Ruta realizada el Martes 12/11/2024
Participantes: Alfredo, Domingo, Félix
Reproductor audio crónica:
Nuestro segundo día de escapada otoñal amaneció bastante fresco. Fuimos a desayunar al bar donde el día anterior Alfredo les había dejado un «regalito«, dejando inutilizado completamente el servicio durante horas y cambiando el color del alicatado. Sin embargo, el camarero no pareció reconocerlo cuando Alfredo pidió una pareja de porras que no se las saltaba un gitano, su oscuro objeto del deseo desde el día anterior, cuando las vio de refilón durante su roca-visita. Félix y yo nos conformamos con unas simples y aburridas tostadas con tomate para afrontar la ruta.
Visto el tráfico que soporta la M-501, decidimos que lo mejor era ahorrarnos los 6 kms. que nos separaban del origen de la ruta, yendo a las Rozas de Puerto Real en coche, y aparcando al lado de un restaurante, el Casa Antonio, donde comeríamos más tarde.
Bastante forrados porque el día así lo pedía, empezamos a bajar la colina donde se encuentra el pueblo, bordeando un bonito castañar, que nos llevó a la M-501, que atravesamos cada uno a su manera y cómo buenamente pudo, que para eso somos tres mentes pensantes, cada una de su padre y su madre.
Por fin nos decidimos a seguir el track y tomamos la comarcal M-549 en dirección a Casillas, todo para arriba. En esta zona, lo de ir por pistas está complicado. Todo está absolutamente vallado y, lo más normal es que te metas por una pista que te lleve a una puerta con candado.
Pronto llegamos a Casillas y la atravesamos empleando el modo e-MTB (podemita power, dado su color moradito en nuestro selector de potencia) porque los cuestones son de infarto. No en vano estábamos en el barrio de La Cuesta. A la salida nos encontramos en el bosque gente con barredores de hojas, empeñados en no perder una sola castaña.
Y seguimos subiendo entre fincas valladas. Mientras daba pedales, me acordaba del chiste de Perich, «Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema… señor Conde». Esta parte del recorrido nos sonaba de un track que hicimos hace cerca de un año, tomando el castañar desde el Tiemblo.
En una zona que se llama La Cruz del Tornero, el Castañar del Tiemblo nos dio la bienvenida con un cuestón de narices, dando paso a un precioso recorrido por pistas tapizadas de hojas, porque a estas alturas de noviembre, los castaños ya se han olvidado de ellas.
El nuevo dron-mini de Alfredo nos estuvo acompañando, mientras subíamos a la zona del refugio Majalavilla, como un fiel escudero.
En el refugio nos encontramos con unos caminantes, que imprudentemente preguntaron a Félix. Durante un rato, nuestro amigo les estuvo amenizando la velada, con una infinidad de datos, hechos y sucedidos, mientras nosotros nos dábamos una vuelta, Alfredo sacaba el dron, yo empezaba a escribir esta crónica…
Por supuesto, visitamos al Abuelo, nuestro castaño favorito con sus 500 añitos encima, rodeado de sus hijos, nietos, biznietos, etc. Allí nos comimos nuestro habitual plátanos mientras nos rodeaban catervas de jubilados y se acercaba una horda de niños, posiblemente caníbales. Ante semejantes peligros, retomamos la ruta.
Nuestro próximo objetivo era La Atalaya. Salimos por el lado noreste del castañar, en dirección a una zona conocida como el Portacho de los Ballesteros, vaya usted a saber por qué. Empezamos a dejar las pistas para meternos en un cortafuegos, en dirección a Los Riscos de la Urbana. Allí sacamos el dron de nuevo, para disfrutar de sus espectaculares vistas.
La bajada desde este lugar es de aúpa. Teníamos la opción más directa, por una especie de sendero/trialera/despeñadero/barranco, lleno de piedra suelta, o bien, una pista culebreante rodeada de un precioso bosque. Alfredo miró el sendero con deseo, pero la prudencia y nuestra radical y absoluta negativa le hicieron continuar por la pista, como personas sensatas, producto de una educación nacional-católica, y sobre todo, temerosas de darse una buena hostia.
Así llegamos a la urbanización La Atalaya, que atravesamos velozmente para meternos durante casi un kilómetro por la M-403, desembocando en una zona de explotación agropecuaria y dehesas.
Ya quedaba poco para llegar a nuestro destino. La pista se transformó en una zona llena de vegetación y charcos, rápida y divertida. Nos extrañaba no habernos embarrado ni haber tenido que empujar la bici campo a través, cuando el track nos sacó de la pista y nos metió en una zona de zarzales, con obstáculos y desniveles variados, donde no funcionaba el modo walk, por supuesto. Deslomados, conseguimos finalmente salir de esta zona, que se llama con razón, los Cantos de la Horca. Saliendo de esta trampa, una urbanización aledaña a las Rozas, Navapark, nos recibe con sus calles abiertas. Ya se huele el final.
Cómo el cambio del tiempo era más que evidente y la previsión no era nada, nada halagüeña, indicando la necesidad de utilizar neopreno al día siguiente, decidimos volver a casa esa misma tarde. Limpiamos las bicis, para desesperación de Alfredo, y las metimos en el coche. Félix, desde el día anterior, tenía en mente probar los boletus, así que negoció con el dueño del restaurante un menú especial, basado en este apreciado hongo de primero y rabo de toro de segundo. La cosa no debió quedar muy clara (bueno, para el dueño si…) porque nos metieron doblado el susodicho rabo, acompañado por una pobre ración de boletus, penosamente cocinados. Félix se puso en modo «altamente enfádica&gruñón» y el dueño nos devolvió 20 € en el primer intercambio de opiniones, lo que evidencia sin duda lo poco tranquila que tenía su conciencia.
En cualquier caso, esto no empañó ni un día esplendido ni una estupenda ruta. La pena es que tuviésemos que irnos un día antes por la dichosa DANA, sin poder realizar la tercera ruta de esta escapada. Pero también es una buena excusa para volver otro otoño a esta preciosa zona.
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