Ruta realizada el Jueves 22/05/2025





Participantes: Alfredo, Domingo, Félix
Reproductor audio crónica:
Esta es la famosa Vuelta al Atazar, sí, esa que todos hemos hecho mil veces… pero esta vez venía con contenido extra cortesía de la madre naturaleza: el embalse a rebosar, desaguando como si se acabara el mundo, y el campo en modo primavera desatada, con flores hasta en los márgenes de las piedras. Ante semejante espectáculo, Félix —que a veces tiene ideas decentes— propuso repetir la ruta. Y allá que fuimos.
Quedamos como de costumbre a las 8:30 en El Berrueco. Todo según lo previsto… hasta que Domingo, inspirado por el segundo mandamiento del despiste, apareció en La Cabrera. Claro, como también íbamos a comer allí, el hombre se lió. Llamadas arriba, llamadas abajo, y tras una negociación digna de la ONU, Domingo rectificó y se presentó en El Berrueco con cara de “yo pasaba por aquí”.
Iniciamos la ruta por los senderos del canal bordeando la presa del Atazar, y ya desde el principio el día prometía: agua, flores, y esa sensación de “hoy vamos a sudar de lo lindo pero va a valer la pena”.

En uno de esos tramos con zanja incluida —porque nada grita “aventura” como una buena zanja—, decidí acercarme al borde con toda la elegancia de un equilibrista de circo… pero con las zapatillas de verano, esas con tacos de metal, ideales para resbalar. Resultado: resbalón, caída a zanja y bici encima, un clásico. Como ya tengo un máster en caídas absurdas, gestioné el asunto con dignidad. Félix, eso sí, corrió hacia mí… no para ver si seguía vivo, sino para sacarme la foto exclusiva del batacazo. Periodismo de guerra.
La mochila no salió ilesa: una lata de Aquarius explotó como si fuera un airbag improvisado. Me empapé la espalda y durante unos segundos todos pensaron que me desangraba. Falsa alarma: era el brebaje de limón. Salvé lo que quedaba de la lata y seguimos ruta.

Avanzamos sin más incidentes hasta el embalse del Villar, donde ya era evidente que a las presas les sobraba agua como para montar un parque acuático. El día era perfecto, las jaras estaban en plena orgía floral y nosotros encantados de ser testigos.



En Robledillo de la Jara nos tocó la clásica subida de la Antena (sí, esa que te hace replantearte tus elecciones de vida), para luego bajar al Atazar: unos por la pista, otros por el cortafuegos, porque aquí cada cual con sus traumas. Cuando llegamos a uno de los brazos del embalse, confirmamos lo que ya era obvio: el nivel del agua había pasado el límite y se estaba merendando varios pinos. Todo muy postapocalíptico-con-estilo.

Desde el este del Atazar, el campo era una postal: jaras a lo loco y el embalse más lleno que un chiringuito en agosto.


Finalmente llegamos a la presa, que estaba desaguando a toda potencia. Y cómo no, el lugar estaba repleto de gente haciéndose selfies y de un segurata motivadísimo cuya misión en la vida era decirle a todo el mundo que “no se pare, circule, por favor”. Un alma entregada a la causa.



Pero no contento con eso, nos siguió hasta el mirador (donde, por cierto, no tenía autoridad ni lógica para prohibir nada), como si fuera un pastor alemán con GPS: no descansó hasta que nos dispersamos.

Tras eso, subimos por la carretera, flanqueados por coches y motos con más ruido que sentido común, hasta enganchar el desvío del GR que lleva de vuelta a El Berrueco. Y llegamos a la bajadita, esa que separa a los ciclistas de verdad de los que vienen con ruedines invisibles. Solo los NO nenazas la bajan en bici. He dicho.

Ya en el pueblo, cargamos las bicis y nos fuimos a comer felices como perdices a La Cabrera, al restaurante El Machaco, porque en El Berrueco solo queda un bar abierto, con un menú que ni el más valiente obrero de la construcción se atrevería a repetir dos días seguidos.
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Muy chula la crónica. Creo que es la primavera más bonita que he conocido y esta semana está en su máximo esplendor. Lástima que dure apenas 10 días. El Atazar está sublime. Nunca he visto la jara tan florida y hermosa.
¡Qué pocas nos quedan! Es lo que me jode.
En fin, vámonos a Asturias a disfrutar a tope de la costa y de lugares donde el turismo no ha arrasado aún.
He añadido la música de La danza del sacrificio de La consagración de la Primavera de Igor Stravinsky, porque la Primavera de Vivaldi está muy sobada. Según pone en Wikipedia: la obra describe la historia, sucedida en la Rusia antigua, del rapto y sacrificio pagano de una doncella al inicio de la primavera, la cual debía bailar hasta su muerte a fin de obtener la benevolencia de los dioses al comienzo de la nueva estación.
Muy buena crónica Alfredo, con quizás un exceso de énfasis sobre mi pequeña confusión, jejeje. Menudo diaza y que espectáculo ver así el Atazar. Un día glorioso, si señor