Ruta realizada el Domingo 20/12/2020
Participantes: Alfredo, Juan, Miki, Rufi
Reproductor audio crónica:
Hoy el número de nenazas ha sido exponencial. No sin buenas razones cada uno (uno por la espalda, el otro porque no tenía bici, el de más allá porque no le salía de los cojones…), pero el caso es que, al final, nos hemos juntado solo los cuatro de marras para hacer la ruta. Le ha faltado tiempo a Alfredo para que, en cuanto ha visto que las deserciones iban en aumento, se le ha ocurrido una ruta «para hombres». Ni que decir tiene que Juan, que no entrena nunca, lo ha celebrado por todo lo alto y yo me atrevería a decir que le ha parecido poco.
Hemos empezado a las 9:00 en La Cabrera, donde quedamos desde que el aparcamiento del camping lo cerraron.
En lugar de hacer la clásica ruta de La Cabrera, hemos salido hacia el sureste, recorriendo una dehesa que hoy estaba espléndida. La mañana estaba fresca pero no fría (al menos con las mantas zamoranas).
El bucle que se hace hasta que se completa la dehesa y se vuelve al pueblo es espectacular. Mucha roca, trialereras muy divertidas y hoy agua a raudales.
La ruta, para mi, tiene dos partes bien diferenciadas. Una, desde la salida, recorriendo de toda la zona de trialeras de piedra que hay en el bucle inicial y luego en el tramo que va hacia el oeste hasta Valdemanco. Estos caminos y sus trialeras no tienen nada que envidiar a la ruta de Torrelodones (y tres piedras, por aquello de la copla). Es un recorrido exigente y más hoy con el agua que había, pero muy divertido. Yo, que estrenaba ruedas de 2.30 tanto delante como en la trasera, iba en la gloria, bajando y subiendo como un campeón. Como bien dice mi querido Juan, no hay rueda perfecta y lo que es bueno para las trialeras no lo es para rodar. Estas ruedas se pegan como un moco y en pistas cuesta moverlas.
No nos hemos perdido la subida al convento Franciscano, no por nuestra pía devoción, sino porque lo marcaba la ruta y, como ya sabemos todos, la ruta hay que seguirla. Además, Miki no lo conocía y le ha gustado. En el convento hemos estado lo justo. Espero que las absoluciones sean exprés y nos haya servido para algo estar allí en fechas tan señaladas.
Desde el convento (o monasterio), sigue la ruta hacia Navalafuente, por unos caminos que seguían la tónica de trialera con piedra y agua. Todavía eran tramos muy divertidos, muy técnicos y en los que había que estar atento. Juan ha estado a punto de hincar los cuernos pero todo ha quedado en un pequeño raspón que le podrá enseñar con orgullo a su mujer para justificar que ha llegado a comer tarde de cojones.
La bajada hasta Navalafuente cambia respecto al tramo que habíamos recorrido hasta ahora. Este tiene menos piedra y se convierte en un camino estrecho, bordeado por jaras altas que hoy se había convertido en una torrentera (o como se diga). Muy divertido, en cualquier caso aunque hemos tenido que vigilar no meter la rueda en roderas y agujeros
Pasado el pueblo ahí ya sí que hemos tomado el camino que hemos hecho muchas veces y que forma parte de la «Clásica de La Cabrera». Sin embargo, al poco rato, hemos cogido una derivación, subiendo por una trialera que yo recordaba, como no, pero que esta vez se me ha hecho menos dura que en su día. Bien es verdad que como mi memoria es buena para los cuestacos, he ido muy reservón y previniendo a Miki de que ahorrara energías porque la subida era de las «guuuuapas» (que diría Ibón Zugasti).
Desde allí, una vez concluida la subida, hemos continuado hasta la zona trialera de siempre que lleva a la carretera (supongo que será la M610). Esta zona no la describo porque estamos hartos de hacerla. En todo caso, sigue muy divertida y Alfredo ha comentado que hoy la hemos hecho a cuchillo. La verdad es que a mi no me lo ha parecido, lo cual ha generado una breve conversación sobre si estamos haciendo mucho el cafre y perdiendo el respeto a las potenciales hostias que nos podemos comer por ir más «saltarines» de la cuenta
Aquí empieza la segunda parte de la ruta que, desde mi punto de vista, es odiosa y evitable. Ya sabéis que, incluso en la Clásica de La Cabrera, odio con todo mi alma la subida de la urbanización de los Pitufos y los caminos esos de arena de playa suelta que abundan hasta llegar al punto de inicio. En este caso ha sido peor. En cuanto hemos acabado las trialeras y hemos cogido la carretera, para dirigirnos a la odiosa subida de los pitufos, nos ha adelantado una grupeta grande, encabezada por un tarado que montaba una bicicleta eléctrica y que hoy no se había tomado la pastilla al salir de casa por la mañana. Le he dicho al susodicho y a sus amigos que no conviene saltarse la medicación prescrita, porque a uno le puede llegar a pasar algo. No me ha hecho caso.
¿A que no sabéis quien se ha picado con todo el grupo, incluso con el de la eléctrica? Pues ese, seguido de Juan, que no entrena, pero que también tiene una genética envidiable, aunque según algunas fuentes bien informadas se le esté poniendo tipo de picador de plaza de pueblo.
Yo no lo he visto, pero Alfredo y Juan dicen que les han dado a todos una cura de humildad y les han puesto en su sitio. No esperábamos menos de un Alfredo encendido y un Juanito en plena forma.
En este punto de la ruta nos hemos tenido que desviar porque el trazado original estaba anegado de agua y nosotros hoy no habíamos ido preparados para esa prueba del triathlon.
En todo caso, en este momento del día ha empezado mi calvario particular. Una vez retomado el trazado original, habiendo salvado la parte inundada, ha empezado una subida interminable que, lejos de acercarnos a La Cabrera, lo que hacía era alejarnos del destino final. Y yo más flojo que el día de la madre y con unas ganas locas de llegar. Acabada la subida más estrecha han empezado unas pistas anchas, también en subida, claro, donde yo he notado que las ruedas que le he puesto a la bici agarran de verdad.
En un momento dado, al final de una de estas subidas odiosas, he visto La Cabrera a nuestra derecha en todo su esplendor. No sé qué desnivel llevaríamos en ese momento ni cuántos kilómetros habríamos recorrido pero, desde luego, era el momento idóneo para enfilar las de Villadiego y dirigirme al coche sin más demora. Pues no. La ruta es la ruta y yo soy gilipollas, porque me he dejado liar por mis tres compañeros que insistían en que «esto estaba hecho» y que, desde allí, ya era todo bajada.
Sabéis mi condición natural para acordarme de las cuestas, especialmente aquellas que se me han atravesado en algún momento, por la razón que sea. Por ello, le he recordado a Alfredo que ese camino nos llevaba directo a una pista paralela la autopista de Burgos, de forma que para llegar a la Cabrera había que comerse otro cuestaco del 13. En ese momento Alfredo ha soltado la frase que subtitula esta crónica y ha dicho aquello de de «confía en mi, No te preocupes que hay un atajo y nos ahorramos la cuesta». Como diría aquella a aquel, mi «primo» Alfredo es un cabezón.
En fin, lo dicho, una ruta con dos partes muy diferenciadas, la primera, hasta la urbanización de los pitufos, muy divertida, exigente pero reconfortante y saltarina. Desde el espanto urbanístico, perpetrado por vete a saber quién y aprobado por algún alcalde desalmado, un puto sufrimiento que lo único que me ha aportado ha sido calambres en las piernas, a pesar de los dos geles, las pastillas de sales y los polvos que le he echado al agua y que, en teoría, me debían haber evitado parte de los malos ratos que he pasado.
Juan y Alfredo, me tenéis que dar la fórmula para estar en forma y no me digáis que es por follar mucho, que no me lo creo.
Una mañana divertida, por lo menos hasta las 13:30 en una magnífica compañía que nos hubiera gustado que fuera más nutrida.
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7 comentarios en “La Cabrera Trialeras. Confía en mí”
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Hizo un día magnífico y me alegro que lo aprovecharais. Sigo con la espalda de un octogenario, estoy como para no atarme los cordones.
Cojamos mantecas en lo que queda de año, que el próximo vamos a gastar más cubiertas que la moto de Valentino.
Gran crónica Fer, la verdad es que hoy hemos sufrido mucho pero ha merecido la pena como siempre. Los caminos de esta zona son una pasada. Me alegra que hayas aguantado la ruta hasta al final. Un abrazo
Muy buena crónica. Creo que tenemos que añadir a la lista de frases lapidarias la frase “ ya lo que queda es todo cuesta abajo”.
Miki se comportó como un valiente y no se quejó en ningún momento. Rufi hizo un amago de rehuso pero cumplió como buen atlético sufridor. Y Juan se alimenta de la energía de los críos y lo suelta todo en las rutas.
Yo acabé reventadito por seguir a Juan y picarme con los de la eléctrica.
Menos mal que la próxima ruta será de jubilatas nenazas.
Rufi, te pongo una música que refleje tus lamentos, dolores, sufrimientos y a la vez tu amor incondicional a la bici.
Buena crónica.
Te he puesto la música que querías. Ahora nos explicas quien es el Bueno, el Feo y el Malo. Ah! y al que falta ponle el mote correspondiente.
Somos el Bueno, el feo, el malo y el trípode, siendo yo este último. Los otros que se los repartan mis colegas como buenos amigos
¡Fantástica crónica, Fer!
Gran entrenamiento para el reto de los 100km del próximo año.
Día fabuloso en la mejor compañía.