable, claro. Allí sólo hablaba Alfredo. El camino se volvió de nuevo razonable en el Alto de los Reventones (en este sitio los nombres lo dicen todo…).
Una vez aquí, tiramos por un senderito de los que no ves hasta que estás encima, el de Los Lagartos, y nos metimos de lleno en un tobogán superdivertido, estrecho y limpio de obstáculos, repleto de giros con sus peraltes y todo. Una fiplada de sitio, donde Alfredo, el Tigre del Rajastán, se vino arriba, perdiéndole de vista (como siempre, por otra parte). Como la ruta pasa varias veces por este lugar, le vas cogiendo el puntillo y al final parece que estás haciendo bobsleigh, esos trineos que se lanzan a lo loco por un tubo de hielo.
Llegamos encantados, con una sonrisa tonta en la cara. Habíamos encontrado un parque de atracciones para bicis. Pero no es oro todo lo que reluce. Al llegar al final, doblamos en uno de sus múltiples giros 180 grados. Y ahí nos estaba esperando el sendero que nos llevaría al Barranco de la Zarza. Aquí la cosa cambió drásticamente. De repente la ruta se volvió muy técnica, sin tolerar ni un despiste, con subidones explosivos de 1:1, continuos badenes, senderos estrechos con peralte negativo y bastante expuestos. Un lugar nada recomendable para tener vértigo o miedo a la altura. Nuestro amigo Juanlu tuvo un pequeño incidente en esta zona, aunque su experiencia le protegió y salió victorioso y triunfal, sin apenas un rasguño e inmaculado como es su costumbre. La subida no acababa nunca, los senderos dieron paso a una pista más ancha pero llena de piedras. Siempre deslomados (al menos un servidor), nos dimos de cara con unos cuestones que me acabaron convenciendo de poner pie a tierra. Así es como llegamos al “Banana Point”, el alto llamado el Ecce Homo, con unas vistas que merecen la pena (después de la paliza lo valoras más, eso ya te lo digo yo).
La bajada por pista en medio del bosque es gozosa. Nos desviamos por un sendero y al final del mismo, nos metimos por un pequeño túnel que pronto nos hará subir de nuevo. Otro palizón por sendas estrechas nos lleva de nuevo hasta arriba para, inmediatamente, bajar por otro barranco, más abierto esta vez, que se llama Salogre, vaya usted a saber por qué.
Cuando finalizamos ya sabíamos lo que nos esperaba. Con paciencia, iniciamos una nueva subida, esta vez por por pista. En la parte alta retomamos el camino que hicimos la primera vez. Aquí, en la 3ª subida, fuimos conscientes de dos cosas: que estábamos follados (bueno, fatigados) y que se nos iba la hora de la comida si tratábamos de finalizar el track marcado, que constaba de 5 subidas y bajadas. Fue en ese momento en el que, ¡oh providencia!, el Tigre del Rajastán tuvo una avería en el desviador trasero (se rompió el muelle de recuperación; a mí me pasó lo mismo hace menos de un año, tanto XTR y tanta hostia pa’ na…). Así que, con gran dolor de nuestro corazón, tuvimos que volvernos al parking, prácticamente todo el tiempo cuesta abajo.
Para comer, intentamos ir a una pulpería que estaba a escasos 250 m. del parking sin éxito porque sólo abrían fines de semana. El restaurante donde había reservado Juanlu estaba en el mismo Alcalá de Henares y fue imposible aparcar, así que decidimos dirigirnos de vuelta a Madrid y ver si encontrábamos algún lugar en el camino. Misión imposible, todo era un polígono industrial. Sólo encontré un lugar lleno de camiones en la via de servicio, pero como no llevaba un calendario con una tía en pelotas detrás del asiento del conductor (imprescindible para integrarse en este hábitat), decidí seguir camino a casa, donde me esperaban las sobras del día anterior.
Así acabamos esta ruta, llena de sorpresas, muy recomendable y divertida, aunque exigente y técnica. Y para acabar con esta brasa, queridos niños, voy a incluir algunas recomendaciones:
Las múltiples vueltas de que consta el recorrido hacen que haya que estar muy pendiente del GPS y de los waypoints. Al menor despiste, ya te has salido y estás en otro barranco.
Posiblemente no es buena idea ir en fin de semana, porque debe haber una gran afluencia de gente al estar tan cerca de Alcalá. Y en los toboganes es fácil empotrarte con alguien…
Tampoco es recomendable acercarse por allí después de que haya habido lluvias. El terreno arcilloso y los peraltes negativos no lo hacen nada recomendable. Acabarás perlado, seguro.
Hay veces que las cosas se tuercen. La convocatoria de esta ruta fue un «poco» caótica debido a un error mío al pasar el enlace. Así, envié un punto de encuentro en Colmenar Viejo cuando la ruta que había pasado estaba en Alcalá de Henares. En fin, menos mal que gracias a los comentarios de Pepe, caí rápidamente en el error. Había evaluado diferentes opciones y envié la que no era, cosa que no es raro debido a mi despiste congénito.
El día de marras amaneció cubierto. Mal presagio pensé, influido por todo lo anterior. Llegué a la zona del aparcamiento y Pepe y Juanlu habían aparcado en otro sitio. Bien, estupendo. ¡Cómo para emprender una acción militar con éstos! Menos mal que pronto llegó Alfredo con Félix y, además, el sol apareció en el cielo. A la hora prevista empezamos nuestra andadura.
Subiendo a la parte alta del pueblo, nos dirigimos hacia la base de helicópteros donde pudimos disfrutar de varias pasadas del viejo Boeing CH-47 Chinook y de los nuevos Eurocopter EC-135.
El día se había quedado espléndido, aunque hacia bastante frio. Hemos hecho diversas variantes de esta ruta y sabíamos que pronto íbamos a entrar en calor. Supongo que por eso Alfredo se había traído un culote que dejaba ver media raja de culo con pelos y todo. Como siempre, Alfredo iba delante marcando la ruta, y claro, a uno se le iban los ojos…
Mira que intenté buscar una ruta tranquilita para recuperarme de mi reciente gripe, pero nada, repechones forever. De todas formas, el campo estaba espectacular y valía la pena hacer esta ruta, preciosa en esta época del año. En la foto superior atravesamos la zona de la Talanquera de entrada a la Dehesa de Navalvillar.
Después, nos esperaba nuestro amigo el sendero pedregoso que tan «buenos» momentos nos ha ofrecido a lo largo del tiempo.
Después de un buen rato de dar botes, nos aproximamos a Guadalix de la Sierra. En este pueblo se rodó la mítica «Bien venido Mr. Marshall». Así que entramos en el pueblo con la idea de buscar una escultura, homenaje a la misma. La encontramos y nos cebamos, claro.
Salimos del pueblo, recordando las sensaciones que teníamos cuando veíamos estas pelis las tardes de los sábados. Pero pronto tuvimos que centrarnos, tirando por el sendero de los Hormigales y dirigiendonos a una zona de dehesas con ganado bravo. El paisaje se llena de subidas y bajadas que me van machacando poco a poco. Los accesos de tos me recuerdan que tenía que haber buscado algo más llanito. A buenas horas mangas verdes.
Alfredo empieza a sentir que la hora de comer ya llega. Es hora de acelerar.El puente del AVE. Ya queda poco.
Volviendo a aparecer por la parte inferior de la Dehesa de Navalvillar , nos encontramos de nuevo con la base militar. Ya hemos llegado a Colmenar y Alfredo y Pepe se adelantan para buscar un abrevadero.
Así es como llegamos a La cabaña de Vettón, un restaurante con un menú correcto y trato muy agradable.
Y así se acaba esta salida, tan agradable y placentera como es habitual. Un gran día por el paisaje y, sobre todo, por la compañía. Y parece que tengo menos tos, que tengo que acabar con mi particular parte médico.