The option «Share between devices» Allows the inclusion of other applications from third-party devices, such as mobile phones or tablets. There is also the option «Everyone nearby» which allows to extend the reach. There are a large number of functions that Windows has added to its catalog throughout its updates.
It’s highly advised that you back up the registry keys at first.
The driver for vmxnet3 comes up VMware Tools but of late VMware driver updates can also come from Windows Update.
Type a few words of “local group policy editor” in the Windows 10 search box.
It’s only a «problem» if you’re interested in having a Microsoft account. I use a local user account to log in, I have no interest in having a live account. Open any of the O365 apps – File – Accounts – confirm you’re signed out of that account here. For me, the 1st and 3rd devices are my Galaxy S9+ – I disabled the 3rd device since it was inactive and was a duplicate. 2- It will show a pop-up window with the text “Shared Experiences has been enabled on your system ” just Click ok button. This method will only work on Windows 10 Pro as Windows 10 Home doesn’t support Group Policy Editor. How do I do these things from a batch file (registry edits, etc.)?
Sometimes when Window’s troubleshooter does not work, you can try to do the process itself. You can accomplish this method by deleting the Windows Update file cache. These are temporary files for your update that you do not need but may use up valuable space when you update Windows OS.
Straightforward Programs Of Dll Revealed
What started off as a 30th birthday celebration for All-Star pitcher Joe Musgrove, has now become a world-record setting attempt. This exhibition features a selection of works from the museum’s Stanton B.
Those keys and values are already there, presumably for a good reason, so make sure whatever advice you’ve gotten that led you to this point is as accurate as possible. For more on registry values and the different types of values, you can choose from. If your registry edits don’t go well and you need to undo your changes, you’ll be very happy you were proactive and chose to back up. The directions work the same way no matterwhich version of Windows you’re using.
An Analysis Of Straightforward Dll Files Products
If you like to dig into the innards of Windows with the Command Prompt, you’ll be happy to know you can customize the tool itself. Open the Command Prompt, right-click on the window’s top bar, and select Properties to personalize your experience. You can then drag any of them over to where it says New desktop, which creates a new virtual desktop. Once you click out of Task View, you can toggle between virtual desktops by d3dcompiler_43.dll pressing the Windows key + Ctrl + right/left arrows.
Características TerrenoSuelo normal (tierra con alguna piedra), sin trialeras, con un obstáculo, sin limitaciones de temperatura, 300 metros no ciclable, zona de fotografía interesante
Era nuestro último día en esta zona que los empollones denominan Cuadrilla de la Montaña Alavesa. Lo visto hasta ahora nos había gustado a rabiar así que estábamos dispuesto a realizar una nueva barrida por el interior del desconocido parque natural de Izki, que lleva siéndolo 24 años y yo sin enterarme.
Aparcamos los coches de nuevo en el campo de golf, mirando de reojo al restaurante que tan boludos recuerdos nos traía. Hubo comentarios al respecto relacionados con chipirones y el orto de la encargada, pero no voy a entrar en detalles. Como siempre, tardamos un ratito en acicalarnos mientras Alfredo trazaba orbitales a nuestro alrededor.
El comienzo de la ruta coincidía con el realizado el martes, pero no nos importó lo más mínimo. De nuevo estábamos sumergidos en ese bosque que tanto habíamos buscado cuando diseñamos este viaje.
Al cabo de un rato, volvimos a salir de la foresta por la misma puerta de la vez anterior, pero ahora nos dirigimos en dirección contraria, hacia el pueblo de Quintanar, que nos recibió con una calurosa cuesta.
Desde aquí, atravesando una zona de dehesas y cultivos, nos metimos de nuevo en el parque.
Sobre el papel, la ruta no tenía especial complicación. Lo que pasa es que no contábamos con los continuos repechos que iban surgiendo, ni con la anormal acumulación de arena que tenían los caminos ni con unas moscas caníbales, especialmente entrenadas para esperarnos en los comienzos de las cuestas.
Las yayadas no podían faltar. Mira que llevábamos todos el track, pues así y todo nos separamos y tuvimos que recurrir a nuestros avanzados conocimiento de GPS para poder reagruparnos. Claro, que viendo el track, con sus innumerables ochos, tampoco era tan difícil despistarse.
Tuvimos también nuestro componente naturalista con la visita de nuevo al Roble Gordo y el encuentro con unos boletus que hicieron a Félix la mar de feliz.
Estábamos llegando al final de la ruta. Salimos de bosque y faltaba lo mejor, la Ermita De San Victor de Obekuri. Aquí Pepe decidió que perdonaba la visita y que en su lugar se iba a meter una coca-cola, una aptitud que nos desoló por la falta de devoción que demostraba. Pero la asumimos y quedamos en llamarnos cuando llegáramos.
Los demás seguimos fieles al track, movidos por la fe, supongo, porque, al menos yo, ya llevaba más que suficiente… La cuestión es que bordeamos la colina donde se encontraba la ermita, esperando encontrar una pista de subida. Pues no, no había pista. Era un sendero minúsculo, protegido por todo tipo de plantas y con una pendiente del 30%. Disfrutando como locos, subimos bici en mano, empujando, a hombros, en fin, cómo se podía. Yo esperaba encontrarme con una ermita tardorománica o protorománica, vamos, algo acabado en románico, pero no fue así. Arriba, después de un ímprobo esfuerzo, nos esperaba como recompensa una especie de parada de autobús absolutamente kitsch. Se nos cayeron las muelas. No nos lo creíamos, pero, por suerte, al lado había un repetidor de televisión super molón lleno de antenas, que nos resarció de semejante decepción.
A la entrada de Urturi nos encontramos con Pepe. Como no estábamos dispuesto a repetir la experiencia del restaurante golfo-golfero-bonaerense, decidimos probar en el restaurante Garimotxea, que estaba cerca. La dueña nos recibió con un entusiasmo que casi nos hizo llorar. Sus monosílabos eran poesía en nuestro oídos. Para ser justos, la mujer se fue soltando y, sin llegar al cachondeo, conseguimos que fuese simpática y todo.
Concurso de calabaza. a ver quien se acerca más a su peso.
Después de la comida, que estuvo más que bien, recogimos y comenzamos la vuelta a casa. Nos tuvimos que desviar de la carretera porque Pepe estaba corto de gasolina, y hasta nos costó encontrar donde tomar café, pero al final dimos con un lugar lleno de real retireesof the place que diría el soplagaitas de Charles III (puff, no he podido evitar esta referencia real). De lo más auténtico.
Y con esto acabó nuestra salida de otoño, que empezó mal y terminó genial. Desde luego, nuestro conocimiento de la España vaciada va en aumento. ¿Qué nuevo páramo nos deparará el futuro? ¿No será que solo estamos «llenos» nosotros?
Características TerrenoSuelo normal (tierra con alguna piedra), sin trialeras, sin obstáculos, no adecuado para temperaturas bajas, zona de fotografía interesante
Esta ruta ya nos la planteó Mario (si, otra ruta mariana) la semana pasada y como tenía una pinta estupenda, no la echamos en olvido. Era el momento de comprobar el «estado de la hoja«, termino acuñado por el naturalista del grupo, Félix. Y es que a la semana siguiente emprenderemos la exploración del ignoto Parque Natural de Izki y no sea que la hoja no esté todo lo bien que fuese de esperar. ¡Menudo disgustazo!
La cosa es que no parecía el momento más adecuado. Se nos venía encima la borrasca Armand, con un nombre ideal para imaginarse una sucesión interminable de hechos apocalípticos. Quizás por eso la mitad del grupo se ha rajado (si, ya sé, no es eso, es que estaban sumamente ocupados…). La cuestión es que me puse en carretera con un cielo que no presagiaba nada bueno. La llegada a Pradena fue apoteósica, con los limpias del coche echando agua a los lados sin freno. Pero con mi característica sangre fría, atravesé la cortina de agua y me tomé un café en el Bar El Rincón, mientras esperaba a los componentes de la expedición. La verdad es que confiaba ciegamente en las gestiones de Mario para asegurarnos una ventana de tranquilidad climática entre las 10 y las 14 horas. Seguro que ya había hablado con sus ñuberus, esos geniecillos cántabros que montados en los nubarrones de las tormentas, las guían a su antojo. Y además, MeteoBlue nos daba la razón. Así que pa’lante.
La cosa es que a las 10 en punto estábamos los 4 en Pradena y ya no llovía. Empezamos a bajar por la carretera que nos llevaba directamente a Montejo de la Sierra. A la salida del pueblo cogimos una pista que, amablemente, nos llevaba en dirección al Cerro los Cotoruelos, por lo que os podéis imaginar que empezamos a subir.
Dejamos atrás una de las innumerables Dehesas Boyal que hay en nuestra comunidad, rodeando el Hayedo de Montejo.
Seguíamos subiendo, porque esta ruta tiene esa característica, que la mitad es subida. Íbamos a buen ritmo, con alguna cuesta de las que te hacen sudar pero sin dejar de ser llevadero. Todo el recorrido se hace a través de un precioso bosque y la pista está en bastante buen estado. Iba a decir que casi no cuesta subir, pero mentiría…
A los 500 m. de desnivel Alfredo planteó el momento canario y dejamos de ascender para tomar algo y quedarnos helados. Así que comimos en un santiamén y vuelta a subir.
Picha española no mea sola. Momento prostático
Al final llegamos al Puerto del Cardoso, con unas increíbles vistas (eso decía el waypoint) que veremos en otra ocasión, porque esta vez, nos metimos en una nube de cabeza.
Después, llegar al Collado del Mosquito que con sus 1836 m. es el punto más alto de la ruta, fue coser y cantar. Allí el bosque deja paso a un monte bajo, salpicado de vez en cuando con pinos. Nos abrigamos porque el viento y una potente cuesta abajo, así lo recomendaban. Alfredo se puso un elegante conjunto asimétrico de perneras que hizo furor entre los excursionistas que nos encontramos (o sea, nadie).
La bajada empezó discurriendo por una zona de monte bajo donde los helechos destacaban por estar totalmente secos. Dejamos a la derecha el Alto de la Pinilla, entrando de nuevo en el bosque.
El cielo empezaba a cubrirse, señal de que la ventana de oportunidad que había creado Mario con sus hechizos se estaba cerrando. Por suerte no quedaba mucho. Atravesamos Horcajuelo, con sus bonitas casa de piedra, y cogimos de nuevo la carretera para volver a Prádena. Después de alguna cuesta de última hora llegamos a las 14:00 al restaurante que, eficientemente, había reservado Mario (este chico vale un montón, te lo digo yo). Empezaba a chispear, se acababa la tregua. La ventana definitivamente se estaba cerrando.
Nos lanzamos a la la mesa, dispuestos a comernos lo que fuera, pero la señora del restaurante-bar El Rincón nos dijo que, cómo habíamos reservado a las 14:30, no íbamos a comer hasta las 14:30:00. Alfredo la miraba con ojos glaucos, sin entender el motivo de tanta maldad. A Félix le tuvimos que poner cinta americana en la boca. Mi teoría es que esta gente son descendientes de colonos alemanes que trajo Carlos III para repoblar esta zona. O bien, otra posibilidad, se trata de huidos de la caída del III Reich que se habían refugiado en los 40 en la sierra pobre de Madrid (como en Los pacientes del doctor Garcia de la gran Almudena Grandes). Vete tú a saber, pero esa falta de flexibilidad es netamente germánica, lo mires por donde lo mires. En cualquier caso, nada que unas cervezas (y el pan de la comida) no acabasen arreglando.
Pero la mujer tenía su corazoncito y, viendo como deglutía pan Alfredo a dos manos, nos atendió a las 14:21:37 como deferencia a lo majos que éramos. Comimos bastante bien, menos Félix que pidió sus famosos boquerones serranos, con el éxito habitual. Mario intentó pedir una sopa de cocido y cordero de segundo, pero eso era demasiado para la señora, que no concebía semejante desbarajuste. Dass, wenn nicht, ich nicht so ein Durcheinander zugeben! ¡Si se pide sopa de cocido, se come cocido, leñe! ¡Qué es eso de mezclar! Así que Mario se metió un cocido integral, que además, tenía muy buena pinta, con su relleno y todo.
Cuando salimos, llovía a mares. Esperamos a que calmara un poco para cargar las bicis. La vuelta la hice lloviendo a manta, con viento para aderezar la cosa. En la autopista, los camiones amenizaban el cotarro dejándote sin visibilidad cuando los adelantabas. Pero eso fue lo de menos, porque habíamos pasado un día estupendo, disfrutando de la naturaleza y los amigos (y sin mojarnos), como siempre.
Características TerrenoSuelo duro (pueden ser de roca o pedregoso), 15% de trialeras, sin obstáculos, no adecuado para temperaturas altas, zona de fotografía interesante
Llevábamos una semana con un tiempo espectacular, soleado y con la temperatura justa, cuando, hete aquí, que el pronostico nos pinta un jueves apocalíptico. Pero no nos arredramos, que para eso hemos hecho la mili (más o menos…). Mi e-wife tenía fiesta en su trabajo y aprovechando que teníamos que acercarnos al Escorial, plantee al grupo una ruta por la zona. Así de paso Raquel, que lo estaba deseando, se podía venir con nosotros en su montura eléctrica. Buscando, buscando elegí una vieja conocida para disfrutar de las vistas desde el Malagón. La última vez que el grupo abordó esta zona fue un desastre porque triscamos lo que no está escrito gracias al track de un tipo al que pusimos como nombre en clave «el tarado» y que nos llevó por todas las tapias y vallas que había en la zona de Zarzalejo. Por eso, para evitar hacer salto de vallas, he optado por tirar hacia Robledo.
Después de un intercambio de mensajes en la mañana del jueves, llenos de desconfianza sobre las nubes que cubrían la sierra norte de Madrid, quedamos a las 10 en la urbanización Felipe II. Salimos con un ligero retraso y pronto abordamos las cuestas del Tomillar. Ya sabíamos que nos íbamos a tirar así la próxima hora y media. Pepe y yo con calma, Fernando y Raquel, charlando de lo divino y lo humano y cada vez más por delante de nosotros.
Pepe recargó pilas en la Penosilla gracias a una llamada relacionada con la obra que está acometiendo en su casa. Este tipo de comunicaciones generalmente te ponen de una mala lecha que viene muy bien para subir cuestas. De esta guisa, una vez pasado el Arboreto, nos enfrentamos con la parte más desafiante y disruptiva de la ruta, como se diría ahora en cualquier reunión de trabajo. Siguiendo con la nueva nomenclatura, yo diría que, claramente estábamos saliendo de nuestra zona de confort.
Pero todo lo bueno se acaba y finalmente llegamos al Alto de Malagón, unos antes y otros después. Allí nos tomamos el refrigerio, escondidos detrás de unos arbustos, que corría un aire que se llevaba hasta los pensamientos (sólo los buenos, que los malos pesan más). Vagos por naturaleza como somos, aprovechamos que unos cazadores abrían la valla para seguir subiendo, que lo anterior nos había sabido a poco. Cuando llegamos a lo alto del Cerro de la Cabeza se acabó definitivamente el disfrute. ¡Qué faena, ahora todo era bajada!
Esta zona tiene unas vistas espectaculares que hacen la bajada muy disfrutona aunque había que tener cuidado porque el estado el terreno la hacía bastante resbaladiza. En Robledondo tomamos la carretera M-505 para llegar al Puerto de la Cruz Verde que atravesamos en dirección a Zarzalejo por la M-533, dejando el teatro de la Mina a la derecha. Dejamos la carretera y giramos a la derecha para bajar por el Barranco del Santo. Con el nombre está todo dicho. Podría decirse que es una pista, aunque no puede estar más rota y llena de escalones, con un terreno muy resbaladizo. Vamos, el trazado que le gusta a Fernando, que se perdió rápidamente en lontananza. La cosa no mejoró hasta un poco más abajo, que por algo se llama La Quebrada. Cómo esta pista enfila hacia Robledo, se puede apreciar perfectamente el desastre del último incendio en las laderas que se encuentran enfrente.
A la altura del Prado Pellejero (cuanta poesía hay en estos campos…) volvemos a hacer un quiebro para dirigirnos directos a Zarzalejo. Aquí se puede coger el de la izquierda, que nos lleva paralelo al tren por una trialera derrampante estrecha, o por la derecha, que baja a tumba abierta a la pista que une Robledo con Zarzalejo. Nosotros, como somos así, cogimos la de la izquierda y cambiamos de opinión 200 m. después, porque nos gusta el campo a través.
Al salir de Zarzalejo-estación, nos desviamos hacia la izquierda por la pista que lleva a la Silla de Felipe II. A la altura de la Colada (una zona con mucha piedra, donde se ve el origen de una calzada) nos desviamos a la derecha, rodando por senderos entre arboles de lo más agradable.
Después de un canchal, tras un sendero entre vallas, desembocamos a la conocida bajada con escalones de piedras, donde Fernando nos hizo una master class mientras nosotros bajamos a pata. Aún recuperándonos de semejante humillación, tomamos el camino a la Herrería. Nos resistimos pero al final nos tuvimos que poner los chubasqueros aunque la cosa tampoco fue a más.
Estábamos a menos de un kilómetro del final cuando pasamos al lado del restaurante El Tomillar y decidimos que era un buen sitio para comer. La sobremesa la hicimos en la terraza de mi casa, con cafés y tés a discreción. Como siempre, un día estupendo con gente estupenda. Mereció la pena jugárnosla con el tiempo. Luego por la tarde, cayó la del pulpo, pero ésa les pillaría a otros.
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Características TerrenoSuelo duro (pueden ser de roca o pedregoso), 15% de trialeras, sin obstáculos, no adecuado para temperaturas altas, 50 metros no ciclable, zona de cazadores, zona de fotografía interesante
No sabía que hacer, la verdad. Por un lado me apetecía salir pero por otro existía el riesgo de perderme alguno de los fastos del funeral de mi querida Isabel II. Porque si hay alguien que se merece este despliegue es ella. Sin su presencia este mundo habría sido mucho peor. Y no voy a empezar a enumerar la inmensa cantidad de aportaciones que ha regalado a la humanidad porque ya empiezan las lágrimas a fluir, haciendo que vea borroso el monitor. ¡What a loss, Virgin of Beautiful Love!
Pero voy a dejar a un lado mi lado más emotivo y vamos al tema. Nos pusimos en ruta a las 10:35:00 desde el chalet de Felix, atravesando el pueblo del Boalo en dirección a Cerceda. Son curiosos los nombres de los prados de esta zona: el Matasenderos o el Descansadero de la Pamplina.
La salida de Cerceda es una vieja conocida nuestra y transcurre por una pista muy agradable hasta que se joroba con un cuestón de los de antología que nos lleva directos y sin anestesia al Mirador de la Dehesa de Arriba (su propio nombre lo dice, que el pueblo es sabio). Por suerte, las lluvias del día anterior hacían el trazado mucho más agradable y seguro. Con el piso seco, estos caminos se convierten en una pista de patinaje.
No se nota el jadeo, porque disimulamos muy bien
Después vino la merecida bajada y la travesía del laberinto que conforman las urbanizaciones de Moralzarzal. Y otra vez a subir, por las laderas de Matarrubia, hacía el pico Martillo. Como siempre, el encuentro con una pista de hormigón no presagiaba nada bueno. Resignación cristiana…
Después de la subida, nos metemos por una estrecha vereda que rodea las laderas de Matarrubia, con una espléndida vista de la Sierra de Hoyo de Manzanares, con Moralzarzal a nuestros pies.
Después de atravesar un bosquecillo, nos dirigimos hacia Navacerrada «disfrutando» de otra agradable ascensión bastante rota y con la duración suficiente para dejarse el bofe. Por suerte, después el camino se hizo más tendido y pronto llegamos al embalse de Navacerrada, que no estaba en sus mejores momentos.
Por esta vez, desechamos la subida que nos llevaría de bajada al Mini-Angliru y nos dirigimos hacia la M-607, que atravesamos y donde cogimos una trialera que nos llevaría hasta Mataelpino.
Esta parte del recorrido es especialmente disfrutona. Me sorprendieron los tramos hasta Mataelpino y desde aquí a El Boalo, preciosos y muy divertidos.
Como es habitual, acabamos comiendo en Don Baco, que no nos defraudo una vez más. Un día estupendo, disfrutando de una ruta preciosa. No se puede pedir más (bueno, si: que no haya cuestas tan cabronas, pero eso…).
Características TerrenoSuelo normal (tierra con alguna piedra), 15% de trialeras, con dos obstáculos, no adecuado para temperaturas bajas, zona de fotografía interesante
Nuestro grupo, cada vez más menguado, se tomó un descanso la semana pasada, escapando a latitudes más frescas. Los más chulos a Islandia y los demás a Cantabria, que sí, que es infinita, pero no tanto. Así que teníamos ganas de empalizarnos otra vez y de llenarnos de bosque. ¡Qué le vamos a hacer si tenemos esa mania tan rara! A otros les da por morder esquinas.
Buscando, buscando, me encontré con esta rutita que transcurría por zonas yo nunca había visitado aunque la mayoría del grupo si había estado anteriormente por estos lares. Pintaba pero que muy bien y parecía ideal para estos momentos en los que todavía uno no se puede fiar mucho del astro rey (en general, no te puedes fiar de ningún rey, pero ese esa es otra historia, jajaja…).
Dejamos los coches en el parking de Lozoya (https://maps.app.goo.gl/axP8ZbYMvyDxMZmM7), gratuito entre semana, pero con un coste de 3 € en festivo o fin de semana, siguiendo el espíritu depredador que se ha extendido por la comarca. La llegada lloviendo enfrió un tanto nuestro ardor guerrero. Como es habitual en nuestras escapadas, salimos forrados del pueblo, para quitarnos ropa en los primeras primeras subidas. Esta ruta tiene la característica de empezar con un ascenso que no se detiene hasta la Horizontal de Navafría, lo que supone una bonita subida de más de una hora del tirón. Como punto positivo, te comes casi todo el desnivel al principio. Curiosamente, el negativo es el mismo. ¡Qué cosas!
Dada nuestra avanzada edad, este tipo de subidas conllevan la continua declamación de historias relacionadas con anteriores expediciones heroicas por la zona, siguiendo el modelo narrativo abuelo Cebolleta. En esta ocasión el tema fue el Nevero, el descenso al pueblo de Navafría y no sé si algún hecho relevante de la Guerra Civil o la Iliada, que ya no tengo la memoria de antes. Mientras tanto, como quien no quiere la cosa, subíamos y subíamos, dejando a un lado el Collado del Aguado, el Sestillón de la Gutierra (a saber que hizo allí la tal Gutierra), la Porqueriza (no sé si tiene relación con la susodicha Gutierra) y el Reajo Sastre. Poco después, alcanzamos la Horizontal, que ya era hora.
Si la subida transcurría por un bosque muy agradable, esta parte del recorrido era aún más bonita, seguramente por motivos subjetivos relacionados en la pendiente y otros aspectos de índole gravitatoria. Para disfrutar del entorno, bajamos nuestra velocidad, que no era cuestión de desplegar todo nuestro potencial con semejante paisaje.
Pero todo llega, y alcanzamos el puerto de Navafría, con sus 1774 m. El descenso lo realizamos por un sendero en dirección a Majalvir. Poco después la pista se transforma en un sendero con bastante pendiente y tramos de piedra suelta, recomendado para gente con elevadas capacidades MTB. Vamos, que los pedregales me los hice a pie, aunque solo fueron unos pocos metros.
Llegamos a una zona recreativa llamaba el Mirador desde la que no se podía mirar nada y desde allí comenzamos una vertiginosa bajada entre bosques de roble, muchos de los cuales ya se habían desprendido de sus hojas, dándole al bosque un aspecto totalmente otoñal.
Atravesamos la M-604 como una exhalación y bordeamos Pinilla del Valle para empezar a rodear el embalse. Esta ruta es una vieja conocida, aunque la solemos hacer en el sentido contrario. Después de dejar la zona arqueológica de los Calveros, nos ceñimos más a la orilla del embalse. Este camino está cada vez más deteriorado pero sigue siendo una gozada ciclar por la margen el pantano, con sus playitas llenas de troncos que le dan un aire de isla de naufrago.
Pintaba mal el cielo, así que en la última parte del recorrido, aumentamos más la velocidad si cabe (que sí que cabía…), no fuese que al final la liáramos.
En Lozoya hicimos un intenso análisis de sus capacidades en restauración y finalmente nos metimos en el restaurante Fernando, con una hermosa terraza y apartado de la carretera, donde comimos bastante bien y disfrutamos de una agradable sobremesa.
Como siempre, un día genial. Una ruta sorprendente, muy agradable y con un paisaje precioso, que te deja ganas de volver a visitar en otoño e invierno.
PD: al gpx le falta un pequeño tramo por un tema de pilas.
Características TerrenoSuelo duro (pueden ser de roca o pedregoso), 30% de trialeras, sin obstáculos, no adecuado para temperaturas bajas, zona de fotografía interesante
Después de Riaño, no habíamos vuelto a realizar ninguna crónica nueva. Y la verdad es que, montar, lo que se dice montar, lo hemos hecho poco. Félix y yo solitos hemos dado alguna vuelta por el Boalo y el Escorial , pero quizás por eso y porque estas rutas están ampliamente reflejadas en nuestra base de datos, decidimos no darle a la pluma. Y es que el calor de esta canícula (con este nombre parece que el verano es más caluroso) te sumerge de lleno en la pereza y ya ni escribir quieres.
Pero hoy la cosa ha cambiado. Hemos conseguido quedar en Cercedilla nada menos que los «cuatro magníficos», alguno un poco acojonado también es verdad, pero dispuesto a darlo todo. Como siempre que quedamos en el parking del centro del pueblo, cada uno se ha ido por un lado, saliéndose de la media ponderada Juanlu que ha dejado el Volvo bajo tierra con una entrada espectacular por dirección contraria, desafiando a la cámara y a la municipalidad en pleno.
Iniciamos la ruta pasadas las nueve con un calor ya bastante respetable. En mi cabeza estaba evaluando las distintas posibilidades para acortar la ruta si ésta se convertía, como parecía previsible, en una tostadora gigante. Pero hete aquí que allí estaba el bosque salvador (eso sí, lleno de puñeteras moscas).
Saliendo del Cercedilla por el barrio de San Antonio, enfilamos el camino del Calvario, que como su nombre anuncia, no era precisamente llano. Eso sí, el bosque amigo hacía más llevadera la subida continua de 5 kms.
El Pino de la Cadena (https://pequenosplanes.com/ruta-pino-cadena-cercedilla/)
Después de disfrutar del path of Calvary, desembocamos en la M-601 durante unos pocos cientos de metros, en un lugar llamado el Ventorrillo, ya nos podemos suponer por qué. Retomamos la pista (y el ascenso, claro). Dejamos a la izquierda la peña Entorcal con sus 1543 m. Pero este hecho nos da igual y en una actitud casi suicida, seguimos subiendo hasta los 1605 m., el punto más alto de toda la ruta. La faena es que este sitio no tiene nombre y esto desmerece la hazaña, pero así son este tipo de gestas.
Una vez hemos encumbrado, se podría decir que la ruta ya estaba hecha. Pero quedaba lo mejor, nuestro viejo conocido el Camino Ortiz (no puedo dejar de asociarlo con las conocidas magdalenas…). Allí estaba esperándonos con sus raíces y escalones de piedra, que lo hacen tan entrañable. Dada la confianza que tengo con él, de tú a tú, no tuvo a mal los continuos pies a tierra que hice para llegar a buen término.
Pepe dándolo todoEl famosísimo Watermelon Jump
Salimos por el parking de la Barranca en dirección a Navacerrada, con sus 2 embalses, a la izquierda justo antes de la barrera de entrada que tenían un preocupante color marrón nunca antes había visto.
Pasando por encima del pueblo de NavacerradaHelicóptero de los bomberos de Navacerrada
En la última parte nos despistamos un poco. Esta zona, Majalzarzal, parece que es nueva para nosotros y el track se hace confuso por los continuos ochos que tiene. Pero no erramos el tiro. Empieza a hacer calor y ya hay ganas de llegar.
A la una menos cinco ya estamos sentados en un sitio que recordaba Pepe. Llega el momento de los tintos de veranos y de las cervezas. Todo pintaba bien pero nos tiramos 3 horas para comer en un lugar que estaba claro que no esperaba la afluencia de turistas que hubo. Esto tampoco fue un problema, como siempre, charlamos de lo divino y lo humano y disfrutamos de un día estupendo, la verdad.
Esta ruta es muy adecuada para días de calor como ha sido éste. Transcurre por pistas y trialeras, alrededor del 75% bajo arbolado y es perfecta para combatir este sol implacable que nos ha tocado en el verano del 22. Esperemos que sea por la actividad solar que se repite cada 11 años y no por el cambio climático, aunque igual es por los dos motivos, quien sabe…
Características TerrenoSuelo normal (tierra con alguna piedra), sin trialeras, con un obstáculo, no adecuado para temperaturas altas, 1000 metros no ciclable, zona de fotografía interesante
El martes era el día de la gran ruta. Estábamos algo mosqueados, después de ver el día anterior cómo se las gastaban los repechos de la zona. El día era espléndido, con una temperatura perfecta. Salimos del hotel motero según la hora prevista después de recoger las bicis en un remoto hangar.
Pronto nos dimos cuenta de que el track rodaba todo el tiempo por una solitaria comarcal pero, por fortuna, había una pista paralela que parecía creada ex-profeso para que los lugareños se dieran paseos.
Íbamos risueños y disfrutones, difuminados los resquemores y convencidos de que esta ruta iba a ser coser y cantar, hasta el punto que, cuando vimos una bifurcación que llevaba a un valle que discurría a la izquierda, no nos lo pensamos dos veces: «Vamos hasta donde se pueda llegar, que hoy vamos sobrados…«
Momentos felices, ignorantes de lo que nos esperaba…
La verdad es que el desvío merecía la pena. El lugar era una delicia pero empezó a cerrarse y nos dimos de cara con una zona embarrada que nos llevaba de cabeza a un bosque cerrado. Dado que la pista que empalmaba con nuestro track original estaba casi 100 m. por encima de nuestras cabezas y no se veía ningún sendero, decidimos sabiamente volver por donde habíamos venido después de un breve conclave.
Retomamos la humilde y solitaria carretera LE-241, que nos recibió de nuevo con una subida larga pero tendida para superar el collado de El Hito.
Subiendo encantados de conocernos, mientras comentábamos lo listísimos que habíamos sido por no picar, como siempre, y habernos metido en un follón de triscada campo a través. Se nos notaba la madurez, y tal y tal…
Entramos en una zona de pinares, rodeando el Cotorro del Burro, que ya con el nombre uno se hace la idea de su pendiente. Por suerte, la carretera transcurría por la única zona accesible disponible, que por estos lares no hay mucho donde elegir.
Entramos en otra pista, intentando repetir el éxito anterior y con idea de tener una vista elevada del pantano, pero una pendiente del 20%, que se metía directamente al bosque, nos hizo renunciar sin mediar palabra.
Con un sube-baja agradable, llegamos a un desvío que incluía el track y que llevaba a orillas del pantano por un pequeño valle llamado Invernales de Salio.
Con los tranquilos que estaban…Casi le meten un mordisco y le pisan la rueda a Alfredo.
En las orillas había una concentración de cormoranes que salieron disparados al centro del pantano en cuento nos vieron llegar. Con la sensibilidad ecológica que nos caracteriza, no se nos ocurrió otra cosa que mandarles el dron para asustarles. En menos de lo que tardo en contarlo, el dron se lanzó sobre ellos, provocando que salieran todos en estampida, como los flamencos de Memorias de Africa. No lo sabíamos todavía pero nuestra maldad tendría su justo merecido. Las entidades de los bosques leoneses estaban al acecho.
Mientras estábamos en estas lides, nos metimos por una pista continuaba orillando el pantano. Cómo éramos muy listos y muy majos, se nos ocurrió que si la seguíamos, nos evitaríamos un potente cuestón que estaba esperándonos ahi mismo, a la vuelta de la esquina. Pepe ya nos había prevenido de su existencia y estábamos moscas porque aquí te calzan un 20% de pendiente por menos de nada. Miramos en el Orux y vimos que la pista se convertía en un sendero que desembocaba en otra pista que empalmaba con el track. ¡Si es que cuando se es espabilado…!
Así es como llegamos a un sitio infecto que ahora sé que se llama Valle de Pujedo, lleno de caballos y vacas que andaban allí, tan tranquilos. Al salir de un bosque de robles, el sendero se metió en un prado embarrado y desapareció, como nos pasa siempre, por otra parte. Pero no desesperamos. Alfredo encontró una señal de GR que nos confirmó en la idea de que por allí se podía continuar y fue así como dimos con un sendero de vacas que se fue cerrando y cerrando, mientras subíamos y subíamos, hasta que perdimos toda referencia y nos vimos en mitad de monte, rodeados de retama, brezo, zarzas y otras plantas nada acogedoras.
Detalle de la tontaa, con curvas de nivel y todo, de la triscada ‘by the face’ que nos chupamos
Después de más de una hora de vueltas, idas y venidas, arañazos, raspones, juramentos y búsqueda de culpables, decidimos dirigirnos a la cumbre para buscar una vía de escape, que por suerte, acabamos encontrando. Cómo se puede apreciar en la imagen anterior, acabamos exactamente en el mismo sitio en el que empezamos. El dios de los cormoranes se había vengado y los caballos, en comandilla, se estaban riendo de nosotros, los listos de la ciudad.
En todo el lío Por fin…
Con el rabo entre las piernas (como siempre, esta frase siempre me ha parecido un poco tonta…) volvimos a retomar el track. Como dirían los ingleses «we had eaten humble pie» y ya lo creo que lo hicimos, sin dejar una miga. Ahora, nos habíamos convertido en unos fervientes seguidores del track, unos trackistas de tomo y lomo. Al principio parecía que todo había vuelto a la normalidad pero pronto empezó a subir la pendiente, a empeorar el terreno y al final, otra vez pie a tierra. ¡Qué cruz…! El único que se subió casi entera la Valleja de las Madricas (que es como se llama este agradable lugar) fue, como siempre, Alfroide. Los dioses de la mitología leonesa (un cuélebre, una jana o un trasgo, o todos juntos, vete tú a saber…) no tuvieron piedad de nosotros.
Disfrutando a tope la montaña leonesa
Todo acabó en un preciso mirador, en el que tomamos resuello, mientras disfrutábamos de las vistas.
Ya solo quedaba bajar en dirección a Carande. Ya podíamos respirar aliviados aunque la pendiente era cómo para no andarse descuidando mucho.
Viniendo de Carande, la entrada a Riaño es espectacular.
Esta vez tampoco comimos en el restaurante El Mentidero, que le llamaba la atención a Alfredo. En su lugar fuimos a la parrilla El Molino, donde estuvimos estupendamente un buen rato, porque rápidos no eran.
Íbamos a ir directos al hotel a descansar, pero a la salida del pueblo hubo cambio de planes.
Son menos conocidos que los Amantes de Teruel, pero los de Riaño también tienen su aquél.
Ésta es para resaltar aún más el toque poético de la anterior foto.
Cuando los señores se despertaron continuamos hacia hotel. Mientras los moteros ingleses bebían jarras de cerveza, guardamos nuestras bicis en un hangar a tomar por saco, nos duchamos, nos curamos las heridas de la triscada y bajamos a dar una vuelta. Mientras, los ingleses seguían bebiendo más cerveza, y nosotros nos dimos una vuelta por el rio para ver truchas. Finalmente volvimos para cenar y soportar a los ingleses que teníamos al ladito mismo, con una cogorza como los acantilados de Dover. No entiendo para que ha servido el Brexit. Así acabamos el segundo día de nuestra aventura leonesa.
Características TerrenoSuelo normal (tierra con alguna piedra), sin trialeras, con dos obstáculos, no adecuado para temperaturas altas, 300 metros no ciclable, con algunas fincas privadas, zona de fotografía interesante
Cada vez nos cuesta más decidirnos a la hora de elegir ruta. Se supone que nuestra amplia experiencia en estas lides debería convertirla en una tarea sencilla y fácil. Pues no señor. Alfredo intentó solucionar el problema en base a los requisitos emitidos por sus «clientes«, generando un correo los lunes donde se ofrecían una serie de rutas incluidas en la base de datos que nos se habían realizado en los últimos tiempos. Pero, ¿alguien ha propuesto algunas de estas rutas? Más bien no. Y es que el correo que nos llega cada lunes es un viaje en el tiempo, entrañable e insultante a la par, que te lleva a una época en que te desplazabas más de 100 kms, te hacías 50 sobre el sillín con 1200 m. de desnivel y luego, hasta lo podías contar (bueno, ellos, que yo todavía no estaba en tan exigente grupito).
Pero voy a dejar de divagar y vamos al grano. El día previo, se propuso la ruta de los acebos de Valsaín, la del ingeniero o irnos a la Cabrera, pero finalmente optamos por la de Guadarrama al Alto del León, en la versión saliendo hacia Los Molinos. Así podríamos estar a la sombra a las horas de más sol, que estos días de mayo están dando la razón a ese calentamiento global que algunos dicen que no existe.
La llegada al aparcamiento de Guadarrama, que está cerca de la pseudo-plaza de toros, nos creo inquietud por su ambigua señalización que indicaba que estaba prohibido aparcar pero quizás no, quien sabe… Ya había bastantes coches pero pregunté a un honrado funcionario del ayuntamiento que pasaba por allí y que me respondió de una forma que me dieron ganas de darle un sopapo a mano abierta. Rufi tuvo una mejor idea y llamó directamente al ayuntamiento, donde, tras pasarse la pregunta entre varios funcionarios altamente cualificados, finalmente nos confirmaron que se podía aparcar. Con «total» confianza dejamos los coches y empezamos la ruta.
Atravesando los dominios de Miki, sin su permiso ni na de na. La maldición estaba servida.
Pepe venía afectado por la alergia, porque el aire estaba formado básicamente por polen con algo de oxigeno y nitrógeno, así que no estaba en su mejor día. Nos informó que el estaba encantado con hacer esta ruta pero que tuviésemos bien claro que era de empujar, que había un número elevado de cuestones y que nos íbamos a enterar de lo que vale un peine. La verdad es que, conociendo la memoria de Pepe, sus comentarios sembraron la inquietud en el escueto equipo que formábamos.
Atravesando prados y pradillos. Pepe nos recordaba que no todo iba a ser así…
Así, con sombríos presentimientos, atravesamos los primeros prados (Los Pradillos, Prado Largo, Prado Herrera, del Arroyo,…) en dirección a Los Poyales. Con ese nombre es normal que en ese sitio que nos encontrásemos el primer cuestón de la jornada.
Pepe pidiendo la intercesión de la Virgen del Espino para afrontar con éxito los cuestones apocalípticos que nos esperaban agazapados en la ruta
Para atajar nuestro ascenso, Pepe propuso pasar por debajo de la presa de los Irrios, que ya la teníamos muy vista y tal y tal. Como indica la música elegida para esta crónica, Fernando y yo «nos dejamos llevar» y así fue como nos metimos en un pedregal en subida lleno de agua, barro y piedras, aderezado con raíces y zarzas, que nos empujamos como unos experimentados pringaos. La subida acababa en un túnel inundado por debajo de la vía, llegando finalmente a una zona ciclable.
¡Vaya, una zona donde se puede montar! ¡Y en llano!
Pronto empezamos las subidas. La primera era un 20% muy roto y con poca tracción, que hizo que me bajara de la bici tras 2 intentos por subirla. Fernando, con su poderío y técnica, nos esperaba arriba. En fin…
Luego, llegando a la vertical con Los Molinos, empezó la subida continuada. Ya sabéis como es esto, curva para un lado, subida para otro. Y así hasta que llegas a la zona quasi-horizontal del Camino de los Lomitos, que tiene ese nombre porque te deslomas para llegar.
De momento, han acabado las subidas. Esperando a Pepe, que venía en lontananza disfrutando de su alergia.
Las vistas desde esta pista son espectaculares. Después de tomarnos el refrigerio, seguimos en dirección al puerto. Nuestro oráculo particular, Pepe, nos avisó de que muy pronto nos encontraríamos a la derecha con el horror en forma de tremenda pista en subida. Cuando dejamos atrás la Peña del Arcipreste, en las Praderas Gordas (me encantan estos nombres tan poéticos), efectivamente nos encontramos una pista a la derecha, totalmente destrozada (parecía un cortafuegos) que subía sin piedad al Collado y al Cerro de la Sevillana (otro nombre que tiene narices…). Como no era ciclable, una vez más nos la empujamos como campeones. Pero no era mucho y pronto, por un precioso sendero, llegamos al Alto del León.
Ya estábamos arriba, pero la voz en off de Pepe, nos recordaba que todavía nos quedaban dos buenas subidas. Tan acojonados estábamos que pensamos en coger un atajo y escapar del tormento por la vía directa. Pero en algún lugar del subconsciente estaba nuestro pundonor español y, desoyendo los cantos de sirena, decidimos seguir con el track a fuego.
El pantano de Valmayor y la Jarosa, junto con la Pedriza, al fondo
La verdad es que tampoco fue para tanto. Antes de lo que pensábamos, ya estábamos bajando hacia la Jarosa. El bosque estaba precioso y fue un disfrute recorrer esta última parte de la ruta.
La Jarosa estaba petada de gente. Mucho jubilata me parece que hay por ahí. La llegada a Guadarrama la hicimos a toda leche y nos plantamos directamente en el restaurante La Chimenea. Como no tiene menú del día comimos a base de tapas. La sobremesa fue muy agradable, hablando de lo divino y lo humano. La alargamos doblando los cafés y, la verdad, me dio pena que nos tuviéramos que ir. Pero así son las cosas, los días estupendos también tiene su fin.