Ruta realizada el Jueves 16/01/2025






Participantes: Alfredo, Domingo, Félix
Reproductor audio crónica:
Llevamos semanas despertándonos con un frío que haría tiritar al mismísimo Yeti, así que el personal, en un acto de pura supervivencia, decidió que era hora de huir a una zona menos gélida. ¿El destino elegido? Chinchón y sus barrancos. Porque, claro, nada dice “calorcito” como los barrancos en pleno invierno.
Quedamos en el parking de San Antón, y Félix no tardó en darnos el susto habitual: su rueda deshinchada. Ya van tres salidas seguidas con dramas mecánicos, y estamos empezando a pensar que Félix y las averías tienen un contrato de exclusividad. Por suerte, esta vez fue una falsa alarma. Aunque la próxima quizás debamos llevar un mecánico de cabecera.
La aventura arrancó bajando hacia la famosa Plaza Mayor de Chinchón, donde estaban montando los tendidos para las corridas. Nos pareció raro, porque con este frío ni el toro más salvaje tendría ganas de arrancar. Aunque, según nos chivaron, solo estaban probando los tendidos nuevos. Eso sí, los turistas en la plaza no se movían, seguramente esperando un espectáculo digno de “National Geographic: Edición Ibérica”.

Tras la plaza, salimos de Chinchón por el camino del Portillo hacia el norte, directo a la cañada de la Mora, donde nos adentramos en senderos que parecían diseñados por un GPS con ganas de jugar al escondite. De fondo, la imponente fábrica de cementos Portland nos recordaba que el glamour estaba claramente de vacaciones.

Más adelante, llegamos al barranco de la cañada, que haría llorar al mismísimo barranco del Poyo de pura envidia. Entre lo estrecho y la vegetación, aquello parecía un túnel de lavado ecológico, pero sin la opción de secado.
De ahí subimos por la cañada de Valdemolinos, hasta llegar a la Urbanización de Valdemolinos, un lugar que en su día prometía lujo y modernidad, pero ahora parece sacado de un episodio de The Walking Dead. Resulta que en los años 70, este lugar fue escenario de una estafa épica. El conde de Hoochstrate (sí, un conde, porque los plebeyos no timamos con tanto estilo) vendió sueños de casas y pistas deportivas por precios que hoy serían una ganga. El resultado: instalaciones abandonadas y un ambiente tan apocalíptico que no nos habría sorprendido ver un zombie jugando al squash.


Después de este tour por las ruinas modernas, seguimos hasta el siguiente barranco, en el arroyo de Valdepozas, donde tiempo atrás tuve la genial idea de meterme en una zanja. Milagrosamente, salí ileso, aunque mi orgullo todavía no se ha recuperado del todo. En esta zona, sacamos a Retortijin, nuestro fiel compañero, para comprobar si era capaz de enfrentarse a la jungla que teníamos delante. Y sí, en el video podéis ver cómo Retortijin desafía cardos asesinos, olivares y su propia inteligencia (cada vez que choca con algo se queda medio atontado, pero oye, siempre sigue adelante con valentía… o con falta de sentido común).
El resto del recorrido fue más relajado, por pistas más tradicionales, con vistas a la Urbanización Nuevo Chinchón y el Castillo de Chinchón, que, por cierto, siempre queda bien en las fotos, incluso cuando tienes las manos congeladas.

Finalmente, llegamos de vuelta a Chinchón, con un único objetivo en mente: ¡comer! Después de rondar por la plaza como buitres en busca de un sitio, encontramos un lugar decente a la salida. La comida estuvo razonablemente bien (no vamos a exagerar, tampoco fue un banquete) y la tabernera resultó ser bastante simpática, del tipo que hace que Pepe se replantee quedarse a vivir allí.

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2 comentarios en “Chinchón y sus barrancos”
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Muy buena crónica Alfredo. Fue una ruta bastante más divertida de lo que esperaba. El Nano nunca decepciona. Eso sí, con menos frío habría ganado.
Muy divertido el recorrido a pesar de lo árido del paisaje que no invita a montar en bici. Esa zona es para recorrer no más allá de marzo porque es un secarral. Estaba en su punto de humedad la tierra para que los tacos de la rueda se agarren y no nos diera algún susto, porque no siendo muy difícil los estrechos senderos exigen mucha atención. Bien contado Alfredo. ¡Ah! La simpática, cariñosa y divertida mesonera es la versión moderna de las mozas mollares de pezones como aceitunas gordales descritas en El Libro del Buen Amor e incluso en El Quijote. Sin duda elevan algo más que el espíritu de los caballeros andantes de la zona.
Para mi gusto le sobraban no menos de 10 kgrs a esas sinuosas curvaturas que publicitan bastante mejor que las reseñas en Google, al propio local y sus chacinas.